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Doñana después del fuego: “La idea es levantarlo de nuevo”

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Javier Ramajo

El corazón del incendio forestal del pasado fin de semana, los pinares de Mazagón, presenta un aspecto triste y un color desesperanzador. Lo que era una preciosa extensión verde a ambos lados de la carretera que une San Juan del Puerto con Matalascañas se tiñe ahora de blanco y negro. El paisaje devastado y el olor a ceniza lo envuelve todo en lo que podría ser el mejor de los escenarios para una película de terror. Las llamas se lo llevaron casi todo. A lo largo de nada menos que 8.500 hectáreas, la mayoría perteneciente al parque natural de Doñana, solo se sostienen los resquebrajados esqueletos de lo que un día fue un paraíso de pinos y bosque a los pies de la playa.

El sábado por la tarde-noche comenzó el infierno. Trabajadores de la depuradora de aguas residuales de Mazagón se apuran en recuperar las dañadas instalaciones. “Todo esto ardió ya el sábado. La línea de alta tensión, el grupo electrógeno... El fuego llegó hasta aquí mismo”, indican.

El incendio asoló toda la zona pero respetó de alguna manera determinadas construcciones, como el cercano depósito de agua, o las viviendas y los negocios del núcleo de población de Mazagón, perteneciente a Moguer (Huelva), en cuyo término municipal se originó el fuego.

“Se veían un par de focos primeros por la zona de Las Malvinas”, apunto un operario de la depuradora. “El domingo solo pudimos trabajar unas tres horas pero luego nos dijeron que nos teníamos que ir”, recuerdan.

En el Parador Nacional también se apuran, tras casi una semana cerrado, en poner todo a punto para volver a abrir sus puertas. Una zona con césped sirve de contrapunto entre el árido paisaje. A sus puertas, el Área Recreativa de Mazagón y la cafetería, en cuya entrada se encuentra José Antonio González, con la mirada perdida como si aún estuviera viendo el fuego venir. “Esto es el milagro de Lourdes”, presume. Su negocio solo se ha visto afectado en sus alrededores. A unos metros, un pino centenario, monumento natural. “El día antes, el viernes, se estuvo limpiando toda esta zona de rastrojos. Si no hubiera sido así, también hubiera ardido”, explica durante una conversación con trabajadores de un taller colindante, perteneciente a la Consejería de Medio Ambiente.

“¿Cómo lo has hecho que ha ardido todo menos lo tuyo?”, le comentan con cierta sorna al dueño del área pese a que en el ambiente se aprecia que no hay mucho lugar para las bromas. “Llevamos cuatro días sin agua, porque el fuego también se llevó los depósitos”, comenta mientras se afana en señalar a izquierda y derecha hasta donde llegó el incendio y lo cerca que estuvo de acabar con pequeñas viviendas. “La casa del guarda se ha salvado por los pelos”, insiste.

Lo mismo comentan un par de empleados del próximo centro de experimentación del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) en el paraje de El Arenosillo. Muy cerca, un aspersor despistado riega ajeno a todo lo sucedido.

En el Camping Doñana no hay espacio para el humor. Los rostros de los trabajadores, que bloquean la entrada mientras sus responsables se reúnen en el interior, lo dicen todo. Antes, una única bandera raída da la penosa bienvenida. Dueños de autocaravanas esperan las valoraciones de los daños por parte de los peritos, que trabajan sin descanso en el lugar.

“Me he quedado con lo puesto”, comenta un trabajador del camping, que reúne a unas 2.000 personas en los momentos más boyantes de la temporada y que estaba dando sus primeros pasos. Bungalows arrasados y un paisaje desconsolador. Pese a todo, “la idea es levantarlo de nuevo”, apunta esperanzado otro de los empleados, sin muchas ganas de explicaciones. Las ya complicadas sendas de entrada a las playas de La Fontanilla o Cuesta Maneli parecen más inaccesibles que nunca aunque el verano ya sea una realidad.

El Centro de Recepción de Visitante de El Acebuche, desde donde parten las visitas del Parque Nacional de Doñana, entre Matalascañas y Almonte, no se vio alcanzado por las llamas. “Lo vivimos muy mal, el incendio estuvo muy cerca”, dice una empleada. Aliviados pero con la preocupación del daño en la zona, atienden a los turistas con aparente normalidad. Desde el anexo centro de cría tuvieron que ser desalojados trece linces ibéricos el pasado domingo ante la amenaza del fuego.

En el camino que une Mazagón y Moguer, la que parece una reciente pavimentación contrasta con los ocres de las copas de los árboles y las cenizas grises a ras de suelo. En la sociedad cooperativa de Las Posadillas, cuyos trabajadores tuvieron que ser desalojados de sus viviendas, también recuerdan con pavor la cercanía de las llamas. “Humedecimos el perímetro de la finca porque el incendio se nos venía encima. Pasamos mucho miedo”, comenta uno de los responsables. El olor intenso a fresa que desprende el lugar desentona con el que se respira en kilómetros a la redonda.

En lo que fue la Casa Forestal de Las Peñuelas, decenas de inmigrantes temporeros tuvieron que salir corriendo ante la propagación del incendio. Muchos de ellos se hacen visibles por los enrevesados caminos y raíles que predominan en la zona, siempre en bicicleta.

Un par de trabajadores del Ayuntamiento de Moguer se esfuerza en tapar las entradas a la dañada edificación que sirvió de alojamiento a los inmigrantes durante la campaña de la fresa. Dentro, todo tipo de enseres, objetos, alimentos, colchones, etc. Llama la atención el elevado número de utensilios y accesorios para bebés (un par de carritos, tronas, un parque de juegos,...). Todo se quedará escondido para siempre. Y mucho tardará el verde del parque natural en volver a ser el color predominante.

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