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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

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Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

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Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

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La educación de nuestros políticos

Víctor Lapuente Giné

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Los economistas “atacan” a nuestros políticos. Por ejemplo, Jesús Fernández-Villaverde y Luis Garicano en su comentado artículo “Vidas paralelas de dos 'apparatchik'” publicado en El Mundo (y en el blog HayDerecho) critican la falta de experiencia profesional fuera de la política de las generaciones actuales de dirigentes, como los líderes del PSOE y PP en Andalucía. Los politólogos “defienden” a nuestros políticos, bien cuestionando directamente que tengamos que estar gobernados por una élite, como en esta fabulosa reflexión de Jorge San Miguel en Politikon, o mostrando con datos que, de hecho, los “los ministros del sur de Europa tienen más estudios universitarios”, como brillantemente expone Juan Rodríguez Teruel en el blog Agenda Pública.

¿Quién tiene razón: los economistas o los politólogos? Creo que la idea esencial de Fernández-Villaverde y Garicano – quizás no tanto en este artículo como en general en sus trabajos sobre España – es correcta: nuestras políticas públicas está muy “politizadas”. Las lealtades partidistas y, sobre todo a líderes políticos en particular, están por encima de consideraciones técnicas o profesionales, pero también ideológicas, a la hora de adoptar muchas medidas, tanto sustantivas como de nombramientos. Para mí una muestra indicativa es que el “-ismo” detrás de un apellido político no denota que una persona tenga una cierta inclinación ideológica. Pensemos en los “thatcheristas” o “blairistas” en el Reino Unido: son personas que creen en una versión determinada de una ideología más amplia (el conservadurismo o el laborismo). En países como España (pensemos en los “Aguirristas”, o en prácticamente cualquier líder político establecido) o Argentina (los “kirchneristas”) el adjetivo no tiene una connotación ideológica sino más bien se aplica a aquellos que siguen a una persona determinada. No a unas ideas determinadas. Son “X–istas” quienes han sido hecho carrera (en el sector público, en el semi-público o en el privado; las posibilidades son grandes) o quieren hacer carrera bajo la influencia del político “X”. En ese sentido, creo que Fernández-Villaverde y Garicano son unos intelectuales muy necesarios porque tocan el nervio de nuestros problemas: hace falta que premiemos más los criterios de profesionalidad y menos la lealtad política en nuestro sector público.

Y son de los pocos que lo llevan denunciando mucho tiempo, asumiendo riesgos y actuando como verdaderos “falcones”. Mientras los demás estaban – y parece que están otra vez, con la excusa de la tímida recuperación económica – disfrutando de la fiesta dentro, ellos, desde la cubierta del Titanic, han visto el iceberg acercándose.

A mi juicio, el problema es que Fernández-Villaverde y Garicano han visto sólo la punta del iceberg, la parte que emerge sobre la superficie: los cargos políticos electos, que son los que reciben toda la atención mediática en nuestra sociedad. Y creo que, como la punta del iceberg, los políticos son relativamente inocuos. Nuestra clase política no está tan mal en términos comparativos con los países de nuestro entorno. Tal y como señalaba Juan Rodríguez Teruel, nuestros políticos están relativamente bien formados (otra cosa es la naturaleza de sus estudios, pero ese sería un tema muy espinoso y mejor lo dejamos por el momento).

Creo que el problema no es tanto - o para ser más exactos no sólo - el CV de los políticos. Viviendo en un país con una política teóricamente ejemplar, como Suecia, no deja de sorprenderme que continuamente muchos políticos nórdicos reciban críticas por dejar los estudios prematuramente para participar en las organizaciones juveniles; algo muy parecido a lo que criticaban Fernández-Villaverde y Garicano. Nuestro problema de verdad es que el “impacto de la política” (perdonad que use esta expresión, pero espero que se me entienda) sobre las organizaciones públicas españolas es muy grande. Como llevo tiempo denunciando, mientras que en un país nórdico o anglosajón, ganar las elecciones generales implica que entren unas pocas docenas de personas (los ministros más unos pocos asesores) en la estructura administrativa, aquí son un número mucho mayor. Y no sólo en la administración central, sino que el problema es todavía mayor en otros niveles administrativos. Como denunciaba en un interesante artículo Gonzalo Suárez, la cantidad de asesores o asistentes en España es, de por sí, muy elevada.

Pero, es que, además, los asesores son sólo una de las múltiples vías de politización del sector público – la vía más explícita, porque existe muchas otras fórmulas en la maraña organizacional alrededor de nuestras administraciones. Y, por si fuera poco, generan efectos exponenciales: si tienes dos docenas de cargos políticos por encima de ti… ¿no crees que los criterios políticos acabarán afectando a tu carrera también? En consecuencia, incluso tú mismo, que entraste en la administración con una vocación total de servicio público y neutralidad política, acabas sufriendo la tentación: mmmh, mejor me empiezo a mover políticamente por si acaso. El mejor retrato de estas dinámicas que he leído es el libro de Carles Ramió, La Extraña Pareja, que recomiendo encarecidamente a todo aquel interesado en la dimensión y las consecuencias de la politización de nuestras administraciones.

En resumen, el problema no está tanto en la parte del estado que, como un iceberg, vemos por encima de la superficie (es decir, los dirigentes políticos que están todo el día en los medios de comunicación), sino en la parte del estado que está por debajo, que es de un tamaño mucho mayor en todo los sentidos excepto el mediático. Nuestras administraciones públicas están demasiado politizadas. Y, con ello, no abogo por unas administraciones exclusivamente meritocráticas o profesionalizadas, sino simplemente por unas administraciones donde haya un equilibrio más sano entre política y profesionalismo. Vamos, como otras administraciones de nuestro entorno. El equilibrio se rompió en España y, hasta que no lo recompongamos, tendremos unas instituciones con un capital humano enorme pero parcialmente malbaratado en luchas partidistas…y personalistas.

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