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Sobre este blog

Aquest blog, que coordina Josep Sorribes, respon a una iniciativa de l'associació Malalts de ciutat, amb la intenció d'aportar idees i reflexions al debat multidisciplinar sobre les ciutats del nostre temps, començant per València.

Participación o talento?

Varios vecinos trabajan en un huerto abandonado de Benimaclet.

Josep Sorribes

He utilizado esta expresión con el permiso de mi buen amigo Adrián Torres, que hace muy poco escribió con el mismo título un artículo interesantísimo que me place recomendar. El artículo de referencia tiene un rigor poco frecuente y plantea el tema de la participación con cordura y firmeza. Yo me permitiré, en la misma línea, hacer algunas reflexiones personales para abrir un debate muy necesario.

¿Quiénes son los interlocutores de la participación? Este es uno de los problemas más desgarradores, porque solamente una parte de los ciudadanos pertenece a asociaciones de vecinos u otras clases de asociaciones. Por tanto, estas asociaciones representan muy imperfectamente a la población. Por ejemplo, no hay elecciones democráticas para escoger a los representantes de los vecinos. Además, siempre (también en el ámbito de la política) se presenta lo que se podría denominar “distorsión” de la mediación, entendiendo por esta la doble “motivación” que tiene todo representante: mantenerse en su papel de representante y representar los intereses de sus representados. A menudo la primera prevalece sobre la segunda y eso puede generar problemas. Esta distorsión de la representación (¿a quién representan los representantes?) afecta a todas las organizaciones, pero es especialmente punzante en el ámbito de la política.

Estrechamente ligado a esta cuestión está el tema de “la eficiencia” y su relación con la participación. En este sentido, la experiencia vivida en ayuntamientos y gobiernos regionales desde las elecciones de 2015 es especialmente reveladora. Como es público y notorio, muchos ayuntamientos y gobiernos regionales resultantes de pactos de izquierda han puesto como elemento central de la política la participación ciudadana, lo cual, en principio, es muy positivo, porque los gobiernos precedentes de la derecha tenían la buena costumbre de no hacer ni caso de las continuas demandas de participación de la población.

La matización “en principio” no es casual. Es indiscutible que la práctica habitual de la participación comporta “un retraso” en los procesos, pero eso es un coste de transacción. Es decir, vale más participación que despotismo (ilustrado o no) y si eso supone un cierto retraso en la toma de decisiones, es un coste que vale la pena. Entonces, ¿dónde radica el problema? Pues, en dos fenómenos diferentes. El primero es que algo es un “cierto” retraso y otra cosa muy diferente, una parsimònia exasperante. Habrá que acortar los tiempos y exigir también rapidez a los representantes vecinales. El segundo es una derivada un tanto perverso, como utilizar la participación como sustitutivo del mandato electoral. Es decir, corresponde a los políticos democráticamente escogidos proponer las soluciones que estimen oportunas y ponerlas en discusión. Pero no es de recibo “delegar” en el proceso de participación lo que es una responsabilidad indiscutible. Bajo la excusa de ser fieles al objetivo de la participación, a veces se esconde la falta de ideas. O, peor aún, el miedo a los ataques mediáticos y de la derecha si se enseñan las cartas… También he oído la idea peregrina de que avanzar la propuesta merma el interés de la participación

Por tanto, en mi opinión, hay que aceptar como un avance indiscutible la mayor sensibilidad hacia la participación ciudadana como elemento de mejora y práctica democrática. Pero hay que hacerla compatible con la eficiencia y, sobre todo, hay que podar esta práctica de elementos que ya empiezan a ser conocidos: la falta de propuestas claras y definidas que ayuden a que la participación dé frutos; que no haya confusión de papeles y una conciencia clara de los problemas de la distorsión en la mediación con el fin de no sacralizarla y detectar los intereses que hay en juego, siempre legítimos, pero siempre discutibles y no siempre progresistas.

Además, conviene siempre recordar lo de las “escalas”. Mientras que a escala de barrio o de distrito es más fácil instrumentar la participación, cuando hablamos de la escala global de la ciudad o del área metropolitana, la participación puede –y debe– producirse, pero es imprescindible que el poder político formule con claridad sus opciones como paso previo a una discusión organizada.

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