Pronto se cumplirán 28 años desde que Ana Orantes abriera los ojos a toda una sociedad con su relato. 28 años desde que contó en televisión la violencia continuada a la que su exmarido la había sometido. Ese exmarido con quien la justicia la obligó a convivir y que la acabaría quemando viva pocos días después. 28 años de aquel acto de coraje que supuso un antes y un después.
Después de que el testimonio de la granadina pusiera voz a tantas y tantas mujeres, y gracias al empuje incansable del movimiento feminista, llegaron una ley pionera que suponía el reconocimiento de la violencia machista en el código penal y la necesidad de políticas públicas para luchar contra ella. Se empezó también a llevar la cuenta de las mujeres asesinadas: una cifra que, aun sin recoger todas las violencias, nos recuerda año tras año, como un goteo insoportable, que queda mucho camino por recorrer.
Desde que Ana dijese en televisión que ella “no se expresaba bien” (se equivocaba, poca gente se ha expresado tan bien a lo largo del a historia), también vino una ola feminista que provocó un tsunami morado en las calles de cada ciudad y cada pueblo del estado, en ese potente 2018 que gritaba que nos queremos vivas, libres, y sin miedo.
En Euskadi nuestra memoria feminista nos recuerda que todo el camino recorrido nos ha servido para poner de manifiesto que la violencia machista es un problema estructural de nuestra sociedad que requiere medidas también estructurales.
Desgraciadamente, en los últimos años asistimos a la llegada de una tendencia reaccionaria que nos dice que la violencia machista no existe, que son algunos casos puntuales o que el problema lo traen ciertos hombres que vienen de fuera, con otra cultura y otras costumbres. Este discurso lo tiene perfectamente engrasado la extrema derecha europea que ha encontrado en la seguridad de las mujeres y de las personas LGTBIQ+ el argumento para generar el odio hacia las personas migrantes. Endurecen las políticas migratorias para protegernos de un supuesto peligro que viene de fuera. A la extrema derecha autóctona parece que le cuesta más adoptar ese discurso ya que, con esa estética de señorito de toda la vida, se le ven demasiado las costuras, pero cada vez lo tienen más presente.
Quizás resulte complejo tener esto presente a veces en Euskadi, donde la extrema derecha no desfila con grandes banderas ni llena platós como en otros lugares del Estado. Aquí no tiene la misma presencia institucional ni la misma estética, pero eso no significa que estemos a salvo. La negación de la violencia machista, el cuestionamiento constante de nuestras luchas, la burla y la minimización también se cuelan en nuestras conversaciones, en nuestras redes, en nuestros lugares de trabajo... Es un discurso que poco a poco puede calar, apareciendo disfrazado de escepticismo, de falsa neutralidad, de “sentido común”. Y esa estrategia, silenciosa pero persistente, es igual de peligrosa porque desplaza el debate, desactiva conciencias y legitima que se recorten derechos sin necesidad de grandes discursos ni de banderas desplegadas.
Frente a ello, este 25N debemos tomar las calles para gritar alto y claro que quienes niegan la violencia machista, quienes le niegan la existencia a las personas LGTBIQ+ nunca garantizarán nuestra seguridad ni nuestros derechos. Tenemos que decir con fuerza que nuestra mayor amenaza son ellos, que son ellos quienes obligaron a Ana a vivir bajo el mismo techo que su asesino, que son ellos quienes han quitado los derechos a las mujeres trans en Inglaterra y en EEUU, que son ellos los que afirmaron que hubo jolgorio en el caso de la Manada, que son ellos quienes le preguntaron a la madre de Nagore Laffage si su hija era muy ligona. Son ellos quienes intentan convencer a nuestra juventud de que la violencia machista es un bulo, de que muchas de las denuncias son falsas y de que las políticas de igualdad son discriminatorias. Son ellos los que, allá donde gobiernan, estrangulan los recursos públicos destinados a la protección de las mujeres.
No podemos despistarnos ni un segundo. Cada retroceso, cada duda o cada intento de relativizar la violencia machista es una puerta abierta para perpetuarla. Queremos reivindicar la radicalidad de nuestras demandas, de la lucha feminista; poner la violencia machista en el centro, exigir medidas estructurales y visibilizar cada agresión. Cualquier discurso que se desvíe de esto, que minimice, banalice o posponga la urgencia de actuar, debe ser señalado y cuestionado, porque nuestra seguridad, nuestros derechos y nuestra dignidad no admiten medias tintas.
Salgamos a la calle un año más a dejar alto y claro que la violencia machista se combate con medidas estructurales, con recursos públicos, con derechos laborales y garantías económicas, con atención integral para las víctimas y con implicación de toda la sociedad.
Que nuestras plazas y nuestras calles recuerden a Ana Orantes y a cada mujer asesinada, y que reflejen la fuerza de un movimiento feminista que aquí lleva décadas construyendo redes, solidaridades y luchas colectivas.
No vamos a olvidar, no vamos a dar ni un paso atrás, porque la memoria, la organización y la solidaridad son la mejor garantía de que la violencia machista no tenga cabida en nuestras vidas ni en nuestros pueblos y ciudades. Euskadi se levanta cada 25N, y seguiremos haciéndolo con fuerza hasta que la igualdad y la seguridad sean realidad para todas.
Sobre este blog
Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
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