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Lo raro es dormir

Aunque debemos encontrar un lugar cómodo, es preferible dormir la siesta en un sillón o el sofá, mejor que en la cama.

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Con el título de esta columna no estoy parafraseando el de una de las novelas más conocidas de Martín Gaite, como seguramente hayan pensado muchos lectores. Es, en cambio, una de las frases que se repite en la reciente e incisiva novela de Isaac Rosa, Las buenas noches. Y lleva razón. En ningún país del mundo se consumen tantas benzodiacepinas (depresores del sistema nervioso central) como en España, lo que se explica si tenemos en cuenta que la mitad de la población duerme mal y un 14% padece insomnio crónico.

De eso, del mal dormir, trata el magnífico libro de Rosa, pero como no es un ensayo, sino una novela de alto voltaje técnico y argumental, nos atrapa por lo que tiene de orgánico, por cómo el insomnio atraviesa a sus personajes, se enquista en sus cuerpos y sus emociones y condiciona una cotidianidad en la que muchas y muchos se sentirán identificados. Y no solo: también se sentirán identificados en las causas de los desvelos nocturnos.

Si tantos individuos padecen la misma anomalía, está claro que se trata de un problema social. Y eso no se cura con benzodiacepinas. De hecho, no se cura con capitalismo

En otras palabras, si tantos individuos padecen la misma anomalía, está claro que se trata de un problema social. Y eso no se cura con benzodiacepinas. De hecho, no se cura con capitalismo. Someterse al chantaje del trabajo asalariado y que otros dispongan de tu tiempo para que tus hijos puedan comer, tener un techo y pagues facturas, en suma, tiene efectos devastadores sobre la salud mental y así, en efecto, lo raro es dormir a pierna suelta cada noche.

Por fortuna yo no entro en el club de los insomnes crónicos, por mucho que, a medida que envejezco, cada vez duerma menos. Como todo el mundo, he pasado períodos de muy mal dormir, ya desde joven, y casi siempre por las mismas dos causas: preocupaciones por el estado de gente querida y ansiedad por saber que a la mañana siguiente te vas a levantar para regalarle un tercio de tu día al pagador de tu nómina, o a quien haya diseñado, como me ocurría de estudiante, la absurda programación de tu carrera universitaria.

En realidad me ocurre algo paradójico. Cuando he tenido etapas sin trabajo, pero con el final de mes cubierto (algo mucho más fácil para quienes no tenemos hijos), dormía menos, por la sencilla razón de que madrugaba más. ¿Para qué iba remolonear en la cama, si cuando me levantara no tendría que vender mi tiempo a nadie? Me ponía en pie de un salto, antes de que sonara el despertador, lleno de energía. Me iba a nadar a la piscina pública y volvía a casa con las pilas cargadas para trabajar en mi próximo libro. Dormía menos, pero descansaba más.

Esa, en definitiva, es la prueba del algodón. Convivo con una persona -cuya ausencia por viajes del uno o del otro, por cierto, es lo único que siempre me impide conciliar el sueño- de muchos maldormires…, excepto en vacaciones. Entonces ni siquiera revisa si en el cajón quedan chucherías de herboristería, CBD o si en el móvil se ha descargado podcast de último recurso, todo eso que tan solo un día antes podría parecer que le acompañaría el resto de su vida porque era una insomne recalcitrante. Es, simplemente, una asalariada recalcitrante, como casi todos, especialmente como aquellos que no sabemos lo que significa un sueldo, por ejemplo, equivalente a dos veces el salario mínimo, ese baremo con el que, como Rosa hace en Las buenas noches, se pueden medir y explicar muchas de las cuestiones que nos quitan el sueño.

¿Saben a quiénes no les quita el sueño, a quiénes esta novela, escrita como una garra que te aprieta por dentro, no se les enquistará en su cuerpo? Sí, a esos desgraciados de las derechas que han votado contra la reducción laboral. A ellos les deseo lo peor que hoy día se me ocurre: el insomnio, el mal dormir, las malas noches. Como no sabrán lo que es, y tampoco son de mucha lectura, les bastaría con leer las cinco primeras páginas de esta novela. Ojalá nunca salieran de ellas, sin reducción de jornada.

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