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Las bacterias, 'personajes secundarios' que aprovechan la oportunidad para atacar en enfermos de COVID-19

Micrografía electrónica de transmisión de partículas del virus SARS-CoV-2

Esther Samper

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En esta pandemia de COVID-19, el virus SARS-CoV-2 es, sin lugar a dudas, el protagonista principal e indiscutible. Todos los focos de los medios se dirigen a él, pues ha sido el agente infeccioso que ha puesto patas arriba el mundo: ha provocado ya más de 245.000 muertes y ha infectado a más de tres millones y medio de personas a lo largo del planeta. Sin embargo, el coronavirus no está solo en esta historia de enfermedad y muerte, otros personajes secundarios desempeñan un papel crítico, alejados de los focos. En las personas más graves afectadas por la COVID-19, las bacterias y, en ocasiones más raras, los hongos, aprovechan la oportunidad para hacer acto de presencia, empeorar considerablemente el pronóstico e incluso provocar la muerte.

Se estima que alrededor del 15% de los hospitalizados con COVID-19 desarrollan infecciones secundarias: microorganismos (principalmente bacterias) que aparecen en los pacientes cuando se producen las condiciones idóneas para ello y que provocan neumonía, sepsis y otras complicaciones letales. El resultado de este fenómeno es que un porcentaje significativo de las muertes causadas por la COVID-19 no se debe solo al coronavirus, sino también a los nuevos microorganismos que se han sumado en su ataque contra el cuerpo humano.

¿Por qué atacan las bacterias a ciertos pacientes?

Son múltiples los factores que confluyen y que aumentan considerablemente el riesgo de que aparezcan infecciones por bacterias en los pacientes más críticos con COVID-19. Se sabe desde hace mucho tiempo que cierto porcentaje de los pacientes en el medio hospitalario se infectan por las bacterias propias de este lugar (son las llamadas infecciones nosocomiales).

En nuestro país, en torno al 5-15% de las personas que ingresan en el hospital sufren este tipo de infecciones. Este porcentaje asciende al 32% en los pacientes críticos. Cuanto más largo sea el ingreso y más grave el estado del paciente, mayor es el riesgo de que surjan estas infecciones. Las personas que padecen la COVID-19 en su forma más grave son especialmente vulnerables a ellas porque están ingresados durante varias semanas, lo que da muchas oportunidades a las bacterias presentes en los hospitales para infectarles.

Las características propias de la COVID-19 son también esenciales para entender por qué las personas graves hospitalizadas con esta enfermedad tienen un gran riesgo de infecciones secundarias. El coronavirus altera el funcionamiento del sistema inmunitario de las personas a las que ataca, haciendo que este sea menos eficaz para combatir otros microorganismos dañinos.

Además, para evitar o tratar la tormenta de citoquinas (una respuesta descontrolada del sistema inmunitario que puede ocurrir en pacientes con COVID-19) los médicos aplican medicamentos inmunomoduladores (por ejemplo, tocilizumab) o inmunodepresores (corticosteroides) que tienen como efectos secundarios un incremento del riesgo de infecciones secundarias, incluyendo a bacterias y hongos oportunistas. En el idioma médico, los microorganismos oportunistas son aquellos que normalmente no suponen ningún problema en personas sanas, pero provocan enfermedades a aquellas vulnerables con un sistema inmunitario débil.

El uso de respiradores para aplicar ventilación mecánica a los pacientes graves afectados por el coronavirus es otro factor importante de riesgo a la hora de que aparezcan infecciones secundarias en los pacientes con coronavirus. Uno de los peligros asociados a la intubación es la aparición de infecciones bacterianas que provocan, entre otros problemas de salud, neumonía. Los médicos son conscientes del gran riesgo de infecciones secundarias a las que se enfrentan los pacientes con COVID-19 y por ello realizan diferentes pruebas para detectar de forma temprana su aparición y pautar tratamiento antibiótico.

Las resistencias bacterianas, otro campo de batalla

Pedro Rascado, coordinador del Plan de Contingencia de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC) ante la COVID-19 confirmaba que “la infección por bacterias multirresistentes es uno de los ”daños colaterales“ del coronavirus. Aunque la COVID-19 se caracterice por ser una infección vírica, las infecciones bacterianas secundarias pueden aparecer en cualquier momento. Esto ha llevado a que los médicos prescriban antibióticos en muchos de los casos graves, para evitar o tratar estas infecciones bacterianas.

Uno de los tratamientos experimentales que más se están aplicando en el mundo (sin saber aún su eficacia) es la combinación del antimalárico hidroxicloroquina y la azitromicina. La azitromicina es un antibiótico de amplio espectro, lo que significa que tiene la capacidad de actuar contra una gran variedad de bacterias. Aunque, en principio, los antibióticos no tienen ningún efecto contra los virus, la azitromicina podría tener actividad antiviral (aún no es algo que esté claro), además de reducir la inflamación y prevenir las posibles infecciones bacterianas. Según una encuesta internacional realizada a médicos, el 58% de ellos reconocía haber prescrito recientemente azitromicina o un antibiótico similar a sus pacientes con COVID-19.

Diferentes voces sanitarias han alertado de que la prescripción masiva de este y otros antibióticos para atajar las infecciones secundarias por COVID-19 en todas partes podría ser un estímulo que acelere aún más el aumento de resistencias bacterianas que se está dando en todo el mundo. En Francia, médicos especialistas en enfermedades infecciosas han dado la voz de alarma sobre un posible incremento de las resistencias a antibióticos una vez que termine el confinamiento. “Debido al gran número de pacientes, actualmente estamos recetando muchos más antibióticos de lo normal. No puede excluirse, por tanto, ver un repunte de la resistencia a antibióticos cuando termine esta epidemia”, asegura Benjamin Davido, médico del hospital francés Raymond-Poincaré, en Garches.

Las bacterias multirresistentes son un grave problema de salud pública y se trata de uno de los grandes retos a los que se enfrentará la medicina en las próximas décadas. Tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS), como el Centro de Control de Enfermedades (CDC) y autoridades sanitarias de diferentes países han alertado sobre el grave riesgo de entrar en una era postantibiótica en la que infecciones bacterianas comunes dejen de tener tratamiento y vuelvan a causar muertes. Si no se toman medidas, se esperan 10 millones de muertes anuales por infecciones resistentes a antibióticos para el año 2050, superando así al cáncer.

Sin lugar a dudas, en el futuro próximo diferentes investigaciones nos aclararán hasta qué punto la pandemia de COVID-19 ha pulsado el acelerador de este problema crítico e inminente para la humanidad. Porque si hay dos cosas seguras en esta vida, además de la muerte, es que nuevos virus y bacterias surgen cada cierto tiempo para provocar pandemias y que las bacterias están constantemente mutando, generando nuevas resistencias a los antibióticos.

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