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La memoria

Portada de periódicos argentinos que informan la muerte del dictador Jorge Videla

Miguel Roig

No es casual que, al presentar su tercera novela, el periodista y escritor argentino Reynaldo Sietecase, haya vuelto a recuperar a un personaje que atraviesa las dos anteriores: el abogado Mariano Márquez. Un asesino que protagoniza su primer libro, Un crimen argentino (Alfaguara, 2003), un clásico del género (saludado por Tomás Eloy Martínez: “una tradición inexplorada en el policial argentino: la unión de la política con el thriller de terror”). Un personaje secundario, letrado, intermediador de sicarios, en A cuantos hay que matar (Alfaguara, 2014) y, ahora, en la nueva novela de Sietecase, No pidas nada, Márquez no solo ha alcanzado la cima profesional en el campo del derecho sino que se permite, incluso, hacer justicia por mano propia. No necesariamente, de una novela a otra, es el mismo personaje como no es igual la función de Emilio Renzi en los textos de Ricardo Piglia ni se encarnan en sí mismos los personajes que se repiten en las ficciones de Juan José Saer; lo que permanece de un libro a otro, es decir en el conjunto de la obra de los tres autores, es el sistema.

El sistema de Sietecase es el intento de narrar una realidad, la Argentina, un país violento, una sociedad que a pesar de haber juzgado a los militares que perpetraron un genocidio, la justicia, sensible al hábito de garantizar impunidad al poder, representa un correlato hostil y constante que los ciudadanos padecen, al igual que la intemperie a la que se exponen los personajes del noir nórdico. En No pidas nada, ese territorio se extiende a Brasil, un espacio cuyos contrastes pueden entablar fuertes vínculos con las contradicciones argentinas.

En una conversación sobre su novela, Sietecase subraya el hecho de que la investigación no sea responsabilidad de un detective o de la policía sino de un periodista. Surge, entonces, la mención a Rodolfo Walsh quien en su día abandonó el terreno de la ficción para investigar y escribir el relato del fusilamiento de un grupo de dirigentes peronistas en los años posteriores al derrocamiento del segundo gobierno de Juan Perón.

Muchos antes de que Truman Capote planteara en Estados Unidos la novela de no ficción, narrando en A sangre fría un crimen en una población rural de Kansas, Walsh escribe Operación Masacre e inaugura el género. Walsh, antes de escribir este libro era traductor, articulista y también narrador y jugador de ajedrez. Cuenta en el prólogo de Operación Masacre que una noche, en un bar, un amigo le comenta: “Hay un fusilado que vive”. En ese momento, dando un giro radical a su vida, se pone en marcha el proyecto y con él un periodista de investigación y un escritor involucrado desde el compromiso con la realidad que le toca vivir.

Se suele decir que Edipo Rey es el antecedente trágico del policial. Borges fija el origen del género en Edgar Allan Poe y su detective Auguste Dupin. Hay aquí un matiz, según Piglia, que estriba en que con Edipo nace la investigación y Poe inaugura el género policial a través de la figura del detective privado. No es casual que el género sea coetáneo al capitalismo, que el dinero sea una de sus máquinas centrales. Pero, por otra parte, la figura del detective, una figura privada que se mueve al margen del Estado, resuelve los enigmas que se le escapan a este. ¿Podríamos ver en Walsh un periodista, un investigador, un narrador que se mueve también al margen del Estado pero que se involucra no ya con lo que está fuera de su alcance sino en sus zonas opacas?

No es otro, pareciera, el afán de Sietecase quien desde el corazón del género negro y a través de su protagonista, el periodista Luca Gentili, se involucra en una investigación que, tantos años después, ya en democracia, tiene aún en la dictadura argentina un escenario criminal sembrado de cuestiones sin resolver.

El disparador, aquí, son ciertos suicidios de militares involucrados en los crímenes de la dictadura. Este hecho, Sietecase lo toma de la realidad; otro, una pregunta pertinente: por qué nadie ha hecho justicia por mano propia, por qué nunca se atacó a un militar implicado en la represión de Estado, también lo asume la novela. No pidas nada cruza dos territorios, el argentino y el brasilero, en los que la relación se da a través de la violencia, una mancha que irrumpe en lo cotidiano y que a cada vuelta de página o de jornada en el diario vivir latinoamericano, se manifiesta llevando lo clandestino a un primer plano: desde las bandas paramilitares de las favelas de Río de Janeiro a los círculos militares argentinos, expuestos por el relato oficial de los medios de este paisaje moral: democracias que siguen siendo permeables a la infamia.

La novela se abre con una cita de Walsh, “El verdadero cementerio es la memoria”, escogida por Sietecase de la carta que el autor de Operación Masacre escribe a su hija María Victoria, Vicki, militante de la organización guerrillera Montoneros, al enterarse que esta ha muerto en un combate con el Ejercito. Este epitafio con forma epistolar de Walsh se contrapone con otra cita que aparece en el libro del poema Martín Fierro de José Hernández: “Sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria”. Entre estas dos citas Sietecase construye el horizonte de sentido de No pidas nada. El riesgo de un olvido colectivo, discusión permanente también en España, y la necesidad de conservar, íntimamente en el único lugar posible, la memoria, aquello que se pierde.

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