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Cuando la dictadura acogió a miles de niños extranjeros (incluso en la casa de Franco) para limpiar su imagen

Franco y las tres niñas austriacas que tuvo acogidas, en el Pazo de Meirás.

Marta Borraz

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El primer tren partió de Viena el 18 de febrero de 1949. Era un convoy prestado por el Ejército británico y en él viajaban 497 niños y niñas en dirección a España. Con una tarjeta atada al cuello en la que figuraban sus datos personales y pocas más pertenencias que lo que llevaban puesto, atravesaron Europa para llegar a la frontera con Irún, donde les esperaba un banquete antes de ser repartidos por las ciudades en las que vivirían unos cuantos meses. Fue la primera de las seis expediciones con las que 4.000 menores austriacos y alemanes fueron acogidos en familias españolas a finales de los 40 mediante un operativo puesto en marcha por la dictadura y que contó con la implicación directa de Francisco Franco.

Se trató de un plan vendido por la dictadura con el fin de socorrer a los niños víctimas de la Segunda Guerra Mundial, que serían auxiliados por parte de familias católicas y centros religiosos en el marco de la ayuda humanitaria que ya estaba desarrollándose entre países. Sin embargo, su objetivo último fue propagandístico, una forma de intentar romper el ostracismo que sufría el país por alinearse durante la contienda con la Alemania e Italia nazis. La España de Franco, vetada de las conferencias de San Francisco y Postdam, que conformarían el nuevo orden mundial, iba a ser también excluida de Naciones Unidas y otros organismos internacionales.

Algunas investigaciones han puesto el foco, en los últimos años, en este plan poco conocido. La última acaba de ser publicada en la revista Ayer por la doctora en Historia Lurdes Cortès-Braña. Un asunto de Estado: la acogida de niños en la geopolítica del primer franquismo detalla la maquinaria puesta en marcha por el régimen, que involucró a todo el aparato político para una obra aparentemente pequeña. La investigadora ha buceado en archivos, fondos, publicaciones institucionales y en prensa de la época, además de haber recopilado decenas de testimonios de aquellos niños.

“Ya a finales de 1940 hubo una oferta por parte del régimen a Bélgica que causó estupefacción por la miseria imperante en la España de posguerra, pero fue al final de la Segunda Guerra Mundial cuando se lanzó el plan, que además tardó cuatro años en hacerse efectivo”, cuenta Cortès-Braña, que pone el foco en cómo lo que se pretendía era “ofrecer un espejismo de normalidad y prosperidad en un contexto de aislamiento internacional”. Es decir, “su finalidad última era propagandística”.

Tanta relevancia tuvo la operación en su momento que hasta el propio Franco acogió a tres niñas austriacas en la residencia familiar de El Pardo, detalla el artículo. La investigadora detalla que la palabra “Caudillo” consta manuscrita en el listado de las expediciones “junto a los nombres de M. Altvater, E. Altvater y E. Auinger (números 551, 552 y 553)” y es un hecho del que el propio Franco “informó” a un corresponsal estadounidense al que concedió una entrevista. La Fundación Nacional Francisco Franco, dueña de un gran archivo histórico con los documentos del despacho y dependencias del dictador, posee fotos de las pequeñas.

Repartos entre familias

En total, de Austria llegaron 2.981 niños y de Alemania 974. Tenían entre seis y doce años y habían sido seleccionados en sus escuelas con “preferencia de familias católicas”, según estipuló el Ministerio de Asuntos Exteriores al hacer el ofrecimiento formal en 1945. El protocolo se repetía en cada expedición: llegaban entre enorme expectación popular y se les distribuía entre las diferentes diócesis. Generalmente, explica el estudio, se les recibía en los ayuntamientos para repartirlos entre familias e instituciones, un momento que algunos recuerdan “como una subasta” porque “todos querían niñas pequeñas de pelo rubio y ojos azules” y quienes no respondían al perfil, lo vivían con angustia.

Para Cortès-Braña es “revelador” de la importancia que el régimen le dio al plan el hecho de que a cada operativo acudían “numerosísimas” autoridades, así como su proyección en el noticiario oficial NO-DO. Se intentaba, además, que “todo el tejido social participara” en los operativos, como ocurrió en el caso de Sabadell, que acogió a 24 niñas austriacas con la colaboración de las asociaciones municipales, comercios, peñas o incluso el Club de Natación. Su alcalde les dio la bienvenida afirmando: “España y su Caudillo conocen las miserias del mundo, por eso en su remanso de paz acoge a estas niñas”.

Los párrocos y los alcaldes recomendaban “buenas familias”, algo que hacía referencia tanto a su posición económica como a su religiosidad y perfil político. Habitualmente “eran las familias acomodadas” de los municipios: alcaldes, médicos, farmacéuticos, militares o párrocos, cuenta la investigadora. “Se trataba de una operación de imagen, de forma que la vivencia de los niños debía ser la mejor posible”, teniendo en cuenta que el contexto estaba marcado por la posguerra y el racionamiento.

Una maquinaria a su servicio

Franco puso toda la maquinaria del Estado a merced del operativo, en el que jugó un papel clave el ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo, encargado de intentar abrir vías para romper el aislamiento internacional de España. Varios departamentos ministeriales, agentes políticos y administrativos y la Iglesia católica estuvieron implicados. Esta última especialmente, debido a “su gran penetración social”, a través de sus organizaciones de seglares y un contexto de “absoluta simbiosis” entre la institución y el régimen franquista, explica el artículo.

El plan fue en la práctica acordado entre los cardenales primados de España y Austria, donde la contraparte que llevó a cabo el operativo fue Cáritas Austria, que a pesar de que solicitó a la dictadura encarecidamente que no participara Falange, acabó haciéndolo. En nuestro país, el grueso del proyecto cayó en manos de la Asociación Católica (ACE), una organización de apostolado seglar que “fue el embrión de Cáritas España”, según Cortès-Braña, y cuyo presidente era Martín Artajo. La sección de Mujeres y Mujeres Jóvenes de la organización fueron las encargadas de llevar a cabo la parte asistencial, labor que compartirían con las afiliadas de Auxilio Social y la Sección Femenina.

La investigación recién publicada hace hincapié en que a pesar de la “instrumentalización” que hizo la dictadura de la acogida, la inmensa mayoría de los menores, que estuvieron en España entre seis y nueve meses, vivieron una experiencia “cálida e inolvidable”. Se integraban en las familias y en sus costumbres e incluso muchos alargaron la estancia inicialmente prevista o repitieron. Algunos fueron adoptados y otros volvieron de vez en cuando a nuestro país, de vacaciones, o incluso se quedaron a vivir

Y el objetivo del régimen, ¿se cumplió? “Las expediciones de niños no fueron decisivas, pero sí un elemento más, quizás la imagen más amable de la ofensiva diplomática de Franco en varios frentes”, explica la historiadora. Finalmente, la influencia de la Guerra Fría y la “progresiva división del mundo en dos bloques enfrentados” (los soviéticos se convirtieron en la nueva amenaza) acabaron por terminar con el aislamiento de España con la resolución de la ONU de 1950 que abrió el camino a su incorporación “y propiciaron su permanencia”. “Cautiva y desarmada la oposición internacional al régimen franquista, la guerra diplomática había terminado”, concluye Cortès-Braña.

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