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Buscando Waslala: testigos de la educación como arma contra la pobreza

Javier Lafuente y Mayte Carrilero, autores del Proyecto Buscando Waslala (Foto: Proyecto Buscando Waslala).

Pau Rodríguez

Barcelona —

Mayte Carrilero y Javi Lafuente, maestros de profesión –ella de educación especial, él de informática– se lanzaron a la búsqueda de Waslala hará exactamente dos años. Han recorrido todo el planeta tratando de encontrar este enigmático lugar, y mientras tanto han recopilado en su libreta de viajes distintas experiencias personales en las cuales la educación haya jugado un papel determinante para sacar de la miseria a individuos y colectivos. La educación como motor de cambio social. De la India a Colombia, desde Cuba hasta Nepal, el Proyecto Buscando Waslala –aquí pueden consultar su web– consituye un testimonio del valor de la educación como herramienta para romper cadenas generacionales y colectivas de pobreza.

La pareja, que partió en primavera de 2011 después de haber ahorrado lo suficiente, se encuentra ahora de vuelta en su ciudad, Valencia, a punto para dar salida a las vivencias acumuladas.

¿Qué es Waslala? ¿Y por qué lo andáis buscando?

JAVI: Siempre hemos tenido dos pasiones, la educación –nuestro trabajo– y viajar, así que se nos ocurrió una idea para unirlo: buscar historias por todo el mundo que demostraran cómo la educación puede ayudar a mejorar la vida de las personas que viven en situaciones de precariedad y también las de su entorno. Esto es el proyecto Buscando Waslala.

MAYTE: Waslala es el título de la novela de una escritora nicaragüense, Gioconda Belli. En el libro Waslala aparece como un lugar utópico, en el que vive una sociedad feliz, y la novela trata de un hombre y una mujer que van en su búsqueda. Además, nosotros nos conocimos precisamente en Nicaragua, en un proyecto de cooperación, así que creímos que el título era adecuado.

Tras casi dos años de recopilar experiencias, ¿se cumple vuestra hipótesis?

MAYTE: Hemos encontrado experiencias en las que claramente se ve una transformación. De hecho, no sólo buscábamos personas de entornos desfavorables que hubieran mejorado su situación, sinó personas que además hubieran ayudado luego a mejorar el mismo entorno. Y la verdad es que casi no tuvimos que buscar: familias, conocidos... acudían a nosotros a explicarnos sus casos increíbles.

Habrá también experiencias frustradas. ¿Vuestra intención era sólo recoger las historias positivas?

JAVI: Claro. Por ejemplo, en Medellín entrevistamos a un chico y a una chica que habían sido niños soldado. En ese caso, nuestro objetivo no era explicar lo mal que lo había pasado esa persona, ni los casos perdidos, sino que su vida había mejorado gracias a una organización que le proporcionó unos estudios que luego le permitieron acceder a un oficio. Sí que buscamos la parte positiva, de superación. Si quieres dirigirte a gente jove, a un aula por ejemplo, donde los alumnos pueden sentirse identificados –a mayor o menor escala–, creemos que hay que mostrar la vertiente esperanzadora. Cuando hablamos con ellos nos dimos cuenta de que, a pesar de las situaciones duras por las que habían pasado, eran niños, nada más que eso. Y eso es lo que queremos que vea un joven de aquí. Que son gente normal que ha pasado por malas experiencias y las ha superado.

¿Cuál es el papel de la educación en un caso tan dramático como este?

MAYTE: Nosotros estuvimos con la organización Ciudad Don Bosco. El niño, después de abandonar el grupo armado, pasaba una serie de pasos: primro un proceso de rehabilitación, en el que tomaba conciencia de dónde venía y por qué, luego atención psicológica, y luego pasa a un centro donde recibe educación formal –mates, ciencia, lenguas...–. Cuando ya son mayores, acuden a talleres. El chico con el que hablamos había llegado incluso a la universidad.

Tras recopilar todas estas experiencias, ¿qué pensáis hacer?

MAYTE: El primer objetivo, que era de enriquecimiento personal, ya está conseguido. Ahora nuestra intención es llevarlo a las aulas –de España o de donde sea– y explicar a los alumnos el valor de la educación, de la superación personal, que aprendan de otras culturas. En definitiva, que nuestras historias les sirvan de inspiración.

JAVI: Algunos compañeros maestros han presentado ya en las aulas nuestras experiencias.

MAYTE: En Alicante, en un instituto, una maestra trabajó con nuestros artículos y vídeos, para que los chavales debatieran, sacaran sus conclusiones, reflexionaran...

JAVI: Y son sorprendentes los resultados. Les hace pensar que lo que ellos hacen todos los días, este gesto tan obvio de acudir a la escuela, es una suerte. Que hay gente que lucha de una manera bestial para conseguirlo. Es cierto que esto lo podrían haber visto también en televisión, pero tiene más efecto cuando se trabaja en clase. Es muy reconfortante para nosotros. Pero todavía tenemos que elaborar los materiales didácticos para que se trabaje mejor.

¿En qué consistirán estos materiales?

JAVI: Alrededor de los artículos que hemos redactado, haremos una guía didáctica con propuestas para los profesores: contextualizaremos las historias, propondremos actividades dinámicas, preguntas a realizar, propuestas de debates, ¡incluso que puedan ponerse en contacto con algunos de los protagonistas! Divulgaremos estos materiales entre los maestros de la comunidad valenciana y, si puede ser, del resto de España.

Entre todas las vivencias relatadas, ¿habéis encontrado un denominador común, aparte del papel de la educación?

MAYTE: Sí. Detrás de cada persona con la que hemos hablado hay una historia de superación personal.

JAVI: El caso de superación más idóneo sea quizás el de un chico que vivía en un pueblecito de las montañas de Nepal. De familia humilde, padre porteador, él siempre había tenido empuje para estudiar. Asistía a la vez a las dos escuelas de su pueblo, la nepalí y la tibetana, pero vio que para seguir estudiando –en escuelas de más calidad– debía ir a Katmandú. Y como sus padres no podían pagárselo, se pasó dos años –desde los 8 a los 10– abordando a todos los estranjeros que llegaban al pueblo –a hacer escalada o lo que fuera – y les pedía que le pagaran los estudios. Al final convenció a un estudiante alemán, y acabó yendo a Katmandú. Allí, como llegaba mal preparado, empezó suspendiendo casi todo, pero al cabo de un tiempo ya era el primero de la clase, con beca y todo, y acabaron adelantándole de curso. Es una historia de esfuerzo impresionante.

Habéis estado también en Cuba. ¿Qué encontrásteis allí?

MAYTE: Sabíamos que Cuba sería diferente, porque no hay problema de acceso a la educación. Por lo que decidimos entrevistar a tres generaciones de mujeres, con las que estuvimos viviendo. Desde la abuela, que había sido alfabetizadora con la llegada de Fidel Castro, hasta la nieta, ahora en la universidad. La abuela, cuando triunfó la revolución, con solo 11 años, se fue a vivir con una comunidad rural perdida en el monte para enseñárles a leer y a escribir. ¡Y encima aquella comunidad no era partidaria de aprender!

JAVI: Estuvimos en Cuba un mes, y hablando con la gente les decíamos que nos costaba encontrar experiencias en los que la educación estuviera provocando un cambio social. Hasta que un profesor de universidad nos dijo: “No, es que aquí ya lo fue”. Y es verdad: todo el mundo tiene acceso a la alfabetización.

¿Qué historia en particular os ha sorprendido más?

JAVI: La imagen más impactante, muy representativa de nuestro proyecto, fue Varanasi.

MAYTE: Era un slum en la India, donde la mayoría de niños trabajaban recogiendo basura. Vimos como una ONG trabajaba con ellos y sus familias, ¡y funcionaba! Vimos como de entre las montañas de plástico y basuran donde vivían, los niños se arreglaban para ir al colegio, ante la cara de orgullo de sus madres... La vida de esos niños, gracias al acceso a la educación, ya ha cambiado: leerán, escribiran y aprenderan en vez de verse obligados a recoger basura para malvivir, ya desde pequeños.

Otras historias nos tocaron más de cerca, como en Nicaragua, porque allí habíamos estado ya hacía cinco años, y estuvimos con la maestra la que yo ya había convivido. Una persona luchadora: trabaja en el campo, es una figura importante en su comunidad, lidera un proyecto de aguas potables, es maestra con Escoles Solidàries [una ONG valenciana]... Allí hablamos con toda una serie de chicos que habían sido becarios. No fue tan impactante pero sí nos tocó más personalmente.

¿Cuál es el papel de las familias en las situaciones que habéis visto?

MAYTE: Hay padres a los que cuesta ver el beneficio de la educación, porque necesitan dinero para comer. Pero si les convences para escolarizar a dos de sus cinco hijos, ya es algo. En otros casos, en cambio, es al contrario.

JAVI: Hay casos en los que la familia hace todo lo que puede y más. Como en el caso de Krishna, un hombre que vive en Balewa, un pequeño pueblo en el desierto del Thar, en India. La familia hizo todo lo que pudo para que fuera a la escuela, y acabó yendo a la universidad. Gracias a ese apoyo Krishna logró romper la cadena de pobreza de sus padres y abuelos y incluso volvió a su pueblo y montó una escuela. El papel de la familia siempre es fundamental. Incluso en España, la separación que existe entre escuela y familia es uno de los problemas que padece la educación.

Concluido el viaje, ¿habéis encontrado Waslala?

MAYTE: Hay varias respuestas para esta pregunta [ríe].

JAVI: Para nosotros Waslala es un estado mental. Mientras no pueda existir como lugar real y físico, será una actitud.

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