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Orgullo de todos

Manifestación del Orgullo Crítico en Madrid.

José María Calleja

Es posible que una de las pruebas del éxito y consolidación de los valores de la agenda LGTBI en el conjunto de la sociedad española sea la existencia de discrepancias y críticas explícitas desde dentro del propio movimiento.

No es casual que fuera hace cuarenta años, también, cuando los primeros gays y transexuales salieran a la calle en la Rambla de Barcelona, en una manifestación de libertad rompedora de la que hasta entonces no teníamos imagen.

En el franquismo tardío, la homosexualidad era delito y se les aplicaba a los homosexuales, entonces se les llamaba de otra forma, la llamada Ley de vagos y maleantes, denominación tremenda que casi ahorra cualquier explicación. Luego la tunearon como ley de Peligrosidad social, pero ser homosexual seguía siendo delito y se podían ir al talego por serlo. Las lesbianas ni existían para el franquismo.

En los primeros años de democracia gente como Jordi Petit, un gay del PSUC –el PCE y muchos más en Cataluña–, fue de los primeros militantes en hacerse visible y reclamar unos derechos que incluso a cierta parte cubana de la izquierda les resultaban chocantes o perversos. Los homosexuales no iban a la cárcel, pero seguían percibidos como un colectivo apestado. “Invertidos”, les llamaban algunos.

Lorca no era un poeta, era un “maricón de playa”, se era “más maricón que un palomo cojo”, se hablaba de “sarasas” en el lenguaje cotidiano y la representación de los homosexuales estaba entre el Alfredo Landa que se lo hacía en No desearás al vecino del quinto, cuando en realidad le gustaba ir a ligar con las suecas en calzoncillos; en personajes encarnados por Emilio Laguna y todos en el mismo terreno de la caricatura de españoladas de Alfonso Paso. Así en el cine como en la revista.

Con la película El Diputado, de Eloy de la Iglesia, la cosa se puso más seria. Un diputado de izquierda, elegido en el recién estrenado Congreso –la peli es del 78–, con apellido de bici vasca, Orbea, se enamora de otro hombre y acabará siendo chantajeado por la ultraderecha por ello.

Ejercicios de visibilización que se sumaban a otros y que poco a poco sacaban del gueto de la caricatura al homosexual.

El cambio radical viene en las manifestaciones del Orgullo de finales de los años noventa. La toma de la calle, el aire festivo, el interpelar a la gente. La gente que pasa de no poder ni ver a los gays y lesbianas a pararse a verlos desde las aceras. Los gays escondidos hasta entonces que salen a la calle y ven cómo les miran.

(Ahora es cuando el idiota de guardia reclama un día del Orgullo hetero, de la familia: padre, madre, hijo y espíritu santo).

Pero la mayor transformación conquistada en España para gays y lesbianas es la aprobación de la Ley de matrimonios entre personas del mismo sexo, aprobada en 2005, promovida por el gobierno de Zapatero y que tuvo en Pedro Zerolo, y en muchos otros/as como él, a uno de sus principales promotores.

Aquella ley revolucionaria, que por si sola desmantela la idea de que todos los partidos eran iguales, supuso un reconocimiento para miles de hombres y mujeres que dejaron de sentirse apestados. Fue una auténtica revolución que transformó la sociedad española y que cambió radicalmente los papeles: países que antes nos miraban como atrasados, empezaron a vernos como el modelo a seguir. España se convirtió en país de referencia para el movimiento LGTBI de todo el mundo. Un país a la vanguardia en igualdad y derechos sociales.

Esta ley movilizó a toda la jerarquía de obispos, arzobispos y otros curas –no necesariamente salidos del armario entonces– que vieron en ella la destrucción de la familia, de los valores, de todo en general. Aún dicen hoy que la homosexualidad es pecado.

La imagen de esas manifestaciones de curas –con Rouco Varela con una gorra tipo 'pinturas Manolo'– debe ser completada con la foto de Rajoy y la cúpula del PP asistiendo, trajeados como pingüinos, a la boda del diputado Maroto, con su novio de toda la vida.

Nunca hubiera aprobado el PP la ley, se manifestaron contra ella, pero no se atrevieron a desmontarla cuando tuvieron mayoría absoluta. Esa actitud refleja de forma rotunda el triunfo de los valores de la agenda LGTBI en España.

(Ahora sale el triste de guardia y dice que estamos como con la dictadura de Franco).

Hoy se celebra el Orgullo de forma masiva, incluso se dan cifras a mi juicio imposibles, se habla de tres millones de personas en Madrid, que me da a mí que no caben si no nos vamos previamente los tres millones que vivimos. La fiesta tiene tal envergadura que los que se reclaman auténticos, de los tiempos de las paradas en la Puerta de Alcalá, dicen que ha perdido el frescor de entonces. Las mujeres lesbianas sienten que hay más G que L en estas celebraciones y seguro que tienen razón.

La celebración masiva y espectacular del Orgullo coincide con un encrespado debate sobre los vientres de alquiler, maternidad subrogada si no se quiere incordiar demasiado, que divide y enfrenta a significados sectores el movimiento gay con feministas y con lesbianas feministas.

Alemania debate ahora si procede o no aprobar una ley de matrimonios entre personas del mismo sexo y la familia que desaparecería en 30 segundos en España, se amplía con nuevas formas. La figura de los homosexuales está socializada, integrada, aceptada, en las series de televisión, tan lejos de las españoladas de antaño.

España se ha convertido en país de acogida de personas gays perseguidas en sus lugares de origen –hay 77 países donde las relaciones homosexuales son delito y, en 13, ser gay te puede costar, literalmente, la vida–.

Los gigantescos avances alcanzados en nuestro país en muy pocos años, gracias a gobiernos socialistas y a militantes LGTBI, son motivo de orgullo para cualquier persona levemente decente. Desde luego ya nadie va a la cárcel por ser homosexual y las deleznables agresiones homófobas, que las hay, son un síntoma también de cómo cada vez más hombres y más mujeres deciden vivir en libertad y cómo hay una minoría que se niega a ello.

Un Orgullo hegemónico en cuanto a valores, que impide determinadas palabras y actitudes, que supone libertad para decenas de miles de hombres y mujeres y que debe ser un orgullo para todos.

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