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Los 'catadores' de basura en Brasil reivindican su labor medioambiental

Ydvan se encarga de prensar los cartones, las latas, las botellas, etc. que los catadores venden. | Foto: Patricia Taro.

Patricia Martínez Sastre

Río de Janeiro —

Vivir se podría decir que han tenido más vidas que un gato pese a que, a día de hoy, prefiera la compañía de los perros. “¿Sartén, tenedor?”, pregunta Souza mientras intenta recordar las palabras en español que aprendió hace mucho cuando trabajaba en el bar de un argentino y una española. “Sombrero é 'boné, não é?”, inquiere de nuevo con la mirada. Resto de una vida pasada, en los que Souza todavía no era Souza: dueño de uno de los numerosos depósitos de reciclaje que pueblan el municipio de Niterói, estado de Río de Janeiro (Brasil).

Su modesto negocio es uno de aquellos lugares a los que Gabo dotaría de un fuerte realismo mágico: no faltan personajes pintorescos e escenas insólitas que para Souza ya son cotidianas. Allí llegan todo tipo de personas dispuestas a vender lo que muchos consideran basura pero que, con el cuidado adecuado, se transforma de nuevo en algo útil para la sociedad. Vuelve a nacer. Un verdadero milagro en un país en el que apenas se recicla el 3% de los desechos sólidos, lo que según el Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada (Ipea) equivale a una pérdida económica de más de 30.000 millones de euros.

Recoger plástico, cartones, hierro, latas de aluminio, etc. representa el modo de supervivencia de unas 387.000 personas en Brasil, conocidas como 'catadores' (recolectores). De un lado para otro se desplazan con bolsas, carritos de supermercado o grandes carros de madera de los que tiran con la fuerza de espalda y brazos. Un trabajo tremendamente físico realizado en su mayoría por hombres, mal valorado por la sociedad en general y, de cierta forma, reservado a aquellos históricamente asociados a la explotación: el 66% de los catadores brasileños son negros, según los datos del Ipea, de 2013.

“Empujar durante horas con la espalda cansa mucho, yo me imagino que se trata de un caballo”, describe con humor Elías, recolector de materiales reciclables que después vende a Souza. Nativo del estado de Minas Gerais, donde trabajó en una fábrica de Fiat, lleva poco más de un mes en Río de Janeiro adaptándose a su nueva vida. “El reciclaje es la última opción para quien quiere trabajar honestamente y no robar”, se sincera. Cada día de lunes a viernes, mañana y tarde, recorre las calles en busca de basura. Para él es dinero.  

Un recolector puede ganar de media entre 100 y 150 reales al día (unos 35 euros) según el tipo de material que recoja y las veces que salga a buscarlo. Ingresos que algunos se gastan en vicios, pero que para muchos significa la lanzadera de una nueva vida. “Yo empecé como ellos solo que no fui por el camino que muchos siguen: yo iba guardando mi dinerito y de 'catador' me convertí en vendedor de mercadoría” –explica Souza orgulloso de sus más de 30 años en el negocio– “es una oportunidad muy buena para las personas con juicio, pues de verdad consiguen algo en la vida”.

Souza se siente entre la chatarra como pez en el agua. En su depósito se acumulan montones de cartones, vigas de hierro, antenas de televisión… un universo paralelo en el que la lógica existente escapa a la sensibilidad más ordenada. Poco a poco, los materiales que los 'catadores' cargan son pesados y prensados en fardos. Y como si fuesen una pequeña familia, todos beben café de un termo mientras una pequeña televisión retrasmite imágenes paradisíacas de las playas de Bahía o, semanas más tarde, el discurso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff. 

Agentes medioambientales

La existencia de millones de personas en toda América Latina que sobreviven reciclando basura se debe en parte a la fragilidad económica de estos países, donde muchos ciudadanos son excluidos del mercado formal de trabajo por razones diversas: raza y nivel de escolaridad, entre otras. También, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la fuerte migración interna del campo a la ciudad ocasiona un exceso de mano de obra que pasa a ocupar las periferias –o los “morros” en Río– y los trabajos peor cualificados.

El depósito de Souza es un pequeño muestrario de ese fenómeno migratorio en Brasil: casi todos de los que allí trabajan emigraron del nordeste, en concreto, del estado de Pernambuco en procura de una vida mejor. “Todos somos de la localidad de Machados, prácticamente, de la misma calle. Unos fuimos trayendo a los otros”, explica Augusto, uno de los primeros en llegar con tan solo 16 años.

Apenas adolescentes, a la fuerza se convierten en adultos en un lugar del que lo desconocen todo. Adaptándose. Trabajando en diversos oficios y, en época de vacas flacas, rescatando de la basura latas de cerveza y cartones ante la mirada indiscreta de los transeúntes. “Las personas se guían por la apariencia y piensan: 'Está tirando de un carro es un pobre miserable', pero en realidad Manoel gana más que un cajero de supermercado”, matiza Silvinha en referencia a su marido, ambos de Machados.  

“Solo el gesto de sus rostros ya demuestra prejuicio. Deberíamos estar mejor valorados ya que contribuimos con el medio ambiente. En una semana, con todo el cartón que recogemos, ¿cuántos camiones más necesitaría el ayuntamiento? Es ahorro para la ciudad, solo que nadie piensa en eso”, coincide Elías con cierta frustración. De media, en un solo día, él recoge más de media tonelada de cartón.  

Así, pese a la labor ambiental que realizan, evitando que toneladas de basura sean enterradas sin distinción en vertederos y contribuyendo con varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por la ONU, el oficio de 'catador' todavía sufre un fuerte rechazo social. Sometidos a una gran invisibilidad pública, estos trabajadores son asociados a indigentes y drogadictos. Considerados los despojos de una sociedad de consumo que los alimenta con sus sobras. 

Conquistando derechos

Si bien, por un lado, ser catador permite su subsistencia y la de sus familias, por el otro, el trabajar sin contrato les niega cualquier tipo de derecho laboral, como las vacaciones o la seguridad social. “Con lo que ganan pueden pagarse un seguro privado”, aclara Souza. No obstante, esa sensación de “aislamiento” o “abandono” estatal hace con este colectivo recurra tradicionalmente a la asociación para fortalecer su identidad.

Así, en el año 1999 se crea en Brasil el Movimiento Nacional de los Catadores de Materiales Reciclables (MNCR), entre cuyas primeras conquistas se encuentra la inclusión de 'catador' en la Clasificación Brasileña de Ocupaciones (CBS), en el 2002. Reconocidos como trabajadores, comienzan a juntarse en cooperativas (actualmente cerca de 7.000) y a tomar consciencia de su condición de clase.

Más tarde, en el año 2010, con la Ley 12.305 se instituye en Brasil la Política Nacional de Residuos Sólidos, y por primera vez, se entiende la producción de desechos como un acto de “responsabilidad compartida” por todos sus participantes: fabricantes, distribuidores, Estado, ciudadanos… quienes se comprometen por ley a minimizar su volumen así como el impacto causado en el medio ambiente.

A los ojos de Souza todavía queda mucho por hacer: “El Estado debería incentivar mucho más a quienes trabajan como 'catadores'. Las personas tiran todo y esa basura acaba en el mar; y luego se quejan de que hay que limpiarlo. ¿No sería más barato animarles para que recojan su basura antes de que llegase al mar?”, se pregunta con sarcasmo, “pero eso aquí no sucede”, se lamenta.  

Una batalla en la que el 'catador' lucha en desventaja ante la falta de una cultura de reciclaje consolidada, y sobre todo, ante una sociedad que lo relega al universo de la marginalidad. Cansados de las duras condiciones de trabajo, además del desprecio diario que padecen, muchos tienen planes de futuro que no renuncian a cumplir.

“¡Ser 'catador' no es lo mío! Pronto voy a montar un puestecito para vender dulces, pinchos de carne… me falta comprar la parrilla”, explica Augusto. Más ambicioso, Elías sueña con vivir en contacto con la naturaleza, pescar en el mar y dirigir un modesto restaurante. “Hoy veo que debería haber tomado otras decisiones para poder tener todo eso”, medita volviendo a la realidad. Una realidad ignorada por la mayoría pero que, como él, comparten más de 15 millones de personas en todo el mundo.

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