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La vida de las jaurías de perros de caza: aislamiento, desequilibrio psicológico y estrés

Una rehala saliendo al campo.

Raúl Rejón

La propia esencia de la caza mayor con rehalas de perros está detrás del accidente cinegético grabado en vídeo en el que un venado y una docena de canes se despeñan por un barranco durante una montería: una jauría que vive largas jornadas y meses inactiva y aburrida a la que se suelta en pos de una presa en una actividad frenética que los lleva a un nivel altísimo de excitación en el que casi el único objetivo es cumplir con el adiestramiento ignorando el peligro. “Van ciegos”, coinciden los expertos en comportamiento animal con los que ha hablado eldiario.es

“Salir al monte es una válvula de escape para un tipo de vida que no es estupenda sino miserable”, describe José Enrique Zaldívar, presidente de la asociación de veterinarios animalistas Avatma. Se refiere no solo a malas condiciones físicas “que también puede haberlas”, sino, aun bien sustentados, a pasar largos periodos de tiempo solos, únicamente en compañía de perros lo que lesiona la psicología del animal.

“La vida es muy monótona para ellos. Los perros están aburridos”. La frase no es de un animalista sino de un rehalero que muestra en un vídeo cómo prepara a sus animales. “Están deseando que los saque a entrenar”, apostilla. Luego se ve cómo los ata a un bastidor y los saca a correr. Docenas de perros.

El catedrático de psicobiología Fernando Peláez del Hierro considera que lo ocurrido en Extremadura no es una sorpresa desde el punto de vista de la etiología: “El grado de excitación es tan grande que los animales no reconocen el lugar donde se encuentran. No les asusta el vacío, pero muchos perros tampoco se asustan de los coches”. Peláez del Hierro abunda en que el estilo de vida de las rehalas “puede agudizar” ese frenesí ya que “son razas tremendamente activas que están seleccionadas y entrenadas para, si tienen ocasión de perseguir, lanzarse sobre una presa”.

Las rehalas son un elemento esencial en las monterías. Los perros –24, 30 o más– son liberados en las manchas de monte escogidas para desalojar las presas de caza mayor: jabalíes, venados, gamos… de manera que huyan hacia los puestos donde aguardan los tiradores. La jauría puede alcanzar una pieza y se produce un agarre como el del famoso vídeo.

Javier Bravo es educador canino y considera que la manera en que se cría y adiestra a las rehalas hace que casos como el del barranco “van a ocurrir constantemente”. ¿Por qué? “La sobreexcitación del perro es tal que le impide detectar cualquier peligro. Ahora ha sido un barranco, pero puede ser una valla o un muro”. Bravo considera que estos perros “lo normal es que estén en un estado de estrés crónico por no estar bien socializados, no disponer de espacio propio, vivir aislados del contacto humano…y, de repente, se les lleva a una actividad superexcitante como es la montería. Es una vida deplorable desde el punto de vista del equilibrio psicológico”, remata.

Los dueños de estas jaurías no podrían colocarse en un extremo más opuesto. Afirman que el amor a sus animales es el motor que les mueve. Antonio es rehalero desde 1990 en Córdoba. “Al ver el vídeo me puse malo porque me ocurrió algo parecido hace unos años”, explica. “El que tiene una rehala, salvo casos excepcionales, es porque le gustan los perros, ya que esto no está bien pagado ni por asomo”. El responsable de varias rehalas, insiste en que “no necesito que mis perros agarren o pillen alguna pieza, saliendo al campo y viéndolos cazar disfruta uno más que en cualquier agarre, pero eso quien no lo ha vivido no lo entiende”. David, otro rehalero, considera que lo del barranco “es un accidente como muchos otros”. Y se queja de que “muchas acciones que hacemos para salvar animales no salen.”

Esa sensación de incomprensión está generalizada en el sector cinegético en una especie de confrontación entre lo urbano y lo rural. “El que quiera aprender que se haga cazador” podía leerse en un grupo de mensajería dedicado a la caza tras la publicación de este último vídeo. El rehalero David coincide en que “solo quieren destruirnos”.

La Real Federación Española de Caza despachó el episodio viral como “fatídico accidente”, aunque, como reconoce el rehalero Antonio, no ha sido un caso único. Aunque las imágenes han erosionado la reputación de la caza, las agrupaciones cinegéticas han conseguido que tanto Andalucía como Extremadura consideren la posibilidad de declarar las monterías y las rehalas como Bien de Interés Cultural.

Una simple afición con “animales de compañía”

A pesar de que tanto la Asociación Española de Rehaleros como la de Rehalas Regionales no han querido participar en este reportaje, sí han dejado por escrito su visión de la actividad: “Un rehalero, en definitiva, es un cazador cualquiera al que le cuesta más dinero que a otros practicar su deporte. Una afición romántica y un amor extremo por los perros. 365 días de cuidados para 30 de cacerías”. Se defendieron así en 2014 de la pretensión del Ministerio de Hacienda de Cristóbal Montoro de controlar sus ingresos. Dibujaron la actividad como una afición.

Los datos chocan. Tres diferentes estudios encargados para sustentar la importancia económica del sector cinegético desde 2002 a 2018 han cuantificado la inversión precisa para montar una rehala. El más reciente, redactado por Deloitte, aseguraba: “El rehalero tipo de España realiza un gasto medio anual de 10.140 euros”. Otro análisis de 2012 llevado a cabo por la Fundación para el Estudio y la Defensa de la Naturaleza y la Caza calculaba que “la primera instalación supone 80.000 euros. Los gastos de funcionamiento unos 20.000 euros anuales”. Ambos han estimado que actúan unos 3.000 rehaleros en toda España.

En este sentido, una batida por los anuncios de actividades de caza sirve para ver de qué manera ofertan sus servicios distintos dueños de perros: “Ofrecemos nuestros servicios profesionales de nuestras magníficas rehalas, nos desplazamos, si no queda satisfecho no le cobramos”. Otro asegura que cumplirá “las expectativas del cliente”. “Se les mete mucha presión a los perros para que se consigan los objetivos”, analiza otra experta en conducta animal que prefiere no dar su nombre por trabajar en un departamento público. Los rehaleros consiguieron que el Gobierno les hiciera caso.

Antes, en 2002, estos cazadores habían asegurado que sus perros eran “animales domésticos de compañía”,para zafarse de las nuevas exigencias en materia sanitaria que se cernían sobre ellos si se consideraban como productivos. En este aspecto, todos los expertos coinciden en que no son ejemplares de compañía. “Son jaurías, eso es otra cosa. Con sus jerarquías”, dice rotundo el catedrático Peláez del Hierro. “Una persona con 20 o 30 perros…. por idiosincrasia no pueden ser animales domésticos”, coincide el educador Javier Bravo. “Si desde pequeño se le ha criado para la caza en grupo no es un animal de compañía. De hecho, no pueden reciclarse a la vida en una casa si tiene que dejar la rehala”, sentencia la tercera experta.

El calendario de monterías está en plena actividad y llegará hasta finales de febrero. Las juntas de Andalucía y Extremadura seguirán con esa propuesta de convertirlas en BIC (y la protección legal que conlleva) encima de la mesa. El veterinario Zaldívar reflexiona: “Meterse con la caza es muy difícil, pero lo que sí tenemos claro es que la montería con rehalas debería desaparecer”.

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