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Rivera, ¿por qué?

Pedro Sánchez celebrando su victoria en la sede del PSOE

Rosa María Artal

España tiene fama internacional de ser única para resolver las emergencias pero no para planificar  soluciones con anticipación. En las elecciones del domingo ha demostrado la rotunda certeza de ese volcarse para afrontar un situación límite, sería positivo emprender desde ya la tarea de anticiparse al futuro. Aparcar una y otra vez los grandes problemas enquistados solo logra que nos tengamos que enfrentar a ellos una y otra vez. Engrosados en muchos casos, como ha ocurrido en esta cita con las urnas.                   

Los españoles de a pie han sido la mejor noticia. Supieron quién era el auténtico enemigo y la razón se abrió paso sobre los coros varios de cantos de sirena que martillean –de alguna manera lo siguen haciendo- por todos los medios a su alcance. Salen por las pantallas de televisión, por las portadas de los periódicos,  por la vieja maledicencia  que hoy  se mensajea a través  de nuevas tecnologías. Aparece en las voces de políticos y de diferentes portavoces apenas oficiosos. El enemigo, terrible enemigo, era la ultraderecha oficial. Claro que siempre estuvo. En el PP. Hace un año teníamos a cuatro ministros cantando El novio de la muerte ante el Cristo de Mena en Málaga, o pensando en adoctrinar desde el colegio como aquel proyecto conjunto de Cospedal y Méndez de Vigo. Pero Vox es la etiqueta oficial de la plaga que se extiende por Europa y Occidente en general. Más tosco aún, más irracional, más violento.

Sentar en el Congreso a 24 voxistas es un hecho gravísimo, como destaca la prensa internacional y apenas la española. La ultraderecha que venía amparada por varios periódicos de papel y algunos comentaristas que hoy se apresuran a paliar los daños de su derrota virando sus objetivos hacia un pacto del PSOE con Ciudadanos.  Vox amenazó expresamente a colectivos esenciales de la sociedad hasta el mismo día de las votaciones. “Empieza la lucha”, dijeron con una bandera y sus siglas en el culo de Vigo Mortensen, nada menos; retorciendo también El retorno del rey, la tercera parte de El señor de los anillos. Empieza la lucha contra las mujeres, contra los periodistas, colectivos LGTB, contra los catalanes, contra los republicanos, contra los pacifistas. Una explosión de odio impune. “Me encanta el olor a pánico progre por las mañanas”, había dicho uno de ellos. Y esa ideología ha sido votada por más de dos millones de seres que habitan junto a nosotros. Tenemos un problema serio. No lo minimicen. El mapa ultra pudre a la sociedad española.  

Los españoles votamos el domingo para aventar el miedo, el terror, para hacer frente al odio. Actuamos como lo hacemos en los momentos críticos. Conviene tenerlo en cuenta y aprender lo que implica. Pedro Sánchez ha cosechado un merecido triunfo, tranquilizador, pero todo puede volver al punto de partida si no se actúa con decisión. El líder del PSOE ha jugado muy bien sus cartas, incluso las ajenas que le apoyaron en la moción de censura. Ha vuelto a demostrar el arrojo con el que remontó la gran emboscada de la derecha de su partido. Pero no tiene mayoría absoluta y habrá de pactar para ejercer eficazmente su gobierno.

Y es aquí donde llega la pregunta: Rivera ¿por qué? Los militantes, conociendo a sus clásicos, aplauden en Ferraz la noche electoral y dicen “Con Rivera, no” y “sí se puede”. Y salen en tromba los poderes que no se presentan, explícitamente, a las elecciones y dicen: Con Rivera, sí. Están tan acostumbrado a maniobrar que ya lo hace sin el menor disimulo. El Banco de Santander –el mismo que pagó aquel ominoso día portadas con su anuncio en todos los grandes periódicos- recomienda a Sánchez que pacte con Rivera: “Complacería al mercado más que Podemos”. “La postura liberal de Ciudadanos sería mejor recibida que el populismo de Unidas Podemos”, dice la entidad que preside Ana Botín. El populismo, siguen erre que erre. Y Rivera ¿por qué Rivera? Lo mismo que las biblias neoliberales de la prensa internacional. ¿Por qué Rivera? Porque es quien mejor serviría a sus intereses. Grueso insulto a los millones de votantes que han demostrado querer un gobierno progresista.  

Volvemos a las andadas. Las famosas agencias de calificación acribillaron al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Entre otros. En aquello que llamaron crisis en 2008. Fue una labor tan pringada -llevada incluso a los tribunales y a comisiones del congreso de EEUU- que las lastró al punto que hoy apenas sabemos de ellas.

Los poderes que no se presentan a las elecciones han callado mucho. De forma flagrante cuando España aparecía en todas las estadísticas con los sueldos más bajos de sus trabajadores y en el club de las élites mejor retribuidas para sus dirigentes. Callaron porque les interesaba. Con las tarifas de electricidad más altas, con las de telefonía móvil también. Ante el aumento brutal de la Deuda Pública. Y sus consecuencias. Ante el paro, la emigración laboral, la falta de expectativas de los jóvenes, la pobreza infantil. Ante la privatización de los servicios públicos o el deterioro de la sanidad pública, joya de la corona social española. Han callado... cuando la corrupción saqueaba las arcas públicas. Ellos no dijeron nada nunca, pero en estas elecciones los españoles demostraron saber que las grandes cuestiones de su vida no las resuelve una bandera y un “a por ellos”. Es reconfortante la reacción en triunfo de cuantos no representan para nada el modelo arcaico y hueco de esa derecha. La de Ciudadanos incluida.  Esa España a la que gente de malvivir desprecia y quiere someter. Estas elecciones, eso sí, han etiquetado a los embestidores.

Pedro Sánchez debe saber que varios millones de españoles le apoyarán si se decide a formar un gobierno progresista, con partidos progresistas, por el bien de las personas que componen este país. Con Unidas Podemos como pidieron los militantes en la noche de Ferraz con el “Sí se puede”. Y recordar lecciones de la historia. En 2002, los franceses tuvieron que votar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales entre el conservador Jacques Chirac y el ultradechista Jean Marie Le Pen. La izquierda fue a votar “con una pinza en la nariz”, así lo dijeron, y el neofascista Le Pen tuvo que irse a su casa. Y no todos los votantes eran de derechas. Más cerca tiene a su compañera de partido Susana Díaz. Dio la puñalada a Antonio Maíllo de Izquierda Unidad que le apoyó en momentos comprometidos para que pudiera gobernar. Díaz se unió después con Ciudadanos y, a las siguientes elecciones, la despojaron de la Presidencia. Para que entrara la ultraderecha en las instituciones andaluzas. Sánchez ha tenido el 28A medio millón de votos más que ella. Alguna pista da.

Hay grandes problemas estructurales que resolver para echar andar en el camino que exige la sociedad. Un partido reiteradamente dopado en las elecciones por las cajas B que afloran en las investigaciones judiciales. Y otro asaeteado en guerra sucia perpetrada por las cloacas de un Estado que el PP consideró suyo. Son dos de las grandes anomalías españolas y no las únicas que han alterado el escenario político de forma escandalosa. La justicia cautiva en parcelas que no ha quitado las telarañas franquistas. Grandes sectores de las Fuerzas de Seguridad embarcados en Vox. 

Y más. Algunos medios que han venido dando a la ultraderecha un descarada promoción por la cuota de espectáculo y beneficio que implicaba. Y por ideología en algunos casos. Les han reservado tiempos de pantalla y de portada que en modo alguno respondían a su calado en la sociedad. Sembrando el miedo. Por fortuna, no les funcionó por completo. Aunque buena parte de los ingredientes -para que se reactive cuando vea ocasión- siguen ahí.  

La derecha política también se ha impregnado de involución. PP y Vox se habían repartido ya ministerios, lo dice Ignacio Escolar, director de este medio. Lo sabíamos y temíamos. De ahí, el “Con Rivera, no” que iba en el paquete. Es la misma derecha reaccionaria. Ha insultado a Sánchez y a los votantes progresistas, tiene una problemática inestabilidad de carácter como mostraron vídeos fuera de los debates. Para completar el cuadro, también utilizó trampas: Ciudadanos engañó a los votantes con campañas pagadas en Facebook para llamar al voto con datos falsos. De no ser por el mequetrefe que decidió presentar el PP de candidato a la presidencia, los resultados hubiera sido distintos: Ciudadanos bajaba en perspectivas de voto.  Y veremos qué ocurre si el PP decide lavarse la cara con otro equipo. 

La mayoría de los ciudadanos no se montó en esa ola ultra sin escrúpulos. Es cierto, como escribía Ignacio Escolar que España tiene “una sociedad abierta y tolerante, más moderna de lo que los propios españoles pensamos”. Pero está la otra que, a menudo con trampas, está desproporcionadamente presente en la toma de decisiones. Es así desde tiempos inmemoriales, cuando hasta en los precedentes de España hubo progresistas pioneros en la lucha por los derechos y las libertades. Siempre terminaban ganando… los castizos.

Los electores han votado contra la ultraderecha, en efecto. Aunque ha entrado en el Congreso, la han dejado en un nivel más reducido que en otros países de nuestro entorno. Pero hay que preguntarse por qué experimentó tan enorme auge en tan poco tiempo. Ellos mismos, Vox, en su mitin final, citaron el discurso del Rey el 3 de Octubre como impulso.  “La respuesta institucional al independentismo desde el discurso del rey del 3 de octubre solo podía acabar rompiendo el suelo democrático del Estado”, comentó nuestro compañero Arturo Puente y lo comparto. El escritor e incuestionable demócrata Manuel Rivas decía: “El neofascismo sería residual en España de no ser por los cínicos, periodistas y ex-pensadores, que le están pavimentando el camino con una falsa teoría de ”extremos“. 

Debemos trabajar para que el realismo español no obligue a tantas cesiones. Medidas parciales no logran sino aplazar los problemas. No es ya tiempo de volver a tapar con una alfombra la mugre en la genial metáfora del gran José Luis Sampedro en Reacciona. “Debajo de la alfombra aparece un suelo corroído que no va a mejorar remendando la alfombra para taparlo mejor”. Y Pedro Sánchez lo sabe.

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