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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

El linchamiento

Fragmento de la portada de El Día de Valladolid del 12 de septiembre.

Ruth Toledano

Más allá de una mera cuestión de compasión, el debate que suscita el Toro de la Vega no puede consistir en si el linchamiento de un animal es regular o irregular, acorde o no a las normas. El debate ha de centrarse en cuál es la ética que debe inspirar nuestra convivencia, los valores a los que debe aspirarse; en dónde ponemos, como sociedad, los límites de nuestra comunidad moral. No podemos considerar que haya normas que regulen el linchamiento de un ser aterrorizado, perseguido, hostigado, insultado, golpeado, cegado, herido. No podemos considerar que todo eso es aceptable o reprobable solo si se comete un metro de polvo más allá o un metro de polvo más acá. Ese linchamiento es la burda, bestial manifestación de un poder al que no podemos permitirnos sometimiento.

A Sergio Sacristán, alias El Pulgui, se le ha reconocido el mérito, no solo de formar parte de la horda que el otro día en Tordesillas torturó con crueldad y hasta la muerte a un animal llamado Volante, sino de haber sido la mano que le asestó una lanzada terrible, profunda, espeluznante, mortal. Se lo ha reconocido el Patronato del Toro de la Vega, aunque, por un metro de polvo más allá, la faena no quedó clara y El Pulgui no pudo salir al balcón del Ayuntamiento a arengar a sus vecinos, rabo de Volante en ristre (ya que no se enarbolan los testículos de la víctima desde 1997, qué detallazo). Así pues, el tal Pulgui ha tenido que acatar las normas y conformarse con una especie de mención de honor otorgada por el susodicho patronato, cuya web encabeza esta frase en latín de Vulgata: “Terribilis est locus iste. Vera est aula dei et porta inferni (Terrible lugar es este; ciertamente, es la escuela de Dios y la puerta de los Infiernos)”. Y que lo digáis, tordesillanos.

Tales normas, es decir, tales conductas, son acatadas y fomentadas por el Ayuntamiento de Tordesillas, que está regido por el PSOE. Su alcalde se llama José Antonio González Poncela. Hay siglas, nombres y caras que es mejor recordar.

Las defiende también el delegado territorial de la Junta de Castilla y León, Pablo Trillo Figueroa, hermano de Trillo, el del Yakovlev, quien también asegura que el Linchamiento, es decir, lo que los aficionados llaman Torneo, no incumple el Reglamento de Festejos Taurinos Populares de la Comunidad, cuyo Decreto 14/1999 prohíbe en su artículo 19.1 “herir, pinchar, golpear, sujetar o tratar de cualquier otro modo cruel a las reses”.

Semejante reglamento es en sí mismo una monumental burla, dado el número de becerros, vaquillas, novillos y toros, incluidos los de la Vega de Tordesillas, que son heridos, pinchados, golpeados, sujetos y tratados de cualquier otro modo cruel que podamos imaginar a todo lo largo y ancho de esa Comunidad y de las otras, pero sucede que el Partido Animalista-PACMA se lo recordó hace unas semanas a este Trillo, quien consideró que en Tordesillas no sucedía nada de eso. Cabe recordar que el año pasado al toro Aflijido (sic) lo remataron con un destornillador. PACMA ha presentado una denuncia contra Trillo.

Sabemos, pues, lo que pasa en Tordesillas cada segundo martes de septiembre: el linchamiento y tortura públicos de un animal. Este año alguna cámara de televisión pudo acercarse lo suficiente como para grabar la muerte de la víctima. Los lanceros y sus secuaces lo han impedido siempre y todo lo visto había sido grabado con cámara oculta por activistas infiltrados. Una sociedad decente debiera preguntarse por qué los principales enemigos de un pueblo son los periodistas y los defensores de los animales; está claro que algo muy feo hay que ocultar, algo que tenemos la obligación moral de no permitir.

Sabemos que en todas las encuestas, sin excepción, arrasa el rechazo social a ese bárbaro festejo, y debemos preguntarnos por qué se hace oídos sordos al clamor de la mayoría. Sabemos que los políticos del PSOE no alzan la voz contra ello por cobardía partidista, que no dicen ni mu ante la ignominia, por mucho que los bramidos del toro martirizado debieran convertirse en pesadilla de sus conciencias. Y que los políticos del PP son los que han devuelto las corridas de toros a la programación de TVE, qué más se puede decir. Sabemos que muchos vecinos de Tordesillas están en contra de una celebración que los marca con la vergüenza y que los que la defienden lo hacen con argumentos del siguiente calado: “Es tradición”, “El Toro de la Vega es lo mejor del mundo”; o “Sin Toro no hay nada”; criterios que más vale que no lleguen mucho más allá de aquella vera infausta.

Sabemos de adolescentes y niños que, a las preguntas de la prensa sobre el sufrimiento del toro, han respondido, taxativamente, que no, que no les da pena el animal, que les da igual si sufre. Que un niño de 13 años diga eso con la connivencia de los mayores es un fracaso absoluto del sistema, la frustración de esa base mínima sobre la que formar una mirada, un punto de vista, una perspectiva, un futuro al que dirigirse. Si a un chaval de 13 años le da igual que otro ser sienta a su lado un pánico y un dolor que se le inflige por diversión, mañana será un ciudadano sin empatía, sin solidaridad, sin ese sentido del deber moral que consiste en ponerte en la piel ajena para querer, saber y poder ayudar, colaborar, compartir, construir. Querrá y sabrá hacer daño, podrá destruir. Será el perfecto instrumento del poder.

No es inusual, en estos tiempos de desolación común, de incertidumbre, de rabia por los derechos sociales arrebatados, caer en la trampa de olvidar a los animales. Socialmente, son débiles los niños, los enfermos, los ancianos, los dependientes, los parados, las embarazadas, los inmigrantes, los colectivos minoritarios. Y los animales. Es un grave error creer que no hay que ocuparse de éstos porque hay que hacerlo de aquéllos, pues solo, precisamente, desde una mirada que nos incluya se puede generar una empatía que se extienda. Pues ese no tan abstracto poder que nos ha arrebatado lo que nos pertenece, lo que hemos logrado con el trabajo de la conciencia y de la lucha, es por definición el poder de la violencia y el abuso del más pobre, del más débil, del diferente. Qué mayor indefensión que la de no tener voz, como sucede a los animales.

Nos dirán que el toro de Tordesillas no es el único animal que sufre. Cierto. Los defensores de los animales lo sabemos bien, nos ponemos de su lado y desvelamos las muchas explotaciones de las que son objeto, la violencia sistemática de la que son víctimas en nuestra sociedad y, en particular, en este país donde un herbívoro que vomita sangre atravesado por una espada se considera fiesta nacional. Un bien. Interesante. Cultura.

Si hacemos especial hincapié en el festejo del Toro de la Vega es porque se ha convertido en emblema de esa barbarie y la indignación se ha contagiado a la comunidad internacional. Hay que reconocer que somos buenos los españoles exportando indignación. Pero hasta que no traspasemos la frontera de nuestra especie, ampliemos nuestra consideración moral a los otros animales y respetemos sus derechos básicos a la vida y a no ser torturados, no dejaremos de ser este país miserable en manos de cardenales y reyes y cuñaos, de políticos corruptos y banqueros sin escrúpulos. Los que callan cuando a un animal inocente e indefenso le clavan en la nuca un destornillador. Los que nos seguirán robando y se seguirán burlando si no somos capaces de defenderlo, de defendernos, si aceptamos tanta ruindad. Pues esta ruina económica está estrechamente vinculada a una ruina moral.

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