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Tu selfie tiene una misión en Google Arts & Culture (y no es decirte a qué cuadro te pareces)

Una imagen de archivo del exministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, expuesto al reconocimiento facial de Google Art & Culture.

Carlos del Castillo

“Si un servicio es gratuito, es porque el producto eres tú”. Este dogma sobre economía digital ha sido uno de los más citados en este 2018 asociado a Facebook, Donald Trump, Cambridge Analytica y la manipulación de las elecciones de EEUU, pero es válido para cualquier empresa. También para Google, que ha puesto en marcha recientemente una nueva función en su aplicación Google Arts & Culture que halla el parecido del usuario con una obra de arte. Y es gratuita.

Google explica que el objetivo de la app es la divulgación cultural, pero no refiere qué hace exactamente con esa imagen, puesto que su apartado de privacidad deriva a los términos de uso generales para todos los servicios de la empresa. No obstante, una portavoz de Google ha asegurado a eldiario.es que la aplicación borra la foto inmediatamente después de encontrar el parecido: “Los datos de la foto solo se usan para buscar coincidencias. Eliminamos el selfie después de encontrar esa coincidencia”.

¿Ya está? ¿Será que la preocupación de la sociedad por la extracción de datos personales con servicios gratuitos ha convencido a Google de abandonar esta práctica? De momento la multinacional no ha informado de que haya hecho tal cosa. Además, en el análisis biométrico de la imagen de un usuario hay muchos factores de interés para Google además de almacenar el archivo para usarlo con fines publicitarios.

Este tipo de aplicaciones no solo sirven para recoger datos, sino también para entrenar a la máquina. “Una inteligencia artificial capaz de hacer un reconocimiento facial de un ser humano y encontrar coincidencias con obras de arte no está pensada para que tú te entretengas diez minutos”, recuerda Paloma Llaneza, abogada especialista en nuevas tecnologías, de Razona LegalTech.

“Estas aplicaciones están pensadas únicamente para extraer datos o para entrenar a inteligencias artificiales, lo que requiere un volumen de datos muy grande y además muy diverso”, continúa Llaneza, que explica que, pese a la gran publicidad que ha recibido en los últimos tiempos, la tecnología biométrica está lejos de ser perfecta, como prueba la imagen que encabeza esta información. Para afinarla hay que hacer que mire muchas caras y encuentre patrones.

“La única manera de conseguirlo es inventar un juego como este para que el mayor número de gente posible entre, se haga una foto y, con la excusa de sacarle su gemelo en el mundo del arte, entrene a la inteligencia artificial para que mejore sus procesos de reconocimiento facial”, revela la abogada.

Alimenta a tu monopolio preferido

Alimenta a tu monopolio preferido “Dudo de que Google se deshaga de esas fotos”, anticipa Gemma Galdón, directora de Fundación Éticas, que impulsa el desarrollo responsable en las nuevas tecnologías. En cualquier caso, apunta que más allá de la implicación directa en la privacidad por la cesión de esa imagen, es el análisis biométrico de decenas de miles de selfies en todo el mundo lo que “coloca a Google como una súper empresa con la que nadie podrá competir”.

“Con esa base de entrenamiento, al final todos sus servicios tendrán tanta información y estarán tan desarrollados que cualquier persona o empresa que necesite un algoritmo de reconocimiento tendrá que acudir a Google, porque será el único proveedor de ellos”, afirma Galdón: “Tú les estas dando esa ventaja competitiva”.

La experta, nominada al premio mujeres innovadoras de la UE en 2017, expone que ha sido este modelo de negocio basado en los servicios gratuitos el que ha servido a la multinacional para conformar un monopolio de facto en varios sectores de la economía digital. Este hecho, unido a su negativa a hacer transparentes sus algoritmos y cómo los gobierna, ha restado poder de decisión a las sociedades sobre herramientas que se han vuelto básicas en su día a día. Incluso Donald Trump se ha dado cuenta recientemente de los peligros que esto supone.

“¿Hasta qué punto ese tipo de herramientas a las que han dado forma ciudadanos de todo el mundo deben ser controladas solo por una empresa privada, que no rinde cuentas?”, se pregunta Galdón. “En pocos años tendremos un debate importante sobre el poder y la capacidad monopolística de algunas de estas empresas y cómo se relaciona eso con el poder político. Como sociedades ya hemos roto monopolios en el pasado”, concluye.

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