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Rafa, desencadenado

Rafael Catalá hace un balance positivo de los 100 días del art. 155 en Cataluña

Elisa Beni

Hace tiempo que el Notario Mayor del Reino andaba desatado, desencadenado, entre justiciero y matón, como si buscara que le fichara Tarantino. Una vez más ha ido demasiado lejos, pero esta vez lo ha hecho en términos tan prístinos, tan indiscutibles y tan inaceptables que puede que haya logrado romper las cadenas que le aferran al poder de forma definitiva.

Y lo ha hecho porque ha pretendido ponerse al frente de una manifestación que no es la suya, porque se ha querido poner una medalla que no le corresponde y porque para ello ha pisoteado como un gañán la línea más gorda, más roja y más peligrosa de las que su tarea tiene como límite. Estoy encantada de ver todas las cosas que las mujeres, y todos aquellos que luchan por la igualdad y la justicia, podemos conseguir, pero ya aviso: lo de Rafa no tiene nada que ver con una sentencia o un voto particular o nada similar. Lo de Rafa tiene que ver con que queriendo apropiarse de las banderas de otras con una clara finalidad electoral, se ha pasado de frenada y se ha inmiscuido tanto en el ámbito vedado de otro poder del Estado como en la intimidad de un magistrado concreto y lo ha hecho además como el cuñado que es, de una forma tan baja y rastrera como la utilizada con Cifuentes. A ella le reventaron el hígado político, que ya cursaba al borde del colapso, de un golpe de miseria, de mafia y de ilegalidad. Todo queda en casa.

Ahora sin rebozo Catalá, reconvertido en comadre o en gestapillo ministerial, apunta con el dedo y dispara la mierda sobre un juez del que o sólo sabe cotilleos o del que tiene información que no debería o sobre el que directamente miente. La misma mierda es, señor ministro. No se equivoquen, no importa lo más mínimo aquí si ese magistrado les repele o no. No importa nada. Lo que importa es el hecho mafioso que podría repetirse contra todo aquel juzgador cuya forma de comportamiento displaciera o displugiera al Gobierno. Se me ocurre que tal vez ante aquel que quisiera absolver en el Caso Alsasua o, miren ustedes, al que no viera rebelión en Cataluña. Un ministro miserable como este bien podría acumular metralla para lanzarle encima los fuegos del averno.

“Tiene un problema y todos los saben” ha dicho el ínclito que además miente porque les juro que llevo horas recibiendo mensajes y llamadas de jueces que se preguntan qué ha querido decir en su infame denuncia el ministro. Así que todos no saben nada, Catalá. El dice que sabe lo que no debe y en su verborrea sin control, en su incapacidad de comprender el calado de su puesto lo ha soltado pensando que así conseguiría las adhesiones y el aplauso de todas y todos los que han deplorado el tratamiento que de la víctima hacía ese magistrado en su voto. Le ha salido el tiro por la culata y ahora se encuentra en la tesitura de que dos poderes del Estado exigen su salida del cargo: el legislativo y el judicial. Me jeringa mucho que encima nos obligue prácticamente a parecer defensores de aquel que no ha tenido la educación de respetar a otros en un ejercicio de virulencia innecesario para su tarea jurisdiccional que ni la víctima ni sus compañeros merecían.

No se cómo se traducirá al alemán, pero un ministro de Justicia al que le piden la dimisión los representantes mayoritarios de los jueces y fiscales de su país, después de que el Parlamento lo reprobara por la aparente protección prestada a corruptos de su partido utilizando su cargo no debe sonar muy suave. No duden que todo esto se va acumulando sobre las mesas de tribunales de allende nuestras fronteras. Suena a sarcasmo que hace pocas semanas, en plena indignación, el afamado ministro le dijera a su homónima alemana Katrina Barley: “la tarea de los gobiernos tiene que ser la de respetar la independencia judicial y acatar las resoluciones de los tribunales sin entrar a valorarlas”. ¡Toma del frasco, Carrasco!

De todos los llamados a criticar, él era el último sin duda.

Es el último episodio de un hombre al que el cargo le queda muy grande y que jamás ha entendido en qué consiste la separación de poderes y hasta dónde puede llegar. Eso, o es tan impúdico y torpe que ha dejado que los manejos que se trae en privado para sobar tal distancia le salgan naturales y espontáneos en la entrevista radiofónica. Sólo que no ha sido la única vez. El imprudente, el ineficaz, lleva meses radiando por adelantado los movimientos que tendrán lugar en la instrucción del juez Llarena. Ya en febrero nos decía que se procesaría en primavera y, efectivamente, la notificación para que los imputados acudieran a recoger el auto de procesamiento se produjo en el primer día de la estación. Por él hemos sabido también que la sentencia de este caso saldría “en otoño o a finales de año”, aunque creo que no contaba entonces con el viacrucis procesal que se iba a desatar.

Catalá nunca debió ser ministro de Justicia porque nunca tuvo valía para ello. Fue siempre un segundón, un alto funcionario para la gestión y un político por descarte. Se lo conté el mismo día que fue nombrado en “Paradigma de la Casta”. Ahí ya les explicaba que había sido el jefe de Lesmes en el Ministerio. Por cierto, Lesmes la cabeza visible del Poder Judicial ¿en que tierra la ha escondido en este crudo momento?

A Rajoy le siguen creciendo los enanos. Es lo que pasa si te rodeas de un gobierno de mediocres a tu altura o sustituyes a los que salen por sus segundos sin más mérito que el evitarte a ti mover ficha o tomar decisiones. Catalá está ya en una situación imposible y debe ser cesado o presentar su dimisión aunque de momento se enquista afirmando que tiene el apoyo del presidente. Ya sabemos cómo va lo de los apoyos. Ni en términos electorales puede permitirse ya Rajoy estos escándalos y no olvidemos que si algo le importa a él es su propio futuro.

Gallardón fue un ministro de Justicia nefasto, pero lo hizo con toda la maldad del político maquiavélico. Catalá le ha robado el título precisamente porque, como es sabido, no siempre los malos son los más peligrosos.

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