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Un elefante en una cacharrería

José Ramón González Cabezas

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El conseller de Interior de la Generalitat, Felip Puig, ha dado desde el primer día pruebas abundantes de su incapacidad e insolvencia para ejercer como máximo responsable de la policía de Catalunya. La última demostración de su conocido hooliganismo político ha sido su disquisición entre “legalidad jurídica” y “legalidad democrática” para emplazar públicamente al cuerpo de los Mossos d’Esquadra a obedecer las órdenes del Gobierno autónomo en un virtual conflicto con el Gobierno central en torno a la eventual convocatoria de una consulta sobre la independencia.

El dirigente de CDC, que exhibe sin tapujos en público y en privado su fervor independentista al mismo tiempo que ejerce su función al servicio de la ley, eligió no por azar el primer congreso del Sindicato de Mandos de los Mossos d‘Esquadra (SICME) para lanzar su filípica y expresar su confianza en que los Mossos “estarán al servicio del país y sus instituciones”. Con un ‘ejército’ de 12.000 agentes del cuerpo, a los que habría que sumar los 11.000 policías locales que también están bajo la autoridad del Gobierno de la Generalitat, el conseller Puig no olvidó subrayar la naturaleza de los Mossos como “estructura de Estado”. Más claro, agua.

Las reacciones de condena no se han hecho esperar en medios políticos y el caso ha merecido hasta una admonición mejorable por parte de la vicepresidenta del Gobierno. Sin embargo, la réplica más significativa ha llegado del propio Sindicato de Policías de Catalunya (SPC), nada sospechoso de antinacionalista, que no ha dudado en leer la cartilla al consejero: ''La obediencia debida no podrá amparar órdenes que entrañen la ejecución de actos que manifiestamente constituyan delito o sean contrarios a la Constitución o a las leyes“, afirma el SPC en su comunicado, en el que recuerda que ”no somos el ejército de un país“ sino una policía al servicio ”del país y de todos los ciudadanos y ciudadanas“.

El conseller del bate

No es la primera vez que Puig choca con sus subordinados, pero es la primera ocasión de peso en que el conseller, capaz de posar en público con un bate de béisbol como primer garante de la ley y el orden, es desautorizado de forma contundente en base a sus propios principios y obligaciones. Felip Puig aterrizó en su día por sorpresa en el departamento de Interior como un elefante en la cacharrería, dispuesto a culminar su carrera política sobre las cenizas de la izquierda tricolor y, más concretamente, sobre la nefasta gestión de su antecesor, el ecosocialista Joan Saura. Tal vez ya lo ha rebasado con creces.

En efecto, ante la fulminante evolución de los acontecimientos políticos y el vendaval de excesos generado en torno al giro independentista de CiU, ya hay quien lo sitúa en la estela de Josep Dencàs, conseller de Gobernación de Lluís Companys, que huyó de la Generalitat a través del alcantarillado durante la trágica aventura del 6 de octubre de 1934. Así es la música heavy que corre por las redes y toma cada vez más cuerpo en las mal llamadas “tertulias”, donde ya es posible ver a colegas de un mismo medio increpándose agriamente a cuenta de la independencia a través de las cámaras del propio grupo al que sirven. Los debates ya no son en clave política o periodística, sino estrictamente personal.

Ensoñación y realidad

La desdichada incursión del conseller de Interior en un pleito de jurisdicciones que ni siquiera ha sido planteado se inscribe de forma cruda en el escenario de ensoñación y aventurerismo que preside la escena política catalana. Reina una suerte de gran excitación o ilusión colectiva sobre un marco invisible que, sin embargo, convive o enmascara una situación social y económica perfectamente visible y atroz. El amago insurreccional de Felip Puig sin duda añade decibelios al estrépito de la precampaña electoral y refuerza el ego patriótico del conseller; pero nada es inocuo en un tema que atañe a los cimientos de la convivencia civil y, al mismo tiempo, a la noción de identidad y pertenencia de todos los ciudadanos.

Tras pasar por las consejerías de Medio Ambiente y, posteriormente, Política Territorial y Obras Públicas, Felip Puig está considerado como uno de los dirigentes más firmes del sector soberanista de CDC que ha hecho bascular al partido hacia la independencia. Su papel como máximo responsable de la Policía y la política de Seguridad de Catalunya ha rozado por momentos el despropósito, tanto en la errática política de nombramientos como en la gestión de conflictos. La caótica y áspera carga policial del 27 de mayo de 2011 en pleno corazón de Barcelona y la espectacular operación helitransportada durante el asedio al Parlament, el 15 de junio del mismo año, ilustran su atropellado paso por la conselleria. Como un elefante en la cacharrería.

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