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El Ejido ante el espejo: Vox afronta la reválida de su discurso xenófobo en la capital de los invernaderos

Plaza Mayor de El Ejido | N.C.

Néstor Cenizo

El Ejido —

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Eva Mateo enciende su cigarrillo, da una profunda calada y mientras expulsa el humo advierte que ella, que a diario habla con unos y otros mientras vende cupones en el bulevar, entiende muy bien por qué algunos vecinos no quieren más inmigrantes en El Ejido. “Yo escucho a la gente y no les puedo quitar la razón. Porque a mí me importa una mierda de dónde vengas: si eres bueno o eres malo, eso eres tú. Lo que no puede ser es que yo esté aquí tirada doce horas cada día para 1.200 euros, y ellos estén sin hacer nada y les paguen por ello. Creo que el que en tres meses no trabaje, a su puta casa. Y eso no es racista”.

Eva Mateo no vota a Vox. Dice que algunos vecinos se quedaron en que “con Franco vivíamos mejor”, y claro, “votan a lo que más se parece”, pero ella no podría apoyar a un partido franquista que hace bandera de la caza y los toros. Ella, que vota a Pacma por encima de todas las cosas. Otro cantar es la inmigración. Y cree que ahí sus vecinos, que “siempre fueron de derechas”, llevan razón porque algo hay que hacer con los vagos venidos de fuera, que consumen ayudas y “no pagan nada”.

Sergio Suárez, un argentino que lleva media vida en España, escucha con atención. Y a la pregunta de si hay más racismo aquí que en otro sitio, contesta: “El racismo está, pero no se ve. Hay gente que te lo hace ver, pero no te lo dice”.

Vox en El Ejido

Es lunes, y un par de horas después, Macarena Olona verbalizará en el debate televisado el ideario amorfo que campa a sus anchas por el poniente almeriense citando precisamente a El Ejido, el epicentro almeriense de la agricultura de invernaderos: “¿Saben cuál es la diferencia entre Saint-Denis [en alusión a los disturbios en este barrio parisino] o El Puche o El Ejido? Que en Andalucía no se ha celebrado todavía una Champions”. Antes, un pastiche que apelotona lugares comunes, mitos, medias verdades y miedos en torno a la inmigración y la inseguridad.

En El Ejido, Vox tiene caladero para echar las redes de su discurso xenófobo: el 29,51% de sus vecinos votaron por la formación ultraderechista en las autonómicas de 2018. Fue una victoria significativa porque, además de ser la primera, casi un tercio de sus 84.005 habitantes son inmigrantes de casi un centenar de nacionalidades, según el INE. De ellos, la mayoría (el 19,94% del total de la población) son marroquíes. En las generales de noviembre de 2019, la victoria fue más contundente (el 36,32% de los votos), y solo cedió el liderazgo al PP en las municipales. En todos estos comicios, los votos a la izquierda fueron testimoniales.

La aparición de 2018 se confirmó con unos resultados extraordinarios en toda la provincia con la repetición de las generales, en noviembre de 2019: Vox ganó en la mayoría de los municipios del llamado Mar de Plástico. Adra, Balanegra, El Ejido, La Mojonera, Vícar, Roquetas de Mar, Huércal de Almería y Níjar. Del 16,79% en la provincia en diciembre de 2018 (dos parlamentarios andaluces) al 26,93% en las generales de menos de un año después.

Por todo esto, Abascal suele referirse a Almería como la “provincia adelantada de Vox”, y por eso su primer acto público tras la convocatoria electoral fue la jornada 'Mitos y realidades sobre la inmigración en España', organizada por la Fundación Disenso, una especie de “laboratorio de ideas” del partido. El discurso xenófobo de Vox tiene aquí su punta de lanza, con un eje discursivo: la inmigración ilegal genera delincuencia.

Sin embargo, en el último Barómetro del Centro de Estudios Andaluces (CENTRA) detalla que la inmigración es el principal problema de Andalucía solo para el 0,5% de los encuestados, cuatro décimas menos que en diciembre de 2021. En un conjunto global, la inmigración es el vigésimo segundo problema de los ciudadanos andaluces.

A las afueras, dos paisanos pasean a cubierto de su sombrero, y uno de ellos explica: “Ahora la gente no está preocupada por los inmigrantes. ¡Estamos preocupados por la gasolina! Si Vox dijera que la pone a la mitad, ganaban de calle…”.

En el campo: de la explotación laboral…

“Aquí hay mucho racismo, pero al ejidense no le gusta que se lo recuerden”, dice Juanjo Guzmán, militante del SOC-SAT, una organización en la que algunos ven una suerte de “sindicato del emigrante” por su defensa de los derechos de los trabajadores de los invernaderos. Muchos de ellos viven en la irregularidad, a pesar de ser piezas imprescindibles del “milagro económico almeriense”. Otros son ya españoles con plenos derechos políticos. “Ningún partido ha asumido con entereza la defensa de estos trabajadores”, critica Guzmán. “Si montaran un partido, podrían ganar”, advierte.

Desde el sindicato del campo denuncian que hace tiempo que la izquierda arrojó la toalla. “El fascismo es arrollador aquí, pero la izquierda también tiene culpa. No ha dado la talla, porque ha sido cobarde. No expone con claridad ideológica por qué ocurre esto, por miedo a perder votos. ¿Qué partido defiende aquí los intereses de los trabajadores?”, se pregunta Mustafá, que llegó a El Ejido en 1989.

Trabajó en invernaderos, en un camión y hoy presta servicios en una gestoría. Para él, el racismo es una mancha que cala: “He conocido a marroquíes que votan a Vox. No están en contra del extranjero, sino del ”ilegal“. Ese es el discurso”. Y detecta una mentalidad de “siervo” que se ceba con el de abajo: “Desgraciadamente, encuentras buena gente votando a Vox. La gente sigue al grupo porque es más fácil que ser crítico”.

No es el caso de Negro Juan, jornalero, sindicalista y rapero, que responde desde Suiza, donde pasará tres meses en la vendimia. “El Ejido es una mierda, pero lo echo de menos”, dice, con inconfundible deje almeriense. ¿Por qué Negro Juan? “Porque cuando dices Juan no te viene a la cabeza un negro, ¿verdad?”.

¿Qué es la integración? ¿Comer jamón? Lo que ordena una sociedad es el estado de derecho. Para mí, la integración es respetar las leyes, independientemente de cómo te vistas"

Llegó con su tío a España en 2002, con diez años, desde Guinea Bissau, y poco después de cumplir la mayoría de edad se encontró donde casi todos: en el campo. Por entonces, le pagaban 35 euros por recoger calabacines todo el día, incluyendo los domingos. Trabajaba sin contrato. Le apuntaban diez jornadas de cotización, aunque trabajara casi todos los días del mes.

Hasta que dijo basta. Se metió casi sin querer en una marcha contra la violencia policial en 2008 y lo demás vino solo. De la primera huelga que organizó logró que la empresa les diera el domingo libre. “Vaya logro…”, dice con ironía. “Lo peor es que los inspectores lo saben. Si saben que el calabacín es fundamental cogerlo todos los días, ¿cómo voy a trabajar solo diez días? ¿Quién lo recoge los demás días?”, protesta. “He visto mucha gente que ha tenido que pagar 6.000 euros para que el jefe le haga los papeles”.

Por estas cosas, Mustafá da la vuelta a la pregunta. “¿Qué es la integración? ¿Comer jamón? Lo que ordena una sociedad es el estado de derecho. Para mí, la integración es respetar las leyes, independientemente de cómo te vistas. Y yo digo que quienes no están integrados son los que tienen gente trabajando sin alta o sin pagar salario mínimo”, opina. “Y si los marroquíes reúnen los requisitos y han cotizado, tendrán derecho a las ayudas como los españoles”.

… a la venganza de los agricultores

Curiosamente, entre los agricultores hay muchos que también se sienten señalados por un problema en el que, lejos de ser responsables, serían víctimas. “El Gobierno no tiene interés en regularizar ni arreglar el problemón de que no haya suficiente mano de obra legal. Se limitan a sacar la inspección de trabajo con afán recaudatorio y llamarnos delincuentes. Cuando saben perfectamente que todo el mundo tiene ilegales”, explica un significado empresario agrícola y militante “díscolo” de Vox, que accede a dar su opinión bajo condición de anonimato. “Si te pillan te pueden cascar 70.000 euros, y además eres un explotador. De la puerta del invernadero para afuera es irregular, pero de puertas adentro es un delito”, protesta.

“Lo que quiere el agricultor es poder trabajar sin miedo. Eso corresponde a los que se presentan estos días. Si se necesitan 90.000 peonadas corresponde al Gobierno dotar las herramientas para que se pongan a disposición”. Según él, el voto del agricultor a Vox se explica en el castigo. Al PSOE, por “ponerse contra ellos”. Y al PP, por “no hacer nada por ellos”. “Todos los palos se los lleva la agricultura, por eso vota en clave de venganza. Y ahora el que no tiene las manos manchadas es Vox”.

¿Cómo se encaja la promesa de Vox de expulsar a todos los inmigrantes en situación irregular con la necesidad que de ellos tiene el campo almeriense? “Vox sabe que no los van a echar y lo encauza a los que están por la sopa boba, o para delinquir. No es tanto la inmigración, sino los marroquíes, que son tremendamente conflictivos. Y gana porque el resto de los partidos son políticamente correctos y no quieren perder ni un voto”.

Los hechos del 2000

En este pueblo hay un elefante en la habitación. Los “hechos” del año 2000 se han convertido en un “tabú” del que pocos quieren hablar. Entre el 5 y el 7 de febrero, El Ejido vivió una ola de violencia xenófoba: hubo destrozos, persecuciones y palizas. La “caza del moro” lo llamaron. La chispa fue el asesinato de dos agricultores, primero, y de una mujer, poco después, en este caso por parte un hombre que sufría esquizofrenia paranoide.

“Atacar a una comunidad por el delito de alguno de sus miembros es grave. Para colmo una persona con una perturbación. Y aquello quedó impune”, comenta Mustafá, que se convirtió en un respetado líder de la comunidad ejerciendo de mediador. Aquello mostró una imagen bárbara, y ha acabado desembocando en un “fascismo más civilizado” porque no empuña bates de béisbol, pero que es igualmente arrollador. 

Negro Juan resume así lo que supone en El Ejido la aparición de Vox: “Vox ha cogido un nombre, pero estas cosas ya pasaban. Sí ha cambiado una cosa: antes a lo mejor se pensaban decirte ”negro de mierda“, pero ahora te lo dicen en la cara y si te molesta, te dicen ”vete a tu país“”.

En Las Norias: del bar ultra…

Al bar El Acuario, en Las Norias, suelen acudir los periodistas porque en su día parecía una metáfora demasiado buena de cómo cristalizó Vox en El Ejido. Cuenta Fernando Fuentes, su dueño, que Abascal tomó café y que él le ofreció la discoteca “para lo que quisieran”. La clientela de su local, lúgubre a mediodía, son agricultores, sobre todo de Vox, que vienen a tomar “su copilla” a media tarde. “También del PP”, aclara.

Este hombre sintetiza un resquemor difuso con la inmigración que se materializó salvajemente en el año 2000 y, en su caso, en un asalto al bar. Por eso, suele mostrar la cicatriz en la muñeca que unos ladrones rumanos le dejaron hace años. También cuenta que después de participar en un reportaje para la televisión, el cartelón con la bandera de España que tiene en la puerta apareció vandalizado. Es la constitucional porque su hijo le convenció para no colocar la franquista que tiene dentro. Desde que ocurrió aquello no ha vuelto a sufrir ningún incidente, admite.

Alrededor de El Acuario abundan peluquerías, restaurantes y locutorios con rótulos en árabe. Fuentes lleva años repitiendo que no quiere inmigrantes en su local, pero no tiene problema cuando entran dos chicos de origen magrebí y piden dos cocacolas, e incluso les anima: “Si yo os conozco... No seáis tímidos”.

Los chicos han venido a jugar al billar, así que meten un euro, pero no hay bola blanca. Fuentes busca y rebusca, por si la hubiera dejado tras la barra o en un cubo, que podría ser. Pero no aparece, y entonces la misteriosa desaparición de la bola blanca se convierte en la síntesis de todo lo que aquí pasa: “¿Ves? ¿Te das cuenta de lo que tenemos aquí?”, pregunta al periodista. “La ciudad sin ley, se llama esto”.  

…al instituto con el 65% de inmigrantes

Va cayendo el sol y se va llenando de gente el bulevar que un día fue famoso por tener más oficinas bancarias por metro cuadrado que ningún otro sitio. La calle (en realidad, la carretera nacional 340) la pueblan hoy negocios de distinto pelaje, muchos orientados a los inmigrantes: tiendas de telefonía, carnicerías halal o tiendas de moda. La terraza del café Tánger está atestada de hombres tomando té o jugando al parchís. Los subsaharianos se sientan en los maceteros o en cualquier bordillo.

Los inmigrantes hacen un uso intensivo del espacio público: charlan en la esquina o improvisan un mercadillo de cosas inverosímiles en la calle Manolo Escobar: de cebos para ratas a un uniforme militar. Algunos reposan todavía junto a sus bicicletas, el medio de transporte habitual para desplazarse a los invernaderos. El carril bici es el auténtico símbolo de este pueblo. La bici es barata, avanza a pulmón y no exige papeles.

Una de las consecuencias de la desconfianza es la consolidación de guetos: muchos autóctonos se están trasladando de El Ejido a Almerimar, que hasta hace unos años servía sobre todo para el veraneo. Mientras, en Las Norias (unos 9.000 habitantes) la proporción de inmigrantes aumenta. “Un niño en Las Norias solo se cría con negros y moros”, dice Negro Juan, que estudió en el Instituto de Educación Secundaria Francisco Montoya.

En la recepción del centro, el listado de admitidos muestra casi un 100% de apellidos magrebíes, aunque su director, Pedro Lozano, rebaja el porcentaje entre los 600 alumnos al 65%. La mayoría son nacidos en El Ejido, pero cada curso se incorporan 15 o 20 sobre la marcha. “Hemos puesto las bases para que no haya conflictos raciales. Los roces se producen porque son adolescentes”, dice en su despacho ante una pared repleta de reconocimientos a la labor del centro. No percibe una conflictividad especial, ni en el centro ni en la calle.

El principal problema sigue siendo comunicarse con las familias. Dos mediadores culturales acuden dos días en semana porque muchos padres no hablan español. El idioma puede ser también una herramienta de abuso: es más fácil dominar al que ni siquiera puede entender o hacerse entender, y eso está cambiando con las nuevas generaciones.

Negro Juan apunta otra diferencia. “Mi tío cuando me ve en las marchas se acojona. Nosotros no nos callamos. Nuestros padres se callaban, nosotros no”, dice el rapero: “Si quiero decir algo, lo digo con la música. Lo que quiero es que los chavales se conciencien, que sepan lo que está bien o no. Yo me enfoco en mi entorno, más no alcanzo, y de cosas que no tengo idea, no hablo”. 

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