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No cenen viendo el telediario, que se avecina niño muerto

Control en la frontera griega para impedir la entrada de refugiados.

Isaac Rosa

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Si tienen el estómago delicado, o hay menores en casa, no pongan el telediario a la hora de la cena esta semana, porque está al caer la imagen del niño ahogado en una playa de Grecia. Ya están avisados.

¿Se acuerdan de aquel pequeño kurdo-sirio que hace cinco años apareció boca abajo en una playa, con su camiseta roja y su carita contra la arena? ¿Cómo se llamaba…? Aylan Kurdi, eso es, veo que se acuerdan. El icono de la crisis de refugiados de 2015, el niño ahogado que nos atragantó la cena a todos, sensibilizó a la opinión pública, desató una campaña de solidaridad (aquel Refugees Welcome), y forzó a los gobiernos europeos a tomar medidas (que luego no se cumplieron, pero esa es otra historia).

Después de Aylan, ¿cuántos niños ahogados más han visto en el telediario de la cena? Pocos, muy pocos, o ninguno. Y no porque no se hayan seguido ahogando en el Mediterráneo: más de 500 solo en los dos años siguientes a la muerte de Aylan, y es de suponer que muchos más hasta hoy. Raro que no hayamos visto ninguno, ¿no? Como tampoco hemos visto últimamente muchas imágenes de los hacinados campos de internamiento de refugiados.

Y es que la crisis de refugiados de 2015, con la foto del niño muerto, tuvo otro efecto: la firma del acuerdo con Turquía para bloquear la llegada de personas refugiadas a Europa, el llamado “acuerdo de la vergüenza”, el mismo que ahora Turquía ha dejado de cumplir. Al mismo tiempo, otro socio de Europa en temas migratorios, Libia, amplió su zona marítima de rescate para alejar a los barcos de ONG. Así los refugiados podían seguir ahogándose y hacinándose, pero lejos de nuestras costas e islas (bueno, algunos en Grecia, convertida en patio trasero de Europa). Es decir, fuera de la vista. Sin salir en el telediario de la cena.

Europa lleva años externalizando y subcontratando su política migratoria. En esto fuimos pioneros, pues España ya firmaba hace quince años acuerdos bilaterales con países africanos para que aceptasen la devolución de inmigrantes, lo mismo con devoluciones calientes en la frontera, que en vuelos de expulsión. Fue el modelo que inspiró a otros países europeos para hacer lo mismo.

Pero la última crisis de refugiados hizo que ya no valiese con las devoluciones: había que correr la frontera europea varios cientos de kilómetros más allá, lejos de nuestra vista. Porque en un planeta donde millones de personas se ven forzadas a dejar sus casas y tierras, cerrar la frontera es una tarea fea, muy fea. Muy sucia. Te llena el telediario de niños ahogados, refugiados gaseados y apaleados, campos hacinados y brazos desgarrados por las concertinas. O aquellos catorce muertos en Ceuta, que también nos amargaron alguna cena.

Mucho mejor que se ahoguen en Libia, o que malvivan en Turquía. Sin que los veamos, como no vemos a los que sufren todo tipo de violencias a su paso por todos esos Estados africanos con los que firmamos acuerdos de cooperación, y donde personas vulnerables son detenidas, maltratadas, explotadas, torturadas, violadas, víctimas de tráfico, abandonadas en el desierto, enviadas a países donde estarán en peligro, y por supuesto ignorados sus derechos a solicitar asilo.

Pero cenar sin niños ahogados sale caro, ya se imaginan. Los europeos nos estamos gastando un dineral en externalizar y subcontratar la vigilancia de las fronteras. Es decir, en que otros nos hagan el trabajo sucio. Estimaciones muy conservadoras hablan de más de 9.000 millones de euros al año, la mayor parte en acuerdos con Estados a los que facilitamos apoyo económico y comercial, pero también material y entrenamiento policial sin preocuparnos del uso que hagan (con los refugiados, o con sus propias poblaciones). Y por decirlo ya todo: son un negocio estupendo para unas cuantas compañías de armamento y tecnología.

Sale caro, y más caro que nos va a salir, porque si la maniobra de Turquía (abriendo la compuerta para exigir más dinero y que le respaldemos en sus líos con Siria) le da resultado, los acuerdos con otros países van a subir de precio.

Así que ya sabemos: habrá que rascarse más el bolsillo a cambio de que no nos fastidien mucho la cena. Eso, o exigir a nuestros gobiernos lo que llevan proponiendo expertos, ONG y organismos internacionales desde hace años: aumentar las vías legales para refugiados y migrantes, repartir la acogida entre todos los países, facilitar visados humanitarios a quienes los necesiten en origen, así como las reunificaciones familiares y los corredores humanitarios para situaciones de emergencia. Eso para empezar, lo urgente. Y a medio y largo plazo, enfrentar los problemas de fondo, las causas de estos desplazamientos de personas; causas en las que también tenemos alguna responsabilidad los europeos.

Como si fuera tan fácil, dirán algunos. Y tienen razón, no es nada fácil. Mucho más fácil es apagar el telediario en la cena.

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