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El sombrero

La redacción de eldiario.es, vacía durante la crisis de coronavirus

María Ramírez

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Es fácil criticar a “los periodistas” y “los medios” como si lo que dijo una vez un tertuliano, que probablemente no es periodista, la tontería de turno de un columnista o los errores que cometemos todos, la mayoría por despiste, sobreesfuerzo y a veces también negligencia, definieran a todos los periodistas de todos los medios. Los periodistas podemos hacerlo mejor o peor. Pero en los periódicos en los que he trabajado (variados en tamaño, línea editorial y localización geográfica) siempre hemos estado volcados en el servicio a los lectores.

Lo que importa en nuestras reuniones es ese ideal a menudo etéreo e incomprensible de lo que quieren o necesitan “los lectores”, incluso aunque a veces se mezclen otras consideraciones económicas o las presiones del partido o de la empresa de turno. Con nuestro habitual escepticismo y agnosticismo, los debates y los dilemas son parte de la rutina. Y el resultado es la colección del trabajo de cada individuo. “Los medios” no existen. Existen personas de un equipo variado, y que no es sólo de periodistas, que se unen con su esfuerzo para un objetivo común, pero con sus particularidades, necesidades, aciertos y desaciertos.

Y, como revela esta crisis, hay una gran diferencia entre reporteros, que persiguen los hechos y se adaptan a la actualidad, y opinólogos, que nos aportan sus ocurrencias basadas (a veces, no siempre) en muy poca experiencia sobre el terreno. En este mundo ansioso por respuestas, nunca quedó tan clara la irrelevancia de las opiniones y la fuerza de los hechos.

En eldiario.es hace meses que empezamos a utilizar el concepto de servicio público, que tiene sentido para nuestra misión. Pero tal vez ninguno lo habíamos vivido de manera tan cruda, tan directa como ahora, intentando explicar qué pasa, luchando contra bulos que pueden matar y respondiendo a las dudas vitales de quienes nos leen. La labor de cualquiera comparada con la del personal sanitario es nimia. También palidecemos en contraste con tantos servicios esenciales. La entrega de la policía, los equipos de limpieza o los trabajadores de los supermercados nos deja a todos pequeños. Pero en la sociedad, sobre todo en emergencias como ésta, cada uno tiene que cumplir con el papel que le ha tocado lo mejor posible.

Ojalá alguien se asomara a nuestras reuniones y viera un poco más de cerca el trabajo entregado de tantas personas que están pasando por las mismas calamidades que el resto, algunas enfermas, algunas con hijos, madres y padres de los que cuidar, otras solas y asustadas, otras sufriendo la pérdida de familiares sin poder despedirlos. El esfuerzo es de todo el equipo. No sólo de los periodistas, los más visibles, sino de todo el equipo de marketing, de atención al socio, de publicidad, de administración, de la antigua centralita, todos adaptados a las necesidades del momento actual.

A través del boletín que hago todos los días, llegan muchas preguntas de lectores. Cuando no sé contestar, le reenvío la cuestión a los demás por email y en nuestros grupos de Telegram (tenemos uno para cada cosa) y quien sabe o sabe a quién preguntar ayuda como puede. Leemos los mensajes, nos acordamos del que llegó hace unos días si encontramos la respuesta tiempo después, y tratamos de cumplir con nuestra función de contar la crisis general y responder a los problemas particulares, uno a uno.

Una de las suertes es que una redacción es una pequeña familia que siempre se crece ante la adversidad. Estamos programados para las situaciones de emergencia, y esto lo he visto en eldiario.es, pero también en otras redacciones en las que he trabajado y en las que pienso ahora.

Ojalá los cínicos que imaginan conspiraciones o agendas partidistas vieran nuestras reuniones intentando discernir la complicada realidad. Ojalá vieran a los humanos detrás de cada dilema y cada decisión. Ojalá vieran cómo en las videollamadas nuestro Sindo Lafuente, capitán de la redacción, se pone cada día un sombrero para arrancarnos una sonrisa en medio de las dificultades. Un día un panamá -que se hizo en Ecuador, no en Panamá, y sobre lo que nos puede dar una lección magistral-, otro día, la gorra del Atleti; otro día, la gorra de un conductor de tren -nuestra favorita, creo. Ojalá.

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