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¿Radical? Sí, ¿y qué?

Zohran Mamdani.
12 de noviembre de 2025 21:49 h

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No cuente conmigo para nada“, acaba de decirle Núñez Feijóo a Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. Así como suena: no cuente conmigo ni tan siquiera para asuntos que el sentido común y el interés general indican que yo debería aprobar, como, por ejemplo, propuestas gubernamentales que puedan ir vinculadas a la recepción por parte de España de un pastizal de fondos europeos.

No me sorprende, por supuesto, el obstruccionismo del político gallego: es un cenizo compulsivo que, desde el primer instante de esta legislatura, no ha hecho otra cosa que anunciar la inminencia del Apocalipsis y pedir elecciones anticipadas. Tampoco me sorprende el silencio cómplice con el que responden a sus bravatas aquellas almas de cántaro que tienen su fondo de comercio en la denuncia de la llamada polarización. Ya sé que para el centro-centro la polarización es un pecado que solo cometen las izquierdas, jamás las derechas.

Feijóo y su faro de Alejandría, don Santiago Abascal, pueden subirse a la tribuna del Congreso, como volvieron a hacer ayer, y acusar a Sánchez de mentiroso, traidor, desleal, corrupto, vendepatrias y hasta proxeneta. Pueden reírles las gracias todos los días a la Isabel Díaz Ayuso que inventó lo de Sánchez, hijo de fruta. Pueden ser comprensivos con los jóvenes ultras que asaltan sedes socialistas o invaden universidades cantando el Cara al sol. Pueden anunciar que entrarán en RTVE con el lanzallamas o la motosierra para convertirla en un medio consagrado a los toros, el folclore y la propaganda derechista como Telemadrid o Canal Sur. Pueden hacer lo que quieran, que nada de ello es polarización.

Las almas de cántaro del centro-centro consideran, en cambio, que apaciguar la crisis catalana con medidas de gracia, desear cicatrizar las heridas del franquismo, intentar combatir la crisis climática o proponer la salvación de la sanidad y la educación públicas mediante subidas de impuestos a las grandes fortunas son intolerables muestras de polarizaciónExpresiones desaforadas de un radicalismo que nos sitúa nuevamente al borde de la guerra civil.

A Mark Twain se le atribuye la idea de que la Historia no se repite, pero a veces rima. Pues sí, la doble vara de medir sobre expresiones y actuaciones políticas que ahora padecemos ya la sufrió nuestra desdichada Segunda República. De ella fue la culpa del golpe de Estado de julio de 1936, dicen las derechas y las almas de cántaro de ese centro-centro al que le gusta disfrazarse como la Tercera España. Fue el radicalismo republicano, ese querer separar la Iglesia del Estado, ese pretender darles tierras a los campesinos pobres, esa voluntad de alfabetizar a los niños, lo que obligó a militares, obispos, banqueros y terratenientes a sublevarse con las armas en la mano. No les quedó más remedio.

Como ahora es el radicalismo del PSOE y Sumar lo que justifica que tantos jueces de derechas se hayan visto obligados a hacer política antigubernamental, que tantos medios de comunicación conservadores hayan adoptado la línea editorial de El Alcázar, que el Madrid de Ayuso se declare en manifiesto estado de insumisión frente a La Moncloa y que el supuestamente moderado Feijóo sea ovacionado por sus diputados tras reiterar que el Gobierno de España no puede contar con él para nada. Nada de esto es excesivo e inquietante, todo es sumamente justo y necesario.

Les confieso que, llegados a este punto, me pregunto: ¿y si las izquierdas nos dejáramos de una puñetera vez de rodeos, eufemismos y circunloquios? ¿Y si llamáramos al pan, pan y al vino, vino? ¿Y si perdiéramos miedos y complejos como han hecho exitosamente las derechas en los últimos lustros? ¿Y si recordáramos que la palabra radical no es originalmente peyorativa, que ser radical es ir a la raíz de las cosas, no conformarse con el maquillaje de situaciones injustas sino buscar su profundo cambio?

A Zohran Mamdani la autenticidad -sí, soy inmigrante, de religión musulmana e ideales socialistas- y la franqueza -sí, quiero autobuses gratuitos y alquileres asequibles, y lo pienso financiar subiéndole los impuestos a los ricos- le han funcionado muy bien en Nueva York. No veo ninguna razón para dejarle a Trump y el trumpismo el monopolio del hablar claro y el proponer abiertamente lo que se piensa que debe hacerse. 

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