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Sobre este blog

Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.

K.V. Switzer, Marathon Woman

Kathrine Switzer corriendo el Maratón de Boston en 1967.

Keruin P. Martínez

Kathrine Switzer se vio capaz, se preparó a fondo y se lanzó. Corría el año 1967, era un día gris de primavera en Boston; era el día esperado, el día del gran maratón. Desde pequeña, su padre, un militar estadounidense, le había inculcado la afición a correr regularmente. Su entusiasmo le llevó a incorporarse al equipo de atletismo de su universidad. Al cabo de poco tiempo, la maratón aparecía en su horizonte como un reto que asumir.

Con 42 kilómetros y 195 metros, la maratón es una de las pruebas de atletismo más exigentes. Desde su incorporación a las Olimpiadas en los Juegos de Atenas 1896, ha ido creciendo en popularidad, hasta el punto de que cada vez son más las ciudades del mundo que organizan una prueba anual de estas características. Desde 1897, Boston celebra cada primavera la que quizás sea la más importante de las ediciones no olímpicas del maratón, donde acuden corredores de todo el planeta para tratar de dejar su nombre grabado en el palmarés del certamen.

Kathrine Switzer nunca ganó la carrera, pero su nombre está ligado indefectiblemente a la historia de la disciplina y la relación de ésta con la mujer. Pues, en efecto, Switzer figura como la primera mujer en correr oficialmente, esto es, con dorsal, un maratón. Las dificultades inmanentes a la prueba no fueron los únicos obstáculos que hubo de superar.

Como en tantas otras cosas, correr una maratón era algo tan duro que la posibilidad de que una mujer siquiera lo intentase no era contemplada. Cuando Switzer y su entrenador fueron a revisar el reglamento para ver qué decía sobre la participación femenina en la carrera, se encontraron con que no había nada.

No es que estuviese prohibido, como tampoco admitido, sino que sencillamente no estaba regulado. ¡Una mujer corriendo un maratón, qué cosas! Estaba claro qué hacer: Switzer se inscribió como K.V. Switzer. Aunque no era su intención, pues era una firma que utilizaba habitualmente, no hacer aparecer su nombre completo mantuvo alejada toda sospecha que los organizadores pudiesen albergar sobre su condición de mujer.

Con su dorsal 261 en pecho y espalda de su sudadera se dispuso a hacer aquello para lo que llevaba tiempo preparándose. Iba acompañada de su entrenador y de su novio Tom, un robusto jugador de rugby que, al poco de empezar la carrera habría de poner en práctica una de las técnicas más conocidas de ese deporte. El ambiente era estupendo, los demás corredores, lejos de mostrar rechazo, le deseaban suerte y le daban ánimos, pues, según refiere Switzer, estaban contentos de tener una mujer a su lado en la carrera.

A pesar del buen ambiente inicial y la normalidad desde la línea de salida, cuando apenas habían superado los tres kilómetros apareció en escena Jock Semple, codirector de la carrera cuyo mal genio era ampliamente conocido desde que en 1957 casi agredió a un participante que se había vestido de buzo. Semple, siempre observante con las normas, no daba crédito a lo que veían sus ojos: una mujer compitiendo con un dorsal oficial en su carrera. Se lanzó a la pista en desaforada persecución al grito hoy tristemente recordado de «Get the hell out of my race and give me those numbers!» (¡Sal de mi puta carrera y devuélveme esos números!).

 

 

Dejemos que sea la propia atleta quien nos lo cuente:

«De repente escuché unos zapatos corriendo deprisa detrás de mí. Me giré y vi la cara más enfadada que jamás haya visto. (…) Me agarró de los hombros y me empujó, mientras gritaba “¡Sal de mi puta carrera y devuélveme esos números!”».

Switzer tenía claro que el único problema residía en que se trataba de una mujer, y nada más. Semple no desistía ni atendía a la voz del entrenador, quien le insistía en que Kathrine estaba entrenada y era perfectamente capaz competir. Fue entonces cuando Tom, jugador de rugby consumado, aplicó un duro placaje a Semple y lo arrojó fuera de la pista. «Run like hell», fueron sus palabras a Switzer, quien de hecho lo hizo hasta completar la distancia.

El incidente había llamado la atención de los furgones de prensa que cubrían el evento, quienes, a partir del incidente, siguieron a la corredora hasta el final. Esta coincidencia hizo que la gesta de Switzer alcanzara una mayor resonancia y protagonizara muchas portadas de los diarios al día siguiente.

Es cierto que no ganó, ni que su tiempo fue bueno -sobre 4 horas y 20 minutos-, ni siquiera que fue la primera en completar un maratón, lugar que corresponde a Roberta Bobbi Gibb, pero el hecho de que lo hiciera de manera oficial y, en buena medida, de manera accidentada, resultó trascendental para que a las mujeres se les reconociese el derecho a participar en una prueba atlética de esta categoría. Esto ocurrió, como se dijo, en 1972 tras luchas reivindicativas de las que Kathrine Switzer fue protagonista.

 

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