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Temporeros: días sin tajo y noches al raso

El túnel

Concha Araújo

La esperanza de un empleo en los tajos de aceituna ha atraído a decenas de inmigrantes a la provincia de Jaén. En los años de bonanza, accedían con facilidad al empleo que los jornaleros nacionales desechaban por ofertas más estables. Este año, a diferencia del pasado, se prevé una buena cosecha y eso ha generado expectativas. De nada han servido las alertas de las administraciones sobre la suficiencia de la mano de obra local (Jaén ostenta el récord nacional de paro con más de un 40 por ciento) o los avisos de las organizaciones agrarias sobre el retraso en la campaña por la falta de lluvias en otoño, que anunciaban un inicio tardío de la cosecha.

Desde comienzos de noviembre decenas de temporeros deambulan de día por los lugares donde pueden buscarlos los patronos. De noche, acampan en cajeros y soportales. Cubren el suelo de cartones para aislarse de la humedad y esquivan las temperaturas bajo cero cubriéndose con mantas que los voluntarios de Cáritas y otras organizaciones sociales les reparten junto a tazas de leche caliente, galletas o magdalenas que les ayuden a sobrellevar las heladas nocturnas.

La capital y Úbeda son los focos donde se concentran a la espera de oportunidades que se difuminan por la crisis. Mohamed es mauritano y vive bajo un puente a pocos metros del albergue municipal, un lugar que se ha convertido en un asentamiento en el que habita en torno a medio centenar de personas durante todo el año. Llegó a España a comienzos de siglo y trabajó como albañil hasta que el maremoto inmobiliario lo arrastró a las campañas agrícolas.

“Hace cinco o seis años que trabajo para el mismo señor y este año lo he notado raro, me ha dicho que no tiene trabajo. Y eso que cobro menos: 45 euros al día”. Sabe que el patrón le da largas. Relata que no le ha servido de nada cobrar por debajo del jornal (el covenio fija la media en 55 euros al día) o aceptar que “si trabajo 50 días, al final sólo me da de alta 10 ó 12 ó 17”. Es consciente de que su desesperación hace “que todos engañemos y el gobierno coge menos dinero”.

Lola Deblas es una de las voluntarias de Cáritas que recorre cajeros y campamentos por las noches. Este año, su ruta incluye un asentamiento nuevo, a las afueras de Jaén, donde media docena de senegaleses se guarece del frío bajo dos tiendas de campaña. Asegura que “los engañan, todos te lo cuentan”. También le explican que “les han dicho que no hay trabajo, pero ellos esperan por si acaso”. Jamal es argelino y lleva casi todo el mes de tajo en tajo. Estaba en Úbeda la noche en que la policía los desalojó del pabellón polideportivo donde se habían resguardado del frío. “Vinieron gritándonos y nos echaron, no sé por qué. Nunca había sufrido cómo este año”.

Habla desde la experiencia. Llegó a España en 1991 con su familia. En 2006 volvieron Argelia, pero él regresa en todas las temporadas agrícolas para no perder el permiso de trabajo. Lleva 4 días en Jaén, estuvo otros 4 en Úbeda, ha pasado 2 en Linares, otros tantos en Torredelcampo, uno en Andújar… “En Villanueva del Arzobispo y en Villacarrillo -dice- un hombre viene a buscarnos, coge a unos cuantos y se los lleva al campo para trabajar por 25 euros al día”. El no fue uno de los elegidos. Seguir buscando es su única opción: “Si tuviera dinero para el billete me volvería a Argelia ahora mismo”.

“Pistoleros”

Los sindicatos ya alertaron, al comienzo de campaña, que una buena cosecha y un alto desempleo podrían ser una mezcla explosiva para las condiciones laborales. Los inmigrantes relatan historias que vienen a constatarlo. Agustín es rumano. En su búsqueda de tajos se ha encontrado con lo que él llama “pistoleros”: “te dan el trabajo a cambio de que les des una parte del jornal o te dejan vivir en una nave sin agua ni luz, por la que te cobran alquiler. Así, del jornal no te queda nada”. Vive en Valladolid desde hace 10 años. Ahora peregrina buscando trabajo. “Vengo de Sevilla, pero antes he estado en Logroño, en Zaragoza, en Madrid…”.

Alex es de Ghana y lo primero que dice al ver al grupo de voluntarios de Cáritas que le ofrece leche con cacao y galletas es “soy cristiano”. Su suerte rompe la tónica general. “Llamé al jefe de Mancha Real y me dijo que empiezo a trabajar el día 8: tengo 23 días de trabajo”. Su problema es qué hará hasta entonces. No tiene techo ni dinero. Su opción es resistir, probar suerte en un albergue, acudir al comedor de Cáritas o al centro de día que proporciona desayuno y la oportunidad de asearse.

En la capital, el albergue municipal (194 plazas para hombres y 6 para mujeres) está completo desde el día de su apertura, el 22 de noviembre. Cáritas tiene otro centro, con medio centenar de plazas que también se llena cada noche. En toda la provincia hay 24 centros públicos de acogida, con más de 800 plazas. En ellos, los jornaleros tienen alojamiento, cena y ducha garantizada durante tres días, después les proporcionan un billete de autobús que les permite desplazarse a otro lugar de la provincia y seguir buscando. Los que no encuentran plaza, acampan donde pueden.

En Úbeda, hay al menos un centenar de personas durmiendo en la calle, incluso después de la apertura del albergue municipal y del que sostiene Cáritas. “La mayoría están desilusionados y pensando en irse”, explica Ana Belén Lainez, una de las voluntarias que los atiende, “porque saben que no hay trabajo; otros mantienen aún la esperanza porque saben que lo gordo de la aceituna no ha empezado”. Su rutina es siempre la misma. “Los jefes” van a buscarlos a la estación de autobuses. Allí pasan el día, esperando. Luego llega la negociación: “algunos pagan lo establecido en el convenio y otros se aprovechan, porque saben que ellos no van a decir que no”, señala Lainez.

El foro provincial de la inmigración advirtió que no habría empleo en la aceituna porque la mano de obra local bastaba. Sin embargo, muchos siguen arriesgándose. Es el caso de Uri. Es guineano. Es la primera vez que acude a esta campaña. En Lérida, durante la cosecha del melocotón “un chico de Granada que trabajaba conmigo me dijo que aquí había trabajo y he venido a buscar”. Todas las historias se parecen. Sólo cambian los nombres y el país de origen. “Encontramos sobre todo a gente de África Subsahariana, rumanos, algún polaco”; dice Deblas. ¿Y españoles? “Sí, la semana pasada un chico de Almería y la primera noche un chico de origen senegalés que fue adoptado por una familia catalana. Era abogado. Con él había un ingeniero. Estaban en el túnel”, sostiene Lola. “Te quedas flipada”.

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