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¿Qué debería hacer Podemos?

Pablo Iglesias, junto a Pablo Echenique, en el Consejo Ciudadano del sábado.

Imma Aguilar Nàcher

Que los partidos políticos no están en buen momento como forma de intermediación no lo pone ya casi nadie en duda. La materialización de los proyectos políticos y su puesta en práctica, así como la canalización de la energía política de los ciudadanos para decantar el modelo que marque la convivencia social son los sacros objetivos de los partidos. Sin embargo, la endogamia, las luchas de poder, la necesidad de perpetuación de personas y estructuras, los han convertido en un problema para los ciudadanos, como confirman las encuestas. La exhibición de sus luchas internas, expresadas como debates democráticos y la evidencia de la priorización de sus intereses sobre el de los intereses generales, ha asentado una imagen de inutilidad y de freno a los avances que empujen proyectos más cercanos a las necesidades reales de los ciudadanos.

En medio de esta percepción generalizada, los partidos tradicionales optan por la mejora de la experiencia de usuario, renuevan sus estructuras, abren sus puertas a otros perfiles más independientes; o bien, dejan correr el tiempo a la espera de que se pase la fase de incertidumbre y ambigüedad. Este último sería el caso de Partido Popular, que no es capaz de cambiar sus pulmones por branquias para poder seguir respirando, pero en otro hábitat distinto.

Los partidos nuevos, a los que también se podría caracterizar como partidos rápidos por la velocidad de irrupción e implantación en la escena nacional, especialmente Podemos, sin embargo, no están sabiendo responder a esta crisis de percepción de los partidos. Su dirigentes, cuadros y bases pasan por una especie de depresión anímica en la creencia de que el mal de los partidos también a ellos les ha atacado. Ante esta tristeza del partido de Iglesias la pregunta es ¿qué debería hacer Podemos? Desde luego, cambiarse el nombre no parece ni lo más sensato ni lo más eficaz, más bien parece una ocurrencia basada en una detección peregrina del problema. Podemos es el mejor nombre de partido que he visto en tiempo. Representa al nosotros, al grupo, al colectivo que decide junto. Es horizontal y es activo. Es ilusionante y optimista. Es acción y es de futuro. Hace referencia a los ciudadanos. Por favor, no os cambiéis el nombre.

El principal problema del análisis con el que se aborda el balance de Podemos es que se hace sobre su capacidad de ser una organización distinta a lo que son los partidos tradicionales, que no lo es. Se juzga el éxito de este partido en función de indicadores relacionados con la gestión orgánica. Esta misma semana tuve la ocasión de asistir a una entrevista de televisión a Lorena Ruiz Huertas, la portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid y entendí que su capacidad de destruir con buenos argumentos el edificio de los partidos “establishment” era enorme. Potente discurso de desmontaje de la maquinaria de corrupción y perpetuación de partidos clientelares. Sin embargo, dudo que se perciba preparada para construir un relato de cambio, que es lo que alentó realmente el 15M.

Podemos debe volver a este marco, a un paisaje de indignación, pero, sobre todo de espíritu de cambio e ilusión por la posibilidad, el “podemos”. Un proyecto político triunfa cuando lo que realmente importa es el destinatario del proyecto, cuando los electores se sienten en el centro de toda acción. Así se sintieron los ciudadanos, jóvenes y mayores, en 2011, apelados por un movimiento que se creía de todos. Trasladen esa frase al relato actual de Podemos y digan “Volvemos a poder”.

Podemos debe construir un nuevo relato de cambio mucho más allá de quién comanda el proyecto, más allá de nombres. Esto va de ciudadanos. En España, la gran pregunta que puede construir mayorías es la de “¿quién puede echar al Partido Popular del Gobierno?”. La ilusión del cambio es lo que movilizaría bolsas de electores decepcionados, de jóvenes y nuevos votantes. A Podemos le falta reconstruir ese relato y, sobre todo, salir del marco en el que el éxito de un partido se juzga por cómo se comporta la organización, y crear uno nuevo en que el que vuelva a prevalecer la capacidad de ilusionar.

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