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Se llama Mahmoud, saltó la valla de Ceuta en 2005 y quiere contar su historia

Mahmoud, en el barrio sevillano de San Jerónimo, junto a un local donde colabora trabajando la madera.

Javier Ramajo

Mahmoud tiene 31 años. Lleva ya doce lejos de su pequeña aldea de Senegal. En 2005, el 29 de septiembre, consiguió saltar la valla de Ceuta después de tres años de travesía. Eligió “la ruta larga”, como él mismo dice. Su objetivo era llegar a Costa de Marfil pero la guerra allí le hizo virar el rumbo hacia Libia. Ahí cambió su senda y, sin saberlo, su destino: Europa. Como el de tantos otros, como al que aspiran tantos subsaharianos. Pero su historia no es la de muchos que se han quedado en el camino. Quizás por eso ha decidido plasmarla en un libro. Así lo ha querido. Eligió partir y ahora quiere contar. Contar “a mis hermanos” que “la vida aquí no es la que piensan”.

Él pasó por el mismo lugar donde una decena de “hermanos” murieron hace escasamente un mes, en la tragedia de Ceuta. Mahmoud ha luchado mucho, entonces y ahora, por ganarse un futuro, por tener un empleo, por poder ayudar a la familia desde la distancia. “¿Cuántas tablas llevas?, le pregunta el dueño del local en el que Mahmoud no se detiene un momento mientras sierra la madera y aprieta tornillos. Tampoco ha parado de buscarse la vida desde que decidió marcharse. En Sevilla, antes en Ceuta, antes en Marruecos, en Libia. En una finca del Aljarafe, de cocinero en un bar de la Alameda de Hércules, en un hostal de Triana. Los últimos años se ha formado como carpintero en Lucena (Córdoba). Noches en vela, muchas. Pensar en la familia, ”inevitable“. Como no puede evitar enviar dinero cada cierto tiempo a los suyos.

“Decidimos saltar. Ya no teníamos vida allí, entre las montañas y la frontera. Salíamos a las cinco de la mañana a buscar comida al pueblo desde el bosque, antes de que nos pudiera detener la policía marroquí”. Su día a día era aparcar coches para poder “comprar algo de pan y de ropa”, y llamar a la familia “para decir que estaba bien”. La familia, la extensa familia africana. Aún hoy, para Mahmoud, sigue siendo “un apoyo muy fuerte”.

¿Qué pensarán sus muchos parientes en Temanto Pathiana, a miles de kilómetros? El hogar que le vio crecer es un regalo de la naturaleza, una pequeña aldea entre baobabs e interminables caminos de tierra roja. Sus acogedores habitantes dan todo aquello que no tienen. Algo ha quedado impregnado para siempre en Mahmoud. Ahora se desvive en un local adaptado como taller, “ayudando a unos amigos”, dice.

'Partir para contar. Un clandestino africano rumbo a Europa' está en las librerías españolas desde este 5 de marzo de la mano de la editorial Pepitas de Calabaza. El escritor y periodista francés Bruno Le Dantec, traducido por Beatriz Moreno, ha ahondado en la historia de Mahmoud. Un día partió y ahora quiere contar. ¿Contar qué? “Contar que no es fácil, que el camino es muy peligroso. Yo no digo a nadie que no venga, pero que sepan lo que hay, que la cosa no es fácil. Y quiero hacer entender que la vida que piensan no existe en Europa. Se lo digo a los jóvenes”. Él, apenas arrancada la treintena, con tanto vivido, habla desde la experiencia. Comenta que muchos se lo han agradecido, que otros no le han creído cuando ha regresado a su pueblo. Como en 2010, cuando murió su madre. “Decidí volver a España porque allí no hay futuro”.

“Hay que explicarles que no podemos acogerles”, ha dicho recientemente la presidenta del Frente Nacional francés, Marine Le Pen. “Es de un egoísmo muy grande. La gente no sabe lo que se está viviendo al otro lado. Arriesgan su vida, arriesgamos la vida. Justo antes de la valla, no hay vida”. Y pone un ejemplo muy gráfico: “Cuando las hojas de los árboles se movían, pensábamos que era la policía marroquí que venía a buscarnos. Pero era el viento. Pasábamos mucho miedo”. El tiempo pasaba. Año y medio entre la espada de la montaña y la pared de la línea fronteriza. “¿Y qué hago yo aquí?”, se preguntaba. Y ejemplifica de nuevo: “Si llenas un globo, llega un momento en que explota”. En las cercanías de la valla, mientras se aguarda el momento, “te sientes como un salvaje”. “Hay muchos que no son capaces de resistir. Se pasan allí años. Comes una vez al día o cada dos días”, narra Mahmoud.

Él, entusiasta, anima a todo aquel que ha llegado a Europa a “que no se quede con los brazos cruzados aunque no tenga papeles”. Aconseja estar siempre alerta y activo: “Hay que mantener fuerte la voluntad, preguntar y arrancarse”. Las críticas a la inmigración o los comentarios xenófobos despiertan en él otro tipo de discurso, quizá algo más político: “Los inimgrantes no venimos a quitar el trabajo a nadie. Con nosotros se han enriquecido más. Siempre. Europa siempre ha buscado mano de obra barata. Las multinacionales compran barato el producto que se trabaja en mi tierra, en mi pueblo”, sentencia.

Su cara aún se estremece cuando recuerda los siete días, con sus siete noches, que pasó andando atravesando el desierto del Sahara argelino hasta alcanzar el Magreb. “Hay más personas que mueren en el desierto que en la valla... pero eso no importa, claro, eso no sale en las noticias, porque están lejos... cuando están cerca sí que es peligroso, ¿no?”, ironiza. “Cuando estaba en el CETI de Ceuta escuché por la radio que habíamos saltado ciento y pico de inmigrantes, cuando en realidad éramos 40. Es increíble”. También quiere “desmentir” ese tipo de informaciones. “Me duele el corazón escuchar que los inmigrantes atacan o que llega una avalancha”.

“Claro que hay gente que se aprovecha del sistema”

La personalidad y el carácter sincero de Mahmoud, alejado de propósitos intencionados, también afloran cuando se le pregunta por la presencia de mafias o tráfico humano durante la travesía o en las cercanías de la frontera. “Existen sistemas de organización, que pueden servir para defenderte en un momento dado en los conflictos entre países africanos o para que otros puedan viajar”, apunta. No le gusta la palabra “mafia”. “Claro que hay gente que se aprovecha del sistema, de la organización, ganando miles de euros sin hacer nada, gente a la que no le hace falta ni venir a Europa”. Pero asegura que “no son mafias, desde mi punto de vista”. En el libro, dice, “describo lo que he vivido, como yo lo he visto”.

El ministro del Interior acaba de anunciar que en Melilla incorporará 15 kilómetros de malla 'antitrepa' en la valla interior y exterior de la ciudad autónoma. “Nosotros fuimos los primeros en Ceuta”, presume Mahmoud. “No está en nuestra voluntad enviar al ejército”, ha apuntado Fernández Díaz. “Pelotas de goma siempre han existido, aunque no había tantos guardias”, comenta Mahmoud. Era el año 2005, la primera 'crisis de la valla'. Nueve años más tarde, la frontera ya se ha empezado a hacer más grande.

Cerca de Temanto Pathiana, la aldea de la provincia de Casamance prácticamente incomunicada y muy próxima a la frontera con Guinea-Bissau y Guinea-Conakry donde nació, aún debe estar “monsieur Sènc”, su maestro, a quien recuerda con absoluta admiración. El pequeño Mahmoud recorría todas las mañanas varios kilómetros para recibir clase en un pueblo cercano. Iba junto a su inseparable amigo Salif, el mismo que se quedó tras él en la valla de Ceuta y al que días después vio en la televisión del CETI mientras era deportado en avión. “A Salif aún le tengo que mandar el libro; a monsieur Sènc ya le envié el francés”.

A su amigo de la infancia, con quien habla habitualmente, le recogió en 2002 en Thiès, camino de la capital de Senegal, Dakar. Mahomud cambió su destino. Salif ha continuado con la vida que su lugar de nacimiento le tenía preparada, con su esposa, sus tres hijos y la mirada triste. Es la realidad al desnudo, la de una vida errante, la vivida hacia un futuro diferente, de esperanza y de lucha, de sueños y de pesadillas. Es la historia de Mahmoud, es su libro, en primera persona.

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