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Neus Català: Un siglo de resistencia y esperanza frente al horror nazi

Neus Català posa con una foto de su reclusión en el campo de Ravensbrück

Oriol Solé Altimira

El rostro de la resistencia y la esperanza frente a la barbarie nazi ha cumplido este martes un siglo de vida. Este rostro es de una mujer: Neus Català, la última superviviente española viva del campo de concentración de Ravensbrück. Català ha pasado el día de su cumpleaños en la residencia de ancianos de Guiamets (Priorat), el pueblo tarraconense que la vio nacer el 6 de octubre de 1915.

Català nació en el seno de una familia de campesinos pobre, como tantas otras de la Catalunya rural de principios de siglo. La influencia de su padre hizo adquirir a Català la conciencia y los ideales feministas y comunistas que ha mantenido toda su vida. “Durante la dictadura de Primo de Rivera en casa cantábamos la Marsellesa, el himno de Riego, la Internacional y Els Segadors”, confesaba Català a Montserrat Roig en una entrevista de 1978 que, casi cuarenta años después, todavía ocupa un lugar destacado en la hemeroteca sobre los españoles que fueron deportados a los campos nazis.

Con cien años, Català mantiene el espíritu de la joven que no quería verse casada y confinada en un pueblo del Priorat y decidió estudiar enfermería para ayudar a los más desfavorecidos. No ha podido asistir al acto de homenaje que este martes ha organizado la Generalitat para clausurar el año dedicado a esta luchadora antifascista, que ha contado con el monólogo interpretado por Mercè Arànega “Neus Català. Un cel de plom” y las “Cançons de Resistència” con la voz de Marina Rosell y los bailarines de la compañía BCN City Baller.

Estas expresiones artísticas han servido para poner de manifiesto la doble explotación que Català sufrió a manos de los nazis por, además de antifascista, ser mujer. Pero Català no se rindió. Bajo la salvaje mirada de los SS, Català y sus compañeras del Comando de las Gandulas inutilizaron casi 10 millones de balas nazis. En un principio redujeron adrede la producción. Después, lanzaron moscas, aceite e incluso escupitajos a la maquinaria que producía el armamento en la fábrica de Holleischen.

Pero Català y sus compañeras llevaron más allá su compromiso con la libertad incluso en las más penosas circunstancias y se negaron a cobrar el ínfimo sueldo que los nazis pagaban a las reclusas por jornadas de doce horas. “Les dijimos que éramos enemigas del Reich, resistentes, que no aceptaríamos nunca dinero por un trabajo que nos obligaban a hacer por la fuerza. Nos pegaron pero nosotras nos negamos a cobrar”, explicaba Català a Montserrat Roig.

Català mantuvo inalterable su valentía tras su salida del campo. No sólo siguió combatiendo al franquismo desde la clandestinidad. Tampoco ocultó el trauma que le provocó Ravensbrück ni dejó que el olvido se apoderara de su paso por uno de los centros del horror nazi. En el fragmento más estremecedor de su conversación con Roig, Català explica los esfuerzos que debió acometer para llevar una vida “normal” tras su liberación, y cómo se levantaba por las noches llorando tras ver en sueños a sus hijos en un campo de concentración. “Cuando dormimos revivimos los fantasmas del pasado. Era horroroso e insoportable”, contaba.

Los fantasmas que torcieron ese sueño de libertad que trajo la Segunda República empezaron a aparecer durante la retirada republicana hacia Francia en los últimos días de la Guerra Civil. Català cruzó la frontera con los 180 niños huérfanos que había cuidado durante el conflicto bélico en Premià de Mar (Barcelona). Tal era el instinto de protección que sentía hacia los pequeños que Català se encaró con la enfermera jefe francesa que maltrataba a los chavales arreándoles golpe con un zapato.

En Francia, Català se enroló en la Resistencia antifascista. Su nombre en clave era Paulina. Tras una denuncia fue encarcelada en Lemoges en 1943 y en 1944 fue confinada en un vagón de ganado junto con otras 80 mujeres destino a Ravensbrück. Allí, Català vio mujeres colgadas y electrocutadas en las vallas del campo en un intento de huir del horror.

Al llegar al campo, con temperaturas de veinte grados bajo cero, Català vio salir de los barracones a mujeres “que sólo tenían vivos sus ojos; sus cuerpos eran de cadáver”, según relataba a Montserrat Roig. Català no olvidaba en 1978 ni hace tres años, en su última aparición televisiva en TV3, el olor de carne humana muerta del campo y su chimenea humeante. “Venían los cuervos atraídos por el olor de carne humana quemada. Ese olor de Ravensbrück es indescriptible”, recordaba. Tras la liberación de Ravensbrück por el Ejército Rojo a finales de abril de 1945, Català salio del campo sola, se arrodilló y besó la tierra en la que había estado reclusa.

“Ya sé que soy vieja, pero mis ideas son jóvenes”, decía Català en TV3. Inquebrantable, expresaba su deseo de estar con los indignados del 15-M en la plaza Catalunya de Barcelona si los achaques de la edad no la mantuvieran en la residencia dels Guiamets. Con 100 años y el horror nazi a sus espaldas, Català conserva la dignidad y la rebeldía para creer que todo puede cambiar.

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