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VENTANA RURAL
El campo español y la política: entre la promesa y el cansancio
El campo español se encuentra en un momento de transformación profunda, condicionado tanto por las políticas europeas como por las demandas sociales, medioambientales y económicas. En este contexto, el papel de los responsables políticos se ha intensificado.
En España, hablar del campo se ha convertido en una rutina política tan frecuente como necesaria. Cada ministro, presidente autonómico o portavoz parlamentario asegura tener “la receta” para salvar a agricultores y ganaderos, pero lo cierto es que el sector lleva demasiados años oyendo discursos mientras lidia con incertidumbres crecientes. Sin embargo, sería injusto ignorar que en los últimos tiempos sí ha habido avances, inversiones y una intención política más clara de afrontar los retos rurales. La cuestión —y es una cuestión mayúscula— es si esas aportaciones bastan o si solo estamos ante la enésima modernización prometida.
La nueva PAC, aplicada desde 2023 y ajustada en 2024 y 2025, es el eje sobre el que pivota todo el debate. El Gobierno presume de haber logrado una distribución más justa, de haber reforzado a las explotaciones pequeñas y de haber colocado la sostenibilidad en el centro. Y es cierto que el pago redistributivo y los ecorregímenes suponen un cambio real en el tablero agrario. También es cierto que la simplificación administrativa era necesaria y ha llegado, aunque tarde y todavía incompleta. Pero para miles de agricultores el problema no es la teoría: es la burocracia que les ahoga mientras el precio de la uva, la leche o el cereal no cubre costes.
Ninguna estrategia sobrevivirá si el agricultor no recibe un precio justo por lo que produce
Lo mismo ocurre con la modernización del regadío: una inversión de miles de millones que, sobre el papel, marca un antes y un después. Y no cabe duda de que España necesita un regadío eficiente, tecnificado y preparado para la sequía permanente que ya dibuja el clima mediterráneo. Pero los agricultores reclaman algo más sencillo y, paradójicamente, más difícil de obtener: seguridad. Seguridad en que el agua llegará, en que las reglas no cambiarán cada dos años, en que Europa no recortará los fondos que hoy mantienen vivas muchas explotaciones.
Porque ahí está el elefante en mitad del campo: los posibles recortes del 22% de la PAC para el periodo 2028-2034. En un momento en que se pide al sector ser más sostenible, más digital, más competitivo y más eficiente, plantear bajadas presupuestarias es un mensaje contradictorio que solo alimenta la frustración y el enfado rural. Y si hay algo que este país debería haber aprendido en la última década es que el abandono del mundo rural no se paga barato: se paga con desafección, despoblamiento y ruptura territorial.
En este contexto, la Estrategia Nacional de Alimentación es, sobre el papel, un soplo de aire fresco. Una visión integral, ambiciosa, que intenta coordinar producción, distribución, salud y sostenibilidad. Pero ninguna estrategia sobrevivirá si el agricultor no recibe un precio justo por lo que produce. Ninguna política rural será transformadora si el joven que quiere quedarse en su pueblo no ve futuro más allá de ayudas temporales. Ningún plan alimentario será exitoso si quien produce alimentos siente que vive en una carrera contrarreloj contra los costes, el clima y la regulación.
No se puede gobernar un país olvidando la tierra que lo alimenta
El campo no necesita ser protagonista de discursos, necesita ser protagonista de decisiones estables. Y necesita que la política deje de mirarlo como un espacio simbólico —el lugar de “lo auténtico”, “lo tradicional”— para verlo como lo que verdaderamente es: un sector económico estratégico, un garante de soberanía alimentaria y un pilar de cohesión territorial.
Hoy más que nunca, el campo español exige menos titulares y más certezas. Exige que los políticos cumplan la máxima que durante décadas ha faltado: no prometer lo que no se puede cumplir, y cumplir lo que se promete. Solo así podremos hablar, algún día, de un medio rural que no sobrevive, sino que avanza.
La España rural no se está muriendo: la están dejando morir. No por maldad, sino por indiferencia. Y esa es la peor forma de abandono. Porque mientras los debates políticos giran en torno a bloques, pactos y titulares, el campo gira en torno a estaciones, cosechas y supervivencia. No se puede gobernar un país olvidando la tierra que lo alimenta.
¿Qué deberían aportar los políticos? Cosas básicas e inaplazables:
- Estabilidad regulatoria, no laberintos administrativos.
- Precios justos, no discursos vacíos.
- Infraestructuras reales, no anuncios retocados.
- Respeto, no paternalismo.
- Escucha, no propaganda.
El futuro del país se juega entre ganado, olivos, viñas y pastos. España se pinta desde las ciudades, pero se sostiene desde los pueblos. No se construye identidad sin campo. No se sostiene una nación sin quienes producen alimento. No habrá equilibrio territorial sin un mundo rural vivo, valorado y con futuro.
Es hora de que la política pase de las palabras a la tierra. De mirar, a comprometerse. Porque el campo español no pide privilegios: pide que no lo dejen atrás.
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