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No te rías de One Direction

One Direction

Lucía Lijtmaer

Tenía que pasar. La salida de Zayn Malik de One Direction provocó agitación, lloros, desmayos y decepción descontrolada entre sus fans. Después de desearle lo mejor al excomponente, sus compañeros Harry Styles, Liam Payne, Niall Horan y Louis Tomlison siguieron su camino, pasando así a ser un cuarteto triunfador con la friolera de 50 millones de álbumes vendidos en todo el mundo. El martes se filtró una canción acústica de Malik en las redes -nada muy loco, una balada de amor que apela a los buenos sentimientos- y su compañero de banda Tomlison, le acusó de insensible e inmaduro en Twitter, comenzando lo que puede convertirse en una escalada de improperios hasta la ruptura final. Y si es así, repetimos: tenía que pasar.

La afirmación no requiere una sabiduría fuera de lo común, ni superpoderes pop. Al fin y al cabo se trata de la narrativa clásica de las boybands, que es siempre calcada: ensamblaje de grupo, triunfo relativo, triunfo absoluto, egos desmesurados, fuga de uno de los miembros, peleas con mensajes más o menos disimulados en la carrera del tránsfuga en solitario, disolución de la banda, travesía del desierto y reunión climática para rememorar los éxitos de la etapa de esplendor.

La narrativa continuada

Esta trayectoria se repite prácticamente sin estorbos desde hace veinte años. Las primeras dos etapas -ensamblaje y triunfo relativo- fueron excelentemente cubiertas en el documental de la BBC The making of a boyband (“La creación de una boyband”) en la que se tomó como ejemplo de laboratorio a Upside Down desde las primeras audiciones, pasando por el estilismo del grupo, los ensayos, el rodaje de videoclips y la puesta de largo en la gala de una revista para adolescentes a mediados de los noventa. Tras llegar a los primeros puestos de las listas de éxitos durante un par de años, ya solo las muy fanáticas del momento se acuerdan de ellos.

El triunfo absoluto, los egotrips y la fuga de los miembros forman parte de todas las trayectorias conocidas: Spandau Ballet, Bros, New Kids on the Block, Take That y Backstreet Boys sufrieron las idas y vueltas de alguno de sus miembros, con el consiguiente reproche en algunos casos. Quizás el más famoso sea el de Robie Williams, que plasmó en No regrets su amargura con el resto de Take That, y se convirtió en uno de sus singles más vendidos en su primera etapa como solista.

La propia naturaleza de la boyband hace de la travesía del desierto y el final dos momentos difíciles y de mucho sufrimiento. Pese a que algunos grupos se forman de manera independiente, la mayoría se consideran bandas manufacturadas por managers o productores musicales, y en la mayoría de ocasiones a cada miembro del grupo se le otorga una característica rayana en el estereotipo (“el joven”, “el rebelde”, “el bromista”). Todo esto provoca el desdén de una gran parte de la prensa musical, que cubre los conciertos durante el periodo de gracia como fenómenos puramente sociológicos, y con el fin del éxito puede ser espectacularmente cruel y despreciativa.

Las bandas Westlife y 'Nsync se quejaron durante décadas de la falta de preguntas sobre las canciones y los álbumes por parte de los periodistas especializados, mientras, a su vez, el crítico de The New York Times Jon Pareles se lamentaba de la hegemonía en las listas de éxitos de la música para adolescentes basándose en que “sus gritos chillones no dejan espacio para músicas más maduras”.

El chiste no son ellos

Pese a que la principal queja de los medios de comunicación especializados suele ser que las boybands son un producto, esto no sirve para sustentar su escarnio continuado. La Motown, por ejemplo, no era sino una discográfica especializada en producir de manera serializada grupos -muchos de chicas- y fue glorificada por la misma prensa que, a su vez, alaba a ídolos del mainstream como Beyoncé o Shakira.

Maura Johnston daba cuenta en The New York Times del sesgado tratamiento a las boybands: “Se le suelen adjudicar adjetivos como ”azucarado“, ”música chicle“ o ”falsa“. El ejemplo de The Beatles -que causaban desmayos masivos antes de ser entronizados en el canon del rock clásico- o Justin Timberlake -que sacó un sorprendentemente adulto FutureSex/LoveSounds después de dejar ’N Sync, se olvidan convenientemente para sumar puntos”.

En la misma línea, la periodista Miranda Sawyer apuntaba hacia la audiencia y advertía un fenómeno común entre varios grupos. Aquellos que quisieron ser tomados en serio por la crítica musical debieron modificar el foco: “Si a muchas chicas les gusta un grupo, la lógica que no se explicita es que es una mierda. Si eres un grupo como, por ejemplo, Blur, tienes que deshacerte de tus fans femeninas para poder ser respetado”.

La subversión está en el deseo

La crítica Gayle Wald, en I want it that way, su estudio sobre las boybands, apunta a que este tipo de grupo obtiene críticas aún más feroces por lo que ella denomina “la masculinidad para nenas” que acuñan. “La masculinidad para nenas que muestran estos grupos da como consecuencia la popularidad entre chicas preadolescentes y el escarnio entre los hombres en general y los críticos musicales en particular”.

Esa masculinidad feminizada es lo que resulta subversivo para Wald, ya que, a diferencia de grandes estrellas que coquetearon con masculinidades no normativas, identidades sexuales difusas y retuvieron el favor del público mayoritario y el gusto de la crítica -Kurt Cobain, Prince o David Bowie-, se construye como algo homoerótico e inaceptable en los códigos tradicionales. Es decir: aunque está hecho para las fans chicas heterosexuales, es subversivo e inaceptable.

Ante la crítica contemporánea que responde sobre la vacuidad y mercantilismo de la música de boybands, Wald advierte que “hasta las formaciones culturales más evidentemente patentadas y mercantilizadas están repletas de interés y valor cultural, no únicamente antropológico”.

En este sentido parece oportuna la exploración que se ha hecho sobre el valor, precisamente, de One Direction, llamada a ser la boyband posmoderna del siglo XXI. Teniendo en cuenta los clichés y repeticiones de la música serializada de la boyband, Spencer Kornhaber rememoraba los videoclips donde el grupo parodia los propios estereotipos que suelen encontrarse en la boyband prefabricada -la cita perfecta de Night Changes- o las canciones sin mucho contenido y el estilismo barato -en Best Song Ever.

One Direction es la boyband que parece llamada a reírse de la narrativa de la boyband. Lo cual, visto las últimas noticias, no quiere decir que haya escapado de ella.

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