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Tras el no-referéndum, una nueva etapa

La concentración del juicio del 9-N, en el paseo de Lluís Companys

Andrés Ortega

No habrá referéndum sobre la independencia en Cataluña. Habrá otra cosa, movilizaciones con mensajes de relieve. El Estado (no sólo el Gobierno), con todo su poder, sus Poderes, lo está consiguiendo. A un precio. Pues algunas de las medidas que se han tomado no solo puede alentar el independentismo, sino dificultar el necesario diálogo y salida posteriores. Aunque era difícil no incurrir en daños. Todos sabían, o debían saberlo, que esto tendría costes. Para todos.

Lo que está ocurriendo para impedir la celebración del referéndum, y vaciarlo de efectividad, y por tanto de sentido, como para marcar terreno desde las movilizaciones, entra en el terreno de lo esperable tras asegurar Mariano Rajoy que “el referéndum no se va a celebrar”, y Carles Puigdemont lo contrario. ¿Realmente resulta sorprendente? Ya se ha dicho: los independentistas no han sabido medir el poder del Estado; ni éste el poder social en Cataluña.

Lo ocurrido –y aún queda recorrido– ha respondido, está respondiendo, por parte de los independentistas (y de muchos españolistas) más a las emociones que a la razón. Cuando ambas se enfrentan, suelen predominar las primeras. Habría que estudiar este caso a la luz de las enseñanzas del Nobel Daniel Kahneman.

Esto ha llevado a que el tema mismo, se ha planteado sin debate, entre los pros y los contras. Entre los del sí. Y entre los del no, no a este referéndum y no a la independencia.

Todo el proceso ha sido un desastre, aunque hay efectos de distinto carácter.

Entre lo aprovechable:

1. Hasta ahora, se ha parado el referéndum desde el Estado de Derecho. Aunque haya quedado en entredicho la división de poderes y se ha dado un deterioro institucional. Y se haya provocado indignación en amplios sectores de la sociedad catalana.

2. No ha habido, de momento, que usar el artículo 155 de la Constitución (aunque podría resucitarse la cuestión ante la resistencia del Govern a acatar algunos mandatos, o si se produjera una declaración unilateral de independencia).

3. Hay una alergia general a la violencia. Es esencial que se mantenga. Pero no está garantizado.

4. Se va a abrir una nueva etapa. Hay que saber aprovecharla. Pero ¿se podrá? ¿Se sabrá?

5. El Gobierno, el PSOE –aunque hay varios PSOE respecto a toda esta cuestión-, Podemos y otros están ahora dispuestos a un diálogo con los partidos catalanes tras el 1 de octubre. Aunque ese diálogo se tendría que haber iniciado hace años. ¿Ha habido que llegar a estos para provocarlo? Dice mucho de nuestro sistema y clase políticos.

6. La idea de comenzarlo en la nueva comisión en el Congreso de los Diputados sobre el futuro de Cataluña y del Estado Autonómico –una Comisión de ¿Qué es España?- es acertada. Convóquese ya para después del 1-O.

7. La salida más razonable en el horizonte próximo son unas elecciones en Cataluña. Según el reciente sondeo de eldiario.es, los independentistas podrían perder la mayoría. Otros indican prácticamente una repetición de las de 2015, aunque con los de Ada Colau en posición de árbitro. Quizás se podría abrir otra lógica, como la de una mayoría de izquierdas.

Entre lo negativo:

1. Las heridas no son solo internas a Cataluña, sino generales para el conjunto de España. Son profundas y difíciles de restañar. 

2. La sociedad catalana, hasta en las intimidades familiares, se ha dividido, y ello se debe en buena parte a la irresponsabilidad de los que han impulsado este intento independentista en contra de la ley, la falta de diálogo previo desde el Gobierno y otros sectores desde 2010. Tales divisiones perdurarán.

3. La antipatía y el recelo, por no decir el odio, entre una parte importante de la sociedad catalana y el resto de la española ha crecido. Hoy probablemente hay más anticatalanismo en el resto de España y más anti-España en la sociedad catalana que antes.

4. La tentación de trasladar el pulso a “la calle” –que la CUP sabe manejar bien y ya pide una huelga general en Cataluña para el 3 de octubre– ha empezado.  Y “la calle”, con ser importante y numerosa en este caso, también provoca espejismos sobre mayorías.

5. Las detenciones y cargos desde el poder judicial, incluida la fiscalía, y las que aún pueden venir, una vez puestas en marcha siguen su propia dinámica, y pueden dificultar el diálogo y posterior.

Luego, claro, están los efectos no previstos, por imprevisibles.

Todo ello no quita para que se haya instalado la idea de que esto no acabará de resolverse sin uno, o varios, referéndums legales. La demanda de un referéndum sobre la independencia es abrumadoramente mayoritaria en Cataluña. Nunca se debió tratar de optar entre lo que hay y la independencia, sino otras posibilidades que ha de despejar el diálogo que se reclama desde tantas partes, también desde fuera de España, para reformas administrativas, legales, constitucionales y estatutarias. Esa debe ser la nueva etapa en la que hará falta serenidad, generosidad e imaginación, y sentido común político. Pero para empezarla, y a falta de lo que pueda ocurrir en los días inmediatamente posteriores al 1-O, falta una semana, una eternidad en esta situación en la que pueden pasar muchas cosas.

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