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El votante es la princesa a cortejar (todavía)

Jail Bolsonaro, candidato a la presidencia de Brasil. EFE

Rosa María Artal

Si la histriónica sonrisa de Jair Bolsonaro hiela la sangre de cualquier demócrata, aún preocupa más el júbilo de los seguidores de este ultraderechista masivamente votado para ser el próximo presidente de Brasil. Racista, homófobo, machista al punto de considerar a su única hija entre cuatro varones “una debilidad” de sus capacidades, le entregan sus destinos sus propias víctimas. Miles de mujeres salieron a la calle contra Bolsonaro pero otras muchas le aclaman. “Solo” uno de cada tres electores de Bolsonaro es mujer, nos dicen. O con más precisión: un tercio de los electores es mujer a pesar de que considere a algunas “tan feas que no merecen ser violadas”. Defensor de la pena de muerte, de la muerte sin reglas porque el error de las dictaduras en torturar en lugar de asesinar, de los golpes de Estado. De destruir la democracia en la que no cree, en definitiva. Brasil es el ejemplo más claro de un pueblo que va a lar urnas para autodestruirse, como ya ocurriera con la Alemania de Hitler. En mayor número -un 46% de los votantes- que quienes auparon al nazismo en los años 30.

Los mercados aplauden el éxito de Bolsonaro, suben las bolsas y el apetito por sus bonos y ya se relamen por la anunciada venta de sus empresas públicas. Una entidad bancaria española, Bankinter, se suma a la causa y manda un mail a sus inversores en el que se felicita por la victoria de Jair Bolsonaro por ser “pro-business”. En cómo lo haga, no entran, aclaran.

Y esta realidad que nos abofetea no es para contemplarla entre receta y receta de un programa de cocina que incluya a unos cuantos despojos sociales famosos, un revolcón en camas a la intemperie televisiva o el más reciente chascarrillo del último idiota con aspiraciones de poder. El futuro se nos viene encima y tiene color de destrucción. De estupidez y odio en mezcla letal.

Es el modelo que ya aupó a Donald Trump a la Casa Blanca para que ampliara sus negocios. El tiempo ha confirmado los temores. La economía global se resiente por el proteccionismo que aplica y que, dicen, a la larga perjudicará también a EEUU. Su política contra la inmigración, con la separación de familias, con niños arrancados de los brazos de sus padres, podría considerarse un delito de Lesa Humanidad. Está pudriendo las instituciones. Acaba de verse con el forzado nombramiento Brett Kavanaugh como miembro vitalicio del Tribunal Supremo. Quienes en el Partido Republicano, su partido, le ayudan a cometer estos destrozos son sus cómplices, como cuantos callan pudiendo hacer oír su voz.

A este lado del Atlántico, los fascistas franceses e italianos –éstos en el gobierno con Salvini– firman alianzas para las próximas elecciones europeas. La UE se pudre con los gobiernos ultras que crecen en su seno. Hungría, Polonia, Eslovaquia, Malta, Bulgaria, Austria, netamente, y con fuerte presencia en otros muchos, hasta los nórdicos. Y si alguien –en extremo iluso– cree con estos gobiernos acaba la corrupción, no tienen más que ver Bulgaria. Una periodista de 30 años ha aparecido violada, desfigurada y asesinada. Investigaba desvío de fondos de la UE. Es la tercera periodista asesinada en poco menos de un año dentro de la Unión.

La derecha española borra memorias y se sube al carro destructor. ¿Saben cuál es, según sus declaraciones, “el ideal” de Pablo Casado? “Para mí el mundo ideal es que Foro, PAR, UPN, Ciudadanos, y Vox estemos unidos o en coalición”, ha declarado. Comparte el líder del PP muchas ideas con Vox, dice. Y aún lo ha concretado más en la COPE: “Casado cree que Vox defiende, como PP y Cs, los mismos ”valores esenciales“. De temblar. Sentir como propios los ”valores esenciales“ de la ultraderecha, muchos de ellos fuera de la Constitución. No hay motivos aún para la alarma, dicen. Estas perlas sueltas no bastan, pero flota un insistente rumor de ola, una tendencia, una moda a abrazar que no es ninguna insignificancia.

¿Cómo es posible que personas adultas y presuntamente decentes crean estas soflamas y se apunten a su propia autodestrucción? Causas hay, pero ha llegado la hora de insistir en que informarse es un deber de ciudadanía. Y el tiempo de reclamar lo más obvio: que pensar es un valor irrenunciable del ser humano. Solo la inmadurez grave inclina a actuar únicamente por emociones, sin un gramo de racionalidad.

Razones para el descontento, soluciones suicidas

La historia se repite, sí. Los abusos del capitalismo volvieron a desembocar en una crisis (2008) que empezó siendo económica y acabó siendo social por lógica matemática. Lo que llaman recuperación se ha hecho a base de esquilmar a los sectores más vulnerables. Los datos lo demuestran. Una vez más. “El 10% de la población española más rica ha pasado de acumular un 44% de la riqueza neta total en 2008 al 53% en 2014, según un estudio del Banco de España”, cita el fundador de Alternativas Económicas Andreu Missè. Lo ha hecho a costa del 20% más pobre. El empleo crece, aunque no para pagar las facturas. Y mucho menos alquileres de 1.700 euros. Según adelantó, casi al principio de esta senda, el Premio Nobel Joseph Stiglitz “la desigualdad ha sido una opción elegida, no un resultado económico inesperado”. Esto implica que existe otra opción: la de priorizar los intereses de los ciudadanos. Aunque parece que buena parte de los interesados no están por la labor. Hundiéndonos al resto.

La devaluación más devastadora de esta crisis ha sido la del ser humano. Personas responsables se preguntan cómo tratar a los ciudadanos ante esta ola creciente del fascismo. No como a niños. Hay que evidenciar, como hacía el periodista de La Vanguardia, Pedro Vallín en Twitter, las informaciones sesgadas y alarmistas de los medios. Saber que con ellas hacen caja. Antes de que Trump fuera elegido presidente de los Estados Unidos, Les Moonves, destacado directivo de CBS dijo: “Donald Trump quizás no sea bueno para los estados Unidos pero es una bendición para las televisiones”.

Esas bendiciones se vuelven veneno cuando no se digieren. El electorado aún es la princesa a cortejar –ya sabemos que la realeza queda fuera de toda consideración machista que se aplique a la plebe–. Se multiplican los análisis para saber si ha fallado la izquierda o la derecha tradicional en enamorarla para que esté cayendo rendida en brazos de los nuevos fascismos. Que son los de siempre, por cierto. Votan a Le Pen, por ejemplo, porque “la izquierda solo se preocupa de buscar el voto de jubilados y funcionarios”. La derecha y la ultraderecha, no, al parecer. Vean la pasión de Rivera y Casado por el funcionariado policial.

Amplios sectores de la sociedad española se levantan enaltecidos por una bandera utilizada ya para la crispación y el odio. Con políticos lanzados a por su silla de poder a cualquier precio. Con la furia en el gesto y la mirada. O la risa desencajada de los bolsonaros del mundo. El PP no ha querido perder la ocasión y ha presentado su campaña, España en tu balcón. España es una bandera. Enseñas varias, emblemas de los nacionalismos. Sus seguidores creen, al parecer, que les llenarán sus despensas, y les darán casa, empleo y futuro. O ni siquiera eso. Con las banderas, basta.

La gran diferencia entre el Crack del 29 y la crisis actual es que –tras el ascenso de los fascismo y la guerra mundial que provocaron– se aplicaron medidas correctoras. El presidente Franklin D. Roosvelt, aconsejado por el economista John Maynard Keynes, ya había separado la banca privada de la de inversión, la hucha del casino. Hoy desregulada otra vez. La Administración norteamericana elevó los impuestos hasta tasas del 90% para las rentas más altas durante más de dos décadas. Igual que el Reino Unido. Los gobiernos neoliberales los rebajaron. En España se llegó a cotas del 65%. Eran gestos más que realidades netas pero ahora no nos pueden decir que los beneficiarios de la crisis “se resisten” a una justa retribución. A subidas mínimas que nos deben al resto. Una política de redistribución fiscal es imprescindible. Y acabar con las trampas toleradas de la elusión y la evasión fiscal.

Y eso es competencia de los gobiernos. ¿Alguien con dos dedos de frente cree que estos problemas los van a resolver los políticos reyes de la demagogia?

En los cuentos de hadas en los que muchos parecen vivir la princesa preside los torneos en los que sus pretendientes luchan por su mano. Allá van con la bandera que carga la rabia desde los hombros, las ojeras, la burla de los valores esenciales degradados, cada cual con lo que le funcione para seducir. Pero la ultraderecha no cree en la democracia, no es demócrata, habrá que recalcar esa obviedad. No buscan conquistar a la princesa de los incautos, sino su reino. Se aconseja hablar claro a este electorado Para que no se queme en su propio incendio y arda nuestra vida con sus llamas.

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