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Los guardianes de la marisma del Guadalquivir ante el dilema de la sequía

Barco en la marisma del Guadalquivir

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Chocar la mano llena de callos de Miguel Núñez es dar un saludo a la naturaleza. Aprieta fuerte y aguanta el tiempo justo. La izquierda la tiene igual de curtida. La marisma del Guadalquivir desde Trebujena a Sanlúcar de Barrameda pertenece a su familia, salvo por el terreno que ocupan unas piscifactorías antes de que los barcos que bajan de Sevilla enfilen hacia el mar. Es la ruta que hacían los toreros hasta el embarcadero del cortijo de Alventu para entrenarse con los bravos.

La parte noble del Alventu conserva una placa conmemorativa de una visita que hizo Alfonso XIII para disfrutar de los astados. La casa del antiguo banderillero tiene unas ventanas estrechas que miran a la plaza de tientas. Por simplificar la historia, su bisabuelo compró la finca al marqués de Villamarta. Los Núñez ya poseían tierras, pero estaban muy dispersas. Así que decidieron vender sus propiedades y consolidarlas.

El ganadero recuerda que entendió el maravilloso paraje que tenía con sus primos almorzando con Steven Spielberg. El director de cine rodó allí El Imperio del Sol. “Podía haber elegido otro sitio en el mundo si hubiera querido”

El ganadero recuerda que entendió el maravilloso paraje que tenía con sus primos almorzando con Steven Spielberg. El director de cine rodó allí El Imperio del Sol. “Podía haber elegido otro sitio en el mundo si hubiera querido”, comenta. Entonces estaba todo inundado. “Había llovido muchísimo”, recuerda mientras cepilla su yegua antes de ponerle la montura, “ahora está todo seco. Llueve poco y lo hace de golpe”.

Los animales campan a sus anchas por el humedal y se alimentan con salicornia, armajo y heno de la propia marisma. La familia llegó a tener miles de cabezas de ganado bravo años atrás. Núñez explica que las reses que cría ahora tienen una función esencial para preservar el medio ambiente y la biodiversidad del también conocido como Doñana gaditano. Pero la falta de agua por la sequía lo hace económicamente insostenible.

La marisma pasaba por Trebujena hacia el interior y llegaba hasta Lebrija cuando Juan Manuel Gómez era niño. Manego, como le conocen en la comarca, compró a un tío de Miguel Núñez un pequeño terreno que dedica a la cría de camarones que vende por la zona. Es el que vigila las compuertas de la comunidad de regantes de Sanlúcar. “Cuando llueve las abro y las cierro”, explica, “pero como no llueve, no hay que tocar mucho”.

“Por estas fechas las marismas estaban llenas”, recuerda, “antes se tiraba fácilmente un mes lloviendo. Ahora caen 10 litros de golpe y se lleva todo por delante”. Y no es solo que no haya yerba para el pasto del que se alimentan las reses bravas. “Tampoco paran las aves migratorias” – dice – “ahora ya no hay patos, los barrieron las escopetas y la sequía. Si no llueve, no pueden criar”.

La falta de agua dulce también afecta a las angulas. El estuario es una zona de cría muy sensible de alevines. “Cada año van a menos”, señala Manego, “así que poquito a poco irá desapareciendo”. Todavía conserva el barco con el que las pescaba de joven. “Correrán la misma suerte que el esturión”, augura mientras comenta cómo las lanchas de la Guardia Civil rompen el silencio cuando van a la caza de pescadores furtivos.

Antes duraba el agua en la marisma de un año para otro”, recuerda, “estaba todo lleno de huevos de gallareta, de patos y otras aves. Desde hace 30 años hacia aquí ya no queda nada y si pasan otros 30 puede desaparecer

El gran riesgo para la marisma es el cultivo. Desde la carretera pueden verse los sistemas de bombeo que traen el agua dulce desde el río a Lebrija. La familia Núñez también explota viñedos, almendros, olivos y cereales. Pero el cortijo de Alventu marca una línea que no quieren rebasar. “Te tiene que gustar mucho esto para mantenerlo”, afirma, “tengo que protegerlo”.

¿Cuánto tiempo podrá aguantar entonces la marisma salvaje? La respuesta es compleja escuchando a los locales que luchan por preservarla. La llamada del dinero puede hacer que esa frontera se rompa definitivamente, cuando lo que le pueden sacar al ganado no cubra lo que les cuesta criar las reses. En ese momento tendrán que pensar en alternativas para generar ingresos.

Una opción factible es instalar una granja eólica. Los cerros que miran hacia Jerez de la Frontera están copados por molinos. Pero por las marismas no corre el viento con la intensidad para generar electricidad de una manera sostenida. “O placas solares”, añade Núñez, “pero prefiero aguantar la tentación y luchar todos los días para tener mi vida natural”. “Estos son valores que nos han inculcado nuestros padres”, afirma.

El ganadero está abierto a las nuevas tecnologías verdes. Sin embargo, tiene claro que debe hacer cosas que no dañen a la naturaleza ni el ecosistema o el entorno. Si optara por labrar lo que queda de marisma, haría exactamente eso. La solución tiene que llegar por otro lado. “Europa debe hacer algo para poder mantener todo esto” –explica Manego– “dando subvenciones para que no se toque la marisma y se quede como ha estado toda la vida de Dios”.

Las piscifactorías dan vida a las aves, porque permiten que haya agua todo el año. Pero no todas las especies pueden sobrevivir en agua salada. La Junta de Andalucía presentó en agosto un plan para recuperar humedales que se perdieron por el cultivo. La idea es inundar con agua del Guadalquivir unas 230 hectáreas desecadas y así convertirlas en una de las áreas de nidificación de la cerceta pardilla, una especie en peligro.

Pero incluso si lloviera de forma constante, explica Manuego, el agua dulce que necesitan los animales del entorno iría toda al río por las canalizaciones. “Antes duraba el agua en la marisma de un año para otro”, recuerda, “estaba todo lleno de huevos de gallareta, de patos y otras aves. Desde hace 30 años hacia aquí ya no queda nada y si pasan otros 30 puede desaparecer”.

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