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La mejor serie de 2017

Rajoy habla con Donald Trump, que recuerda Barcelona como una magnífica ciudad

Jose A. Pérez Ledo

A quienes desde niños llevamos leyendo cómics y ciencia ficción, la victoria de Donald Trump no nos ha pillado por sorpresa. En realidad, hace tiempo que la esperábamos. Para nosotros, que ya vimos a Lex Luthor sentado en el Despacho Oval, Trump no ha ganado por la extrema derecha ni por los llamados perdedores de la globalización. Lo ha hecho por pura coherencia argumental. Ha ganado porque (en términos exclusivamente narrativos) era la opción más emocionante. La más entretenida. Su victoria es el primer gran giro de trama del siglo XXI.

Dicen que la carrera a la Casa Blanca es el mayor espectáculo del mundo. Este año, estaremos de acuerdo, ha alcanzado una brillantez dramática sin precedentes. La audiencia esperaba con avidez el siguiente capítulo (Trump contra sus compañeros de partido, contra Hillary, contra la prensa, contra el sector tecnológico…). La clave, como en todas las grandes historias, ha radicado en unos personajes sólidos y complejos.

Si se le puede poner un pero es, curiosamente, el mismo que muchos le encuentran a la Star Wars original: los malos resultan tan fascinantes que acaban eclipsando a los buenos. Hillary (a quien, me temo, debemos aceptar en el rol de “buena”) no conquistó nuestros corazones del mismo modo que no lo hizo Luke Skywalker. Nadie paga una entrada por ver a Mark Hamill bromeando con C3PO. La pagas para ver a Darth Vader estrangulando a un lacayo. 

Si la victoria de Trump ha resultado tan desconcertante para gran parte del planeta es porque percibimos que “ha ganado el malo”. Y en Hollywood, ya se sabe, el malo nunca gana. La explicación a este fenómeno es que la historia aún no ha terminado. Estamos, de hecho, en el punto álgido. Salvo giro de última hora, Estados Unidos despedirá el año con nada menos que dos cliffhangers. Ni Lost. 

Está, por una parte, el arco argumental: un millonario déspota a punto de sentarse en la Casa Blanca (el “a punto” es importante porque mantiene al espectador en tensión, convencido de que el desaguisado aún tiene remedio). Y tenemos también una inquietante subtrama que vincula al malo con no se sabe qué mano negra rusa. Es precisamente en esta subtrama donde nuestro maltrecho y políticamente correcto héroe, el Nobel de la Paz Barack Hussein Obama, ha decidido concentrar sus esfuerzos. Y lo hace, además, con una fecha límite: el 20 de enero de 2017. Tic tac, puro dramatismo.

Si quieren engancharse a una buena serie en 2017, no lo duden: búsquenla en la sección de internacional.

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