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Testigo bajo palio

El presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro Miranda.

Elisa Beni

¿Qué pinta un magistrado presidente de un alto tribunal abriendo la puerta de un coche para acompañar a un testigo hasta la sala de vistas?

Aún falta una semana para que Rajoy preste declaración ante el tribunal de la Audiencia Nacional que enjuicia la corrupción de su partido y ya es evidente que no lo hará como un ciudadano más.

Desde la Audiencia Nacional ha trascendido que su presidente, José Ramón Navarro, piensa ejercer de bedel de la sede judicial y acercarse hasta el coche del presidente del Partido Popular, abrirle la puerta y acompañarle al interior del recinto como si de una invitación para visitar las instalaciones se tratara. Ya se imaginan que los testigos en los juicios no suelen ser recibidos a pie de escalerilla. Siendo 26 de julio, propongo al diligente Navarro que prevea un palio, o al menos unas modestas sombrillas, para preservar al jefe del PP de este sol de justicia, no sea que perezca aplastado. Por el sol, no por la Justicia, ya me entienden.

No es la primera confusión respecto al acto de declaración del ciudadano Mariano Rajoy que sufre el presidente de la Audiencia Nacional. Antes de bedel ha sido también secretario judicial y se ocupó personalmente de hacer llegar la citación a Mariano Rajoy en lugar de la secretaria de la Sección Segunda que citó a todos los demás testigos. Explicó entonces que era una cuestión que, desde luego, no aparece en la ley pero que entendía que se trataba “de una comunicación de institución a institución”. Un verdadero cacao mental el del magistrado, porque si algo dejó claro el tribunal en la resolución en la que se negaba a que declarara por plasma es que Rajoy “comparece como un ciudadano español y no como presidente del Gobierno”. Ahí se acaba pues el momento institucional. No hay necesidad de que el presidente de la AN redacte a su modo las partes de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que no existen.

¿Por qué pues ha decidido hacer eso el magistrado Navarro? ¿Qué pretende? ¿A quién quiere contentar y con quién quiere quedar bien? ¿Con qué fines? Con la Justicia, desde luego, no. Su acción erosiona la apariencia de imparcialidad y lanza al ciudadano una idea de trato preferente y de favor que no ayuda nada a que mejore el concepto ciudadano sobre la igualdad de todos ante la ley. Será la costumbre. Ya creo haberles contado que cuando se crea la Audiencia Nacional, ésta se convierte en el único tribunal de España que tiene un presidente que no ejerce como juez, que no tiene jurisdicción. ¿Para qué y por qué se establece una medida así? Desde luego para mantener a salvo la imparcialidad puesto que la excepcionalidad del órgano y su papel en la lucha contra el terrorismo y otras “cuestiones de Estado” hizo práctica habitual que el presidente de la Audiencia despachara en Moncloa con el presidente del Gobierno. Y lo sigue haciendo. Sólo que el PP, en una de sus reformas, rompió también con este aséptico apartamiento de la labor de juzgar del presidente de la AN y lo convirtió en presidente nato de todas sus salas. Navarro, además, ahora mismo es el presidente de la Sala de Apelaciones (Sala de Salvaciones para mis lectores) así que es un magistrado abocado a decidir en apelación sobre cuestiones que atañen al PP el que recibirá a porta gayola a Rajoy. Un magistrado ocupado, que aún no ha tenido tiempo de descubrir cuál de sus magistradas dio el chivatazo a los presuntos delincuentes peperos.

No es que yo diga que Navarro quiere mantener abiertas sus opciones para proseguir su meteórica carrera profesional. No sean malos. A fin de cuentas no lo necesita. Su progresión profesional ha sido ya meteórica a pesar de sus dudas iniciales sobre su vocación. De hecho eligió ser primero jurídico militar y luego abogado antes de descubrir que su camino era juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Eso sí, una vez que vio la luz todo fue coser y cantar. Ingresó como turnista en la carrera judicial en el 91, como juez de pueblo, y en poco más de veinte años llegó a presidente de la Audiencia Nacional. Difícil encontrar una ascensión tan vertiginosa. En algún puesto su paso fue tan fugaz, Navarro El Breve, que las malas lenguas rumorean que fue un destino de blanqueo. De facto sólo pasó nueve meses como presidente del Tribunal Superior de Justicia de Canarias ya que fue nombrado inmediatamente presidente de la Audiencia Nacional. De Canarias al centro del huracán. ¡Con lo difícil que es conseguir un nombramiento a dedo y él en menos de un año consiguió dos!

Claro que Canarias es un buen lugar para cocer carreras jurídicas. Se establecen vínculos muy duraderos allí en el aislamiento insular. Así se han fraguado amistades invencibles como la de el abogado Nicolás González-Cuellar, representante del ministro Soria, con el presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, Manuel Marchena. También Navarro es amigo de ambos. Amigo de los de ir a la boda de Nico.

También de los de palco. Yo sé que el magistrado es del Real Madrid por las grabaciones realizadas por la Guardia Civil entre el empresario Ramírez y el juez Alba. Allí ambos hablan de Juan Ramón. Vamos, con toda confianza. Como Nacho y Cerezo de Moix. A través de las intervenciones telefónicas vamos descubriendo la campechanería con que políticos y empresarios se despachan con algunos magistrados. Quizá el roce haga el cariño. Vaya usted a saber.

Navarro debería reconsiderar su postura porque a lo único que se debe es a la Justicia, a sus formas y a la imagen que los ciudadanos tengan de su imparcialidad e igualdad. ¿No es cierto?

También hemos sabido que a Rajoy lo están entrenando para su declaración como testigo –que no comparecencia, como mixtifican algunos periodistas afines– dos equipos de asesores. Dejo pendiente el expediente de transparencia de saber si los pagamos los contribuyentes o el Partido Popular y con qué peculio. Me centro en que el ex fiscal de la Audiencia Nacional, ahora abogado, Jesús Santos comanda uno de ellos. Abogado ahora por la gracia de Dios, es otro representante de esas puertas giratorias que permiten a algunos comprar la experiencia institucional que los contribuyentes pagamos. No es el único. Sólo sirve ahora de punto de reflexión.

Hay algo que el poder en este país aún no ha aprendido y es el arte al menos del disimulo. Puede que nunca se vayan a sentir honestamente iguales al probo ciudadano pero, al menos, ¡disimulen! La cosas demasiado obvias son escandalosamente horteras. Ya saben.

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