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Con este desastre de Gobierno nos puede pasar cualquier cosa

La opción de cuatro años más de Rajoy debería preocupar hasta a un sector del PP.

Carlos Elordi

Sí, el de Zapatero llegó a ser espantoso. Pero el Gobierno de Rajoy es mucho peor. Porque buena parte de sus despropósitos son irreversibles y porque encima pretende volver a ganar las elecciones, que al menos con los socialistas se sabía con mucha antelación que su tiempo se había acabado. La perspectiva de que el PP siga controlando por otros cuatro años los resortes del poder para seguir haciendo lo mismo que hasta ahora, es decir, nada bueno, empieza a inquietar seriamente incluso en los ambientes de la derecha menos alucinada y hasta en los del capital. Porque por mucho que griten los corifeos del poder, la situación de España -la económica, la institucional y la social- es mala. Y aunque hoy parezca estable, uno o más de los frentes abiertos –Cataluña, la crisis autonómica, la deflación o la deuda- pueden estallar en cualquier momento. Y con este Gobierno inepto, eso puede devenir en tragedia.

La crónica de los últimos días no puede ser más desoladora en ese sentido. Rajoy volvió de vacaciones trayendo bajo su brazo la genialidad de la elección directa de los alcaldes. Y tratando de hacer creer que ese era un paso en el camino de la regeneración democrática, cuando era obvio que sólo estaba destinada a que el PP perdiera menos alcaldías de las previstas. Pero lo peor del caso no es que la iniciativa fuera una engañifa o un abuso de poder, sino porque después de tanto ruido todo indica que la cosa se va a quedar en nada o postergada sine die. Porque alguien ha concluido que un día el Tribunal Constitucional podía echarla atrás, porque alguien del PP, o muchos, han dicho que no se podía aprobar en solitario, porque al final se ha visto que no iba a ser tan rentable como parecía. O por un poco de lo uno y de lo otro al mismo tiempo. En todo caso, parece que el Gobierno se la ha envainado.

También la reforma del aborto puede haber quedado arrumbada. Y si la peripecia de la elección directa de alcaldes indica que La Moncloa trabaja muy mal, que sus ocurrencias se convierten en actos sin haber procedido previamente, como debería hacer un gobierno mínimamente serio, a estudiar sus pros y sus contras, con la reforma anunciada hace ya dos años por Gallardón la incapacidad de hacer política como se debe llega a su paroxismo. Como se sabe, la nueva ley nació de un compromiso electoral con la Conferencia Episcopal y con el Vaticano, un compromiso secreto, pero que ahora los obispos reivindican públicamente. Para lograr su apoyo electoral, Rajoy había aceptado todas las pretensiones de la Iglesia católica –el ministro Wert las instrumentó cumplidamente en materia educativa- y, aunque con un retraso de meses, no tuvo más remedio que hacerlo también en el capítulo del aborto. Gallardón asumió esa tarea con la pasión de quien estaba convencido de que representar fielmente a los sectores más cavernícolas del país le iba a proporcionar esa fuerza política que desde hace décadas ansiaba para llegar a ser el número uno de la política. Justamente tras haber renunciado a intentarlo disfrazado de exponente de la derecha progresista.

El que las barbaridades que contenía la reforma suscitaran un clamoroso rechazo en España –hasta en el PP- y en el extranjero no le arredró. Pero asustó a algunos miembros de un gobierno que no habían previsto tales reacciones o que, presionados por la necesidad de ganar las elecciones de 2011, había hecho oídos sordos a lo que claramente decían los sondeos al respecto: que una gran mayoría de españoles estaba y está por el derecho al aborto, sin cortapisas. Lo cierto es que el proyecto siguió su camino. Y seguramente habría terminado siendo aprobado por la derecha en Las Cortes. De no ser porque, entretanto, el Vaticano cambió de titular. Y el nuevo venía con ganas de cerrar algunas de las heridas que el fanatismo de su predecesor había abierto. Y en esa línea, el argentino Francisco debió transmitir a Madrid que podía aparcar la reforma de Gallardón. Rajoy respiró, el titular de Justicia se ha quedado colgado de la brocha y el Gobierno ha demostrado una vez más que no controla nada, que sus idas y venidas dependen de lo que hagan y digan otros.

Lo de la prima de riesgo es otro ejemplo contundente de eso mismo. El nuevo eslogan oficial es que ha sido el Gobierno quien ha logrado que baje. Cuando todos los economistas, incluso los más de derechas, tienen muy claro, y lo han dicho hasta la saciedad, que tal descenso –provisional, que el día menos pensado la cosa puede dar la vuelta, añaden- se debe a la acción del Banco Central Europeo y particularmente a la advertencia que hace año y medio hizo su presidente, Mario Draghi, en el sentido de que el BCE haría “todo lo que hiciera falta” para evitar la quiebra de un país por culpa de que su prima de riesgo se disparara.

Los corifeos mediáticos del PP podrán engañar durante un tiempo a la gente menos informada, pero quienes están al tanto de esas cosas, voten lo que voten, saben que esa es la verdad y que lo otro es mentira. Y la desazón palpable en esos ámbitos sobre la andadura del Gobierno en materia económica –los análisis y opiniones que se publican al respecto tienen un tono crítico cada vez más amplio- también se debe a que a sus ojos Rajoy ha perdido toda su credibilidad. Y eso es muy malo. Sobre todo cuando la economía no tira para adelante, la deflación amenaza con males mucho peores, las deudas ahogan a la España pública y a la privada y la situación económica internacional está empeorando, en particular en Europa. Es decir, cuando el riesgo de un nuevo agravamiento de la crisis asoma cada vez con más fuerza en el horizonte. Porque todo indica que este Gobierno se va encontrar sólo, sin recursos y sin saber qué hacer si ese riesgo se convierte en realidad.

Por último, nadie sabe qué va a pasar en Cataluña tras el 9-N. Pero hay una sensación generalizada en que la ruptura entre Cataluña y España ya se ha producido de hecho y que ese daño es irreparable. Sin embargo, a este Gobierno parece que le da igual. Mientras el desastre ha ido creciendo no ha hecho sino mirar para otro lado, cuando seguramente una iniciativa de sentido común y de fuste por su parte podría haberlo paliado. Pero a Rajoy, que únicamente piensa en seguir en La Moncloa, sólo se le han ocurrido cosas como poner al ministro de Exteriores a la cabeza de sus huestes centralistas y mandar a los servicios secretos a buscar trampas en las cuentas de Jordi Pujol.

Mientras, tras el referéndum del jueves, tanto en Escocia como en el Reino Unido todos coinciden en que la victoria del “No” no cierra el asunto, sino que es el pórtico de nuevas tensiones, aquí, donde no se va a permitir que los catalanes voten, posiblemente de manera muy parecida a la de los escoceses, y el gobierno sigue tan tranquilo, como si esa votación no fuera a echar más leña al fuego.

Mientras tanto, y como si tal cosa, Pedro Sánchez acude presto a “Sálvame” y a “El Hormiguero”. Y los suyos dicen que es lo mismo que hace Obama.

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