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Del Jaguar al BlaBlaCar

Rocío Monasterio (Vox).

Juan José Téllez

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Un indicio serio de la ralentización de la economía estriba en que hemos devaluado el discreto encanto de la corrupción. ¿Qué se hizo de aquel  rutilante Jaguar o Range Rover que Jesús Sepúlveda –qué buen nombre para un cante de boleros-- guardaba en el garaje del domicilio familiar que compartió con su entonces esposa Ana Mato, ex ministra de Sanidad de Mariano Rajoy?

Ah, tiempos dorados aquellos de la trama Gürtel. Ahora, a las puertas de un nuevo estancamiento económico a escala mundial, hasta la trincalina es low cost, como demuestran las dos dimisiones de parlamentarios andaluces –uno de Ciudadanos por Almería y otro de Adelante Andalucía, por Jaén--, a costa de haber compatibilizado sus dietas de kilometraje con los servicios de Blablacar, ese coche compartido que viene a ser como el autostop pero en plan milenial.

Dos parlamentarios por ahora, pero podría haber más. Y sólo en Andalucía, donde no creo que mantengamos el monopolio exclusivo de esta suerte de trapisondas, más cutres que criminosas. ¿El fuego independentista con el que está ardiendo Barcelona tras la excesiva sentencia contra el soberanismo, no se propagó con la gasolina del 3 por ciento que exigía Convergencia en sus mejores tiempos? España no necesita resucitar a Franco sino a Rafael Azcona y a Luis G. Berlanga para que nos expliquen en pantalla grande como el clan de los Pujol está en la calle después de la herencia de Andorra y Oriol Junqueras y los suyos siguen chupando trena por un simulacro de referéndum con urnas compradas en bazares chinos.  

Hemos pasado, ahora que caigo, de unos cuantos incautos falsificando, plagiando o blanqueando trabajos de fin de master a Rocio Monasterio, la presidenta de Vox en Madrid, que resultó ser tan buena arquitecta que ya firmaba proyectos y certificaciones años antes de terminar la carrera. 

¿Dónde están los límites de la corrupción, dónde su termómetro? En España, ha habido alcaldesas, como la de Rota, que han terminado en la trena por encargar bandas y trajes de reinas de la Feria a cambio de multiplicar las horas extras de un policía local y rara vez los pelotazos inmobiliarios de muchos otros de sus colegas o de empresarios sin escrúpulos, han terminado en el banquillo de los acusados. El ex alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, actualmente en tercer grado y a punto de correr otra maratón, terminó en el chabolo por enchufar a dos compañeros de partido dentro de su propio grupo municipal. ¿Ubi sunt los hechos reales en los que se inspiran películas, series o novelas como “Crematorio” y “El reino”?

Como diría Charles Dickens, vivimos en el mejor de los tiempos, vivimos en el peor de los tiempos. Nosotros, que aguardamos la sentencia de los ERE para ver si en España existe justicia o existe  propaganda, en los últimos años hemos visto en las noticias como los facinerosos colgaban cuadros de Miró en el cuarto de baño; claro que también contemplamos a tonadilleras trasegando dinero negro en bolsas de plástico del mismo color. 

El glamour del delito de guante blanco convive con el timo de la estampita. Hemos pasado de los raperos internacionales contratados martin-martin por los narcos del Estrecho a un guardia que acepta un sobre bajo cuerda porque su salario es exiguo y él no es de piedra. Nuestro reino animal conduce a selvas muy distintas: el caballo Imperioso de Jesús Gil terminó trotando hacia las estepas de la mafia rusa y el tigre Currupipi, que Jesulín de Ubrique guardaba en Ambiciones, tan sólo dio para que su esposa y su suegra terminaran implicadas en un lío de falsificaciones del tres al cuarto para trincar pensiones de la Seguridad Social. 

En su día, Juan Guerra podía comprar una finca en Espartinas a través de Quevas Holding Limited, una empresa radicada en el entonces paraíso fiscal de Gibraltar. Sus homólogos de hoy usan criptomonedas en no se sabe donde. Adiós a los centros financieros y a los insólitos despachos en la delegación del Gobierno de Sevilla. Hoy, basta con una tablet.  Los robagallinas viajan en blablacar, los auténticos mangantes vuelan en los elegantes Uber del poder real. Debe ser por eso que es más fácil desenmascarar a los primeros. Lo raro es que sigamos votando a los segundos.  

 

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