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Disculpen, hay que sacudir las togas

Manifestación en contra de la decisión de la libertad provisional de los miembros de 'la manada'

Elisa Beni

Una de las reacciones que más me está pasmando en todo el asunto de “La Manada” no es precisamente las de las manifestantes - véase turbas enfervorecidas, según el presidente del TSJN- sino la de la propia judicatura y muchos otros togados que asisten con pasmo a un panorama que entienden peligroso. Argumentan que lo es para el Estado de Derecho y los derechos y libertades pero no voy a esconderles que, en el fondo, también es peligroso para ellos mismos y su hábitat natural y que eso les lleva a intentar hacernos comulgar con ruedas de molino.

Los jueces están asomando el hocico al siglo XXI de una forma abrupta y para la que no estaban preparados. No voy a cebarme con eso. Todas las profesiones y ámbitos sociales se han ido dando de bruces contra una realidad disruptiva que en algunos casos es prometedora pero que en otros ofrece graves dificultades para mantener en pie los principios, las libertades y los derechos, las virtudes que nos han traído hasta el presente. Nos ha pasado a los periodistas, a los políticos, a los empresarios, a los propios trabajadores, a los médicos, a los escritores, a los músicos,a los filósofos... nos ha ido pasando en todos los ámbitos y ahí andamos peleando por encontrar la salida que permita salvar los trastos de los valores y navegar por las aguas de las redes sociales, de la instantaneidad del conocimiento, de la posverdad, de la ausencia de valores o su alteración. Seguimos reacomodándonos, si es que fuera posible, a un cambio de paradigma que puede que acabe volando en mil pedazos el mundo que conocemos.

Héteme aquí que los jueces se sorprenden cuando tal estallido de lo consuetudinario se acerca a ellos. Otros juristas les acompañan. Les veo argumentar una y otra vez: esto es lo que hay y el sistema de recursos es el garante de que lo que hay se aproxime a lo justo. Así ha sido durante siglos, sólo que el tempo del tiempo ha cambiado, que la transparencia y la inmediatez no van a dar tregua a nadie, que la sociedad ya no es la misma en la que se parieron los sistemas que aprendimos. Ahora hay que hallar la respuesta que sea capaz de garantizar lo que consideramos irrenunciable pero hay que saber buscarla. Enrocarse en que las cosas no son así y no deben ser y no pueden ser y no serán y considerar que esa actitud va a cambiar la realidad es cuando menos ingenuo y cuando más peligroso.

Para criticar la decisión del tribunal de La Manada no hay siquiera que irse a hablar de ideologías de género u otras cuestiones, que también. Para criticar la decisión de la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra sólo hay que tener en pie la lógica que ese auto se salta. Una cosa no puede ser cierta y su contraria también. No puede ser cierto que ser condenado a 9 años te haga menos propenso a huir que que te pidan 24, sobre todo porque te siguen pidiendo 24 en la otra instancia y además tienes sobre ti la sentencia de los 9. Eso es ilógico. Eso cuando ya te han mantenido en prisión provisional dos años, con tres resoluciones, por ese mismo motivo. Menos cuando otro tribunal acaba de mandar ingresar a los acusados que tenía libres porque les han condenado a 9 años, aunque les pedían cerca de 30 por un terrorismo que no es, y eso que les quedan las mismas instancias que a los sevillanos. La lógica. La individualización de los casos no puede permitir la arbitrariedad porque ésta es contraria a la Justicia.

Aquí no cabe ni ampararse en el lenguaje técnico ni atrincherarse en los conceptos jurídicos ni espetarle a los ciudadanos que no protesten por lo que no entienden y no cabe porque no es posible explicar lo ilógico. Llevo años traduciendo al lenguaje de la calle las explicaciones técnicas que no siempre se comprenden. En este auto no hay que trasponer ningún término ni descifrar ningún arcano. En este auto habría que convencer al pueblo de que comulgue con una decisión judicial insólita -porque no es habitual- y que contiene razonamientos ilógicos por la mera asunción acrítica de la invulnerabilidad a la crítica de los jueces.

Les voy a contar una cosa que supongo que intuyen: hay jueces excepcionales, muy buenos, buenos, regulares y muy malos. Sí, hay jueces que son una patata, técnicamente hablando, pero nada en el sistema permite detectarlos excepto el control efectuado vía recurso por otros jueces. Aún así el dato se oculta o no se tiene en cuenta. Me van a perdonar pero no es lo mismo un magistrado al que le tumban la inmensa mayoría de las resoluciones -que haberlos, haylos- que otro que ostenta un clamoroso curriculum de sentencias confirmadas por las instancias superiores. No es lo mismo.

La calidad de los jueces. Sólo el plantear que se mida escalda a muchos. El propio CGPJ ha decidido premiar la cantidad pero nunca se ha explorado la vía de la calidad puesto que se ha entendido que hacerlo atentaba contra la independencia. La independencia que protege de tanto mal pero también cobija tanta inutilidad.

Los jueces, con independencia, aplican el derecho y valoran las circunstancias. Unas veces lo hacen bien y otras lo hacen mal. Hasta el momento, los malos pasos se descubrían primero por los ojos atónitos de muchas partes y después en un lento calvario de recursos hasta llegar ya no a la cúpula final sino a veces hasta a Europa. El mundo ha cambiado. Ahora las resoluciones vuelan. Las leemos los impertinentes periodistas, que solemos detectar las incoherencias, más si son escandalosas, con más tino del que pretenden. Después las leen los catedráticos y otros magistrados y grandes abogados y jurisconsultos y nos lo cuentan en las redes sociales o en la televisión y se forma un debate y las personas reaccionan.

Puede que no sea lo mejor. No lo sé. Tampoco tiene sentido planteárselo porque no va dejar de ser así por mucho que se empeñen. No hay otra solución que diseccionar la realidad, a ser posible con ayuda externa, y buscar la forma de mantener en pie el Estado de Derecho en esas circunstancias. Un marino nunca grita diciendo que con esa mar y con ese viento su barco corre peligro. Un navegante mide el viento, observa la mar, y adecua su velamen y su rumbo y su escora para lograr su objetivo que es avanzar seguro.

No veo que la judicatura, con excepciones, esté en esa singladura y eso no es bueno para nadie. Desde luego no para la sociedad a la que sirven.

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