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Salvados por Francisco

Miguel Roig

“El Papa tiene claro a lo que viene. 'Hablaremos de refugiados'. 'Bueno, Santidad, pero si sale algún otro tema...'. 'Usted pregunte, pero yo no le contestaré'. Todo dicho con una sonrisa que te desarma. Yo también sonrío. Saluda a todo el equipo. Uno por uno. Se sienta. No quieren que haya agua encima de la mesa. Trago saliva. Estamos grabando”.

El que narra esto es Jordi Évole después de realizar su entrevista al papa Francisco para su programa Salvados. Es curioso pero resulta tan interesante esta entrevista como el making of, el “así se hizo” de este programa. Las peripecias previas durante más de cuatro años hasta poder llegar finalmente a su producción; los detalles –las exigencias– del último elemento del decorado; las declaraciones de Francisco, después de la entrevista confesando que había llorado pensando en la concertina que puso Évole en sus manos. Si la Biblia es una suerte de making of de la creación, toda la narración circulante de esta emisión de Salvados, de algún modo, es el relato del fuera de cuadro de una valiosa pieza periodística.

Puestos a mirar el objeto, la pieza, surge, es verdad un alegato desnudo sobre el problema de los migrantes y la voz severa de Francisco señalando a Europa, la vieja Europa, la abuela, le llama, que cierra sus puertas o el muro de Donald Trump, a quien acusa, sin nombrarlo, de encerrarse en sí mismo. Pero también aparece el Francisco que lleva a la homosexualidad al campo de la psiquiatría o al aborto a un encuadre criminal.

Francisco es una contradicción en un tiempo cruzado por todas las contradicciones.

Hace poco, se estrenó un documental, El papa Francisco: un hombre de palabra, dirigido por un sorprendente Win Wenders que, inesperadamente, rinde homenaje al líder de la Iglesia católica en una película donde, al igual que en Salvados, expone su posición, justa y radical ante el problema de los migrantes y, también, da un paso atrás con el tema de la homosexualidad al reconocer que no se siente con autoridad moral para juzgar a una persona gay.

Este papa es necesario dijo en su día Pepe Mujica, quien, en sus memorias, recuerda su condición de ateo pero destaca su convergencia total con el Papa en el análisis y la búsqueda de soluciones para los problemas sociales (Una oveja negra al poder. Pepe Mujica, la política de la gente, Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, Debate, 2015). En España, hace un par de meses, en una comentada tribuna de El País, Santiago Alba Rico, reflexionando sobre la deriva de la izquierda ante la revolución neoliberal y el emergente contrapunto de la ultraderecha, sugiere lo que él mismo califica como propuesta descabellada: “Urge una alianza entre el capitalismo más pragmático, el marxismo más ilustrado, el feminismo más humanista, el ecologismo más realista y el papa Francisco”. Y se pregunta: ¿es esto de izquierdas?

En la película Habemus Papam de Nanni Moretti se escenifica un curioso dilema. Después de aceptar el cargo, el cardenal que ha sido elegido papa titubea sobre su deseo de asumir la investidura, originando toda una serie de despropósitos en el protocolo del Vaticano. Moretti utiliza esta trama para interrogar y desacralizar a la burocracia vaticana y recurre a un instrumento clave: el psicoanálisis. El Papa se comienza a interrogar a sí mismo acerca de sus anhelos, sus frustraciones, su vocación, al tiempo que Moretti infantiliza al resto de los cardenales, colocando a la Iglesia entre la duda y la vulnerabilidad. Michel Piccoli, quien interpreta al Papa fallido, se va adentrando en una introspección y alejándose cada vez más del cargo hasta, finalmente, hacer crisis cuando sale al balcón del Palacio del Vaticano para saludar a la feligresía y renunciar a su cargo.

Francisco, al contrario que su antecesor, Benedicto XVI, no tiene, aparentemente, ninguna intención de dejar el cargo pero sí, como argentino que es, expone una enorme pulsión por el psicoanálisis ya que todo el making of posterior a la emisión del programa de Jordi Évole, su relato confesional, es una suerte de terapia que más allá de la dilución de los temas conflictivos (feminismo, aborto, homosexualidad), busca espacio en un diván que le permita analizar y contar aquello que sintió con los temas que generan empatía con las audiencias progresistas.

Si el papa de Moretti lleva el análisis a sus últimas consecuencias, el argentino que habita el Vaticano lo limita a un confesionario que lo expié de culpas. La izquierda, en un atajo posible, también.

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