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Txiki Benegas, contra ETA y con los nacionalistas

José María Calleja

Un 23 de febrero de 1984, Enrique Casas fue asesinado bajo el dintel de la puerta de su casa. Llovía en San Sebastián como si fuera una película y el senador del PSOE, líder de los socialistas guipuzcoanos, abrió la puerta a sus asesinos. Su hijo pequeño, que aún no podía andar, debió hacerse una idea bastante cabal, indeleble desde luego, de lo que acababa de ocurrir. Txiki Benegas fue de los primeros en llegar al lugar del crimen. Los periodistas le pusimos las viejas grabadoras, los que la teníamos, para recabar su valoración, su reacción, así se decía entonces, sobre un crimen que se producía en una campaña electoral autonómica que acabaría ganando el PNV de Garaikoetxea por goleada. Eran tiempos en los que la mayoría del voto antiterrorista y español se concentraba en el PSOE. Benegas enhebró la frase sin alterarse por fuera todo lo que sabíamos que le había conmovido por dentro. Como los de su generación, parecía entrenado en embridar las emociones.

Aquel asesinato fue un golpe brutal para los socialistas, recién llegados al Gobierno después de un triunfo aplastante, por mayoría absoluta, y que supuso la práctica desaparición de UCD, en Octubre de 1982.

Hasta ese momento los crímenes terroristas se llevaban por delante la vida de guardias civiles, de policías armados, de militares... La llegada de los socialistas al poder había sido recibida con el asesinato de un general del ejército, Lago Román, pero hasta ese 23 de febrero de 1984 el terrorismo nacionalista vasco no había asesinado a un socialista, a un militante socialista, civil, político, progresista, con pasado antifranquista.

El golpe fue demoledor. Recuerdo declaraciones de un socialista, García Cañibano, en la puerta de la vivienda de Casas, con el puño en alto y llorando, que decía no entender cómo ETA había asesinado a un socialista que pertenecía al partido que les había defendido cuando el juicio de Burgos, en 1970.

Aquel asesinato transformó al PSOE y muy probablemente también a Txiki Benegas.

Txiki Benegas pudo ser lehendakari vasco tras las elecciones de 1986, en las que su partido sacó más escaños que el PNV, con el apoyo de Euskadiko Ezkerra, y cuando irrumpía la EA de Garaikoetxea, recién escindida del partido de Arzalluz. No fue lehendakari Benegas y a mi siempre me quedó la sensación de que le impidió llegar al cargo el respeto reverencial que siempre sintió por el PNV. Respeto no necesariamente correspondido por los nacionalistas. Arzalluz presumía de conocer a Benegas “desde que llevaba pantalón corto” y una parte del PNV siempre le respetó.

Benegas fue el artífice de un PSOE que pensaba que los nacionalistas no eran adversarios, sino aliados en un afán común por la libertades y contra el terrorismo de ETA. Fue también uno de los artífices en la estrategia para el fin de la banda terrorista.

La otra imagen de Benegas es cuando iba a votar los domingos al colegio público de Amara, en San Sebastián, en el que estudió su hijo, pegado a la Plaza del Buen Pastor y a la calle Easo, en la que vivía Benegas. Llevaba un escolta calvo, que fumaba sin parar, con una gabardina larga y del que siempre dudé que pudiera ser eficaz en caso de apuro.

Iba acompañado de su mujer, Maite Urabayen, extraordinaria y con gran sentido del humor, rodeados los tres de nadie. Era un momento en que los socialistas estaban apestados socialmente, les asesinaban y a mucha gente vasca de orden, no pocos creyentes, les importaba un rábano. Benegas hablaba todo el rato de paz entre las risas que esa palabra provocaba entonces en quienes jaleaban los crímenes. ETA asesinaba, a ellos y a otros, en una espiral que parecía no tener fin.

Benegas estuvo entre los impulsores de  los Cuadernos de Alzate, un foro de pensamiento civilizado contra el terrorismo, fue crucial en los apoyos al PNV y planteó una salida negociada con los terroristas. Tuvo un recorrido intelectual relevante y una sensibilidad literaria.

Benegas y yo tuvimos algunos encontronazos y diferencias sobre el final del terrorismo, más que sobre el diagnóstico.

Le vi por última vez hace un par de años , en Madrid, y antes tuve algún encuentro, siempre sonriente, con su hijo, uno de los miembros del grupo La Oreja de Van Gogh, cuando para algunos Txiki Benegas ya no era tanto Txiki Benegas sino el padre de uno de los de la Oreja, lo que le llenaba de orgullo.

Se ha muerto muy joven Txiki Benegas, pero con la satisfacción de haber visto y contribuido al final de ETA y, por supuesto, de haber visto el fin de otra dictadura, la de Franco.

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