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Carta a Felipe, desde el socialismo catalán

Jordi Font

Barcelona, 3 de septiembre de 2015

Hola Felipe,

respondo a la tuya del 31 de agosto. En ella, nos hablas, a propósito de la deriva independentista inducida por CDC, de “una aventura ilegal e irresponsable que pone en riesgo la convivencia entre los catalanes”, en referencia a quienes, por su origen o por el de sus padres y abuelos, se sienten españoles además de catalanes. No puedo estar más de acuerdo. Aznar dijo algo parecido, pero que nos sonó a amenaza o a chantaje: “Para romper con España, Cataluña va a romperse antes como sociedad”. Tal vez porque la ubicación política de quien lo decía se correspondía con la de aquellos que, en los setenta, intentaron sin éxito avivar los rescoldos del viejo lerrouxismo. Tus palabras, por el contrario, son las de quien entonces jugó abiertamente contra esa posibilidad, propiciando la unidad socialista en Cataluña, defendiendo la integración en la sociedad de destino de quienes habían llegado de otros pueblos hermanos y promoviendo con ello la unidad civil del pueblo de Cataluña. Por eso y porque fuiste el gran apoyo para el retorno de la Generalitat exiliada, para el reconocimiento de las “nacionalidades” en la Constitución, para el modelo lingüístico catalán…, como también quien consiguió el fin del golpismo e impulsó el ingreso en Europa, el Estado del bienestar, con escuela y sanidad para todos… Por todo ello, los catalanes, de forma muy mayoritaria, te votamos siempre, hasta en los momentos en que el apoyo del resto de España languidecía.

Por todo ello, tu parecer nos interesa, sea para estar de acuerdo o para discrepar, aciertes o te equivoques, pero desde el respeto que merece un viejo y determinante amigo de Cataluña, que se toma ahora la molestia de mandarnos una carta. Y nos resulta ajena y odiosa la suficiencia y el desprecio de los nacional-leninistas, quiero decir de quines pretenden encarnan en exclusiva el sentido de las cosas y la causa de Cataluña. Las descalificaciones y anatemas que sueltan a diestro y siniestro no están a la altura de Cataluña y son, ciertamente, de muy mal augurio.

Sólo unas pocas consideraciones sobre tu carta:

  1. El fascismo italiano y el nazismo alemán suenan como algo demasiado gordo referidos a Cataluña y, no solo por la emblemática tradición antifranquista de ésta y por su reconocida capacidad de convivencia, como tu mismo señalas, sino también porque es infinitesimal lo que pueda haber de eso en el amplísimo movimiento de rechazo que generó en Cataluña el “via crucis” del Estatut, en el que no faltaron ninguna clase de insultos, escarnios, “cepillos”, burlas y ninguneos. Se trata de un movimiento de raíz democrática y en buena medida progresista, que exige respeto y el debido reconocimiento para su nación, su lengua y su cultura, además de un trato económicamente justo. Y que, si ello es inalcanzable en España, si la voluntad de Cataluña no cuenta como tal -solo inmersa y diluida en la tan superior demografía española-, si por todo ello se sienten vivir en casa ajena, es normal que digan basta y que consideren llagada la hora de los que propugnan un cobijo propio, aunque sea sin reparar en costes económicos y humanos.
  2. Otra cosa sería hablar, más allá de los independentistas de siempre, de quines corrieron a canalizar este flujo masivo para monopolizarlo y para usarlo como carburante al servicio exclusivo de sus finalidades. No es que sean tampoco nazis o fascistas. Lo sabes, trataste con ellos y con su falta de proyecto desde el gobierno. Siempre se situaron entre el nacionalismo, de un lado, y el oportunismo del bussines party del otro. Pregonan que su único norte es la nación, sin más. Los hay en Cataluña como los hay en toda España, aunque en ésta, no se reconozcan como tales y se presenten como meros defensores del Estado de derecho, del que tiran para su uso exclusivo (lengua única, regateo y burla a las otras lenguas, modelo radial en las infraestructuras, pérdida de posiciones de las comunidades donantes en el rànquing del gasto público por habitante, etc). El nacionalismo es peligroso en todas partes, como lo son todas las ideologías absolutas. Disponen de “la verdad” y ésta lo justifica todo. La historia nos enseña que, cuando se exasperan, acaban gestando al monstruo. Y hay que decirlo, para poner a la gente en guardia, para que no se dejen llevar a cualquier parte y sobre todo para hacer frente a ciertas actitudes que emergen en unos pocos. Y es que, cuando se les ofrece una coartada absoluta, los canallas se envalentonan y algunas pobres gentes tienden también a encanallase. Es lo último que quisiéramos para cualquier pueblo. Y es lo que menos le conviene a Cataluña, porque la nación es el consenso renovado de la ciudadanía (Renan) y, si éste flaquea, si la división cristaliza, la nación se diluye.
  3. Hablas de “la convivencia secular en este espacio público que compartimos”: España. Habría que convenir que lo de “compartir” ha sido siempre una excepción, si es que hablamos de los pueblos y no de la típica alianza de intereses entre clases dominantes, que es lo que prevaleció. La mayor parte del tiempo, en España, los pueblos no “compartimos” más que la represión. Aunque Cataluña, Valencia, Baleares, Euskadi y Galicia más que nadie, porque fueron despojados hasta de su lengua y de su cultura. Lo sabes y lo dijiste muchas veces.
  4. Por otra parte, está eso de la España “secular”. Para ser precisos, solo desde 1714 podemos hablar de Estado común, eso sí, impuesto por las armas. Y, si miramos atrás, es obligado reseñar la Cataluña articulada en torno al condado de Barcelona y más aun la Corona de Aragón o confederación catalana-aragonesa, una entidad compuesta y multilingüe (catalán, castellano, provenzal y latín), con Cortes específicas en cada reino integrante, también en los conquistados como Valencia, Baleares, Sicília, Nápoles... Un modelo que contrastaba con la monarquía castellana, basada en el “poderío real absoluto”. El juramento de lealtad al conde-rey era el siguiente: “Nos, que somos igual que Vos y, juntos, más que Vos, os juramos lealtad y obediencia, siempre que guardéis nuestras constituciones. Y, si no, no”. Una realidad de la que Pierre Villar hablaba como un Estado-Nación avant la lettre. La cultura política catalana del Estado compuesto y del pacto entre iguales no es algo nuevo, tienen raíces muy profundas, siempre en contradicción con el absolutismo que imperó en España y con el jacobinismo, que fue su correlato democrático.
  5. Cataluña es una comunidad política, cultural y lingüística que existe, es reprimida y resurge desde la Edad Media hasta hoy mismo y que siempre estuvo dispuesta a compartir un mismo Estado hispano, pero en pie de igualdad. Un Estado que lo sea de la lengua y la cultura catalanas como lo es de la lengua y la cultura castellanas. Como decía Salvador Espriu, el poeta de Sinera y de Sepharad, dirigiéndose a los intelectuales castellanos, con palabras claras e inequívocas: “Llull y Cervantes, de tu a tu”. Un Estado que asuma la defensa y el pleno desarrollo del catalán, en todas las tierras peninsulares donde se habla, sin más regateos, sin más guerra sucia, sin más mofas ni escarnios. Un Estado del que no quepa pensar que admite la diferencia como mal menor, provisional y en su rincón, a la espera de que el tiempo y el debido “cuidado” (Felipe V a los corregidores) trabajen por la asimilación.
  6. Me siento federalista, pero de un federalismo que no encorsete lo que somos en un nuevo molde uniformador, en un nuevo “café para todos”, en nombre de la igualdad. La diferencia no se opone a la igualdad sino al uniformismo. Claro que todos los ciudadanos de un Estado han de disponer de unos mismos derechos básicos, sólo faltaría. Pero ello no puede usarse para negarle a Cataluña lo que es. Por eso, la reforma federal, para ser válida, debería ser también un pacto plurinacional, de forma que España fuera, finalmente, de verdad, la casa común de todas las realidades nacionales que la integran, la “nación de naciones” de la que nos hablaste. Tratar de escamotearlo es perpetuar una dominación secular y es condenar a Cataluña a la exasperación. Más aun cuando ello ya venía apuntado en el pacto constitucional de 1978 -“nacionalidades y regiones”- y ha sido siempre ignorado, hasta ser negado abiertamente por la malhadada sentencia contra el Estatut. Ahí está el problema de fondo. Esto es lo que hay que solucionar. Debería asumirlo el PP. Y deberías hablar de ello con algunos “barones” y “baronesas” socialistas que confunden los términos, no se sabe si por ignorancia o por demagogia. Una carta abierta tuya al respecto podría ser muy útil para avanzar en el camino de las soluciones.

Un abrazo. Y, aunque les moleste a los mal educados, no dejes de escribirnos.

Jordi Font

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