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SEQUÍA

El municipio malagueño que multa a los vecinos derrochadores: “No puede ser que no salga agua porque alguien tiene un vergel”

Camión cisterna en Comares | N.C.

Néstor Cenizo

Comares —
12 de octubre de 2022 20:35 h

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Apenas a 15 kilómetros del mar en línea recta, Comares es como es porque está donde está: encaramado a un risco, protegido por afilados tajos e inexpugnable durante la Reconquista, lleva con orgullo ser el mejor ejemplo de la arquitectura mozárabe de La Axarquía. Pero Comares también es como es por tener lo que tiene: aquí brota agua. Un hecho excepcional, porque está en lo más alto, y que ha marcado la vida del pueblo y de los comareños, que se instalaron aquí precisamente por eso. “Comares existe porque tiene cinco manantiales propios”, explica Manuel Robles Ruiz, teniente de alcalde del municipio.

Ahora, le falta agua para dar de beber a sus 1.349 habitantes, que consumen un millón de litros cada día. Los tres pozos de agua potable están secos, la que surge de las fuentes es testimonial o no potable, y no es suficiente la que llega del embalse de La Viñuela, cada vez más escuálido: si no llueve, esta semana bajará del 10%.

Desde hace cuatro meses, dos camiones y un tráiler van y vienen por las estrechas carreteras que llegan al pueblo para descargar miles de litros en el depósito municipal. El ayuntamiento lleva gastados unos 90.000 euros en cubas, a 14 euros cada metro cúbico, de los que luego apenas recupera un euro, lo que va a generar un notable descuadre presupuestario. A la vista de que algunos no han adaptado el consumo a la escasez, el consistorio anunció la semana pasada que pensaba multar a 21 vecinos que han consumido, cada uno de ellos, más de 200.000 litros de agua potable en tres meses. La cuenta sale a más de 2.200 litros diarios.

“Ninguna familia normal consume eso. No puede ser que alguien abra el grifo y no salga agua porque otro está regando palmeras para tener un vergel”, advierte el concejal. La sanción es de 300 euros, una cantidad “simbólica” con finalidad disuasoria. Las multas fueron comunicadas a la prensa antes que a los afectados, a quienes no se les ha notificado.

Mientras, La Viñuela, que debía garantizar el agua de Comares a falta de pozos, languidece y se acerca a su mínimo histórico. Quedan en ella 16,6 hectómetros cúbicos, poco más que los 16,3 que se han sacado en el último año hidrológico, según los datos que acaba de publicar Axaragua, la empresa pública encargada del abastecimiento urbano de los 14 municipios axárquicos. La población censada, según la mancomunidad, es de 171.000 habitantes, pero los municipios estiman que la real supera las 240.000. Teniendo en cuenta la naturaleza cada vez más limosa del agua de La Viñuela, el embalse ya apenas garantiza agua para cuatro meses de consumo humano.

Riego prohibido desde el 29 de julio

La cuestión del agua ha traído periodistas, pero los vecinos le quitan hierro. Hasta ahora, sólo el 28 de agosto (último día de feria) faltó el agua en todo el pueblo, pero en algunas pedanías a menor altura hay horas en las que el hilillo de agua acaba desapareciendo. El ayuntamiento insiste en que el suministro está garantizado, pero que hace falta apretarse el cinturón. Desde el 29 de julio, un bando prohíbe usar el agua potable para baldear las calles, llenar piscinas, regar jardines o parques o lavar los coches. Teóricamente, todas las piscinas se han llenado con camiones cuba.

“Las tuberías terminan aquí, y siempre sale algo. Y en casa tengo cubos”, comenta Pepa, que atiende el bar que lleva su nombre. En el pueblo no dan señas de quiénes son los derrochadores. “Sólo sabemos que son de los diseminados”, dice la mujer, que se aventura a dar una explicación: “Si tienes animales y dicen que podría cortarse el agua, a lo mejor te da por llenar el depósito”.

No es el único municipio que ha establecido restricciones al uso del agua, pero sí el primero que comunica las multas públicamente para tratar de poner freno al derroche. “Hemos tomado las medidas más drásticas porque el agua aquí es más escasa, ya que estamos en lo más alto”, aclara el concejal.

Pozos secos y agua impulsada desde La Viñuela

Comares es el canario en la mina porque siempre costó mucho subir el agua hasta aquí. En condiciones normales, los vecinos se surten de agua potable a medias de los pozos, ahora secos, y de La Viñuela, camino de secarse. Como el embalse está a unos 200 metros sobre el nivel del mar, es necesario impulsar el agua a través de varias estaciones intermedias hasta el depósito municipal, a unos 700 metros de altitud.

Después, toca distribuirla. De los 1350 habitantes, apenas 200 viven en el núcleo urbano. El resto reside en diseminados o en una docena de pedanías que Miguel Cabello, dueño del estanco, recita de memoria: Los Ventorros, Conca, Llano Almendra, Los Pérez… Llevar el agua a cada uno de esos puntos, dispersos en más de 25 kilómetros cuadrados, requiere de una densa red de tuberías que se completó hace apenas unos años, cuando el ayuntamiento extendió 700 metros de acero galvanizado para que alcanzara al último vecino. Esta red abastece también a diseminados de municipios limítrofes o, incluso, de Málaga capital. “Mucha capitalidad, pero no es capaz de abastecer a todas sus viviendas y tenemos que dar nosotros servicios de recogida y agua”, protesta Robles.

El concejal asegura que las fugas apenas suponen el 5% del total, cuando suele rondar el 20%: “Tenemos la última tecnología. Una PDA nos indica cuándo el depósito está lleno. Está todo automatizado y tenemos un fontanero buscando averías continuamente”. Eso sí, hace años que el ayuntamiento reclama una nueva tubería desde La Viñuela que sea capaz de transportar el caudal que creen que les corresponde. La que hay tiene 25 años y una sección que se ha quedado desfasada, en parte porque el turismo rural se ha convertido en el motor económico del pueblo. También esgrimen que en verano pueden llegar a 5000 vecinos, sin que eso se refleje en la cuenta. Sin embargo, ese problema es común a muchos municipios, especialmente los costeros.

Luego están subtropicales. En la secretaría del ayuntamiento, un par de cajas de mangos aguardan a que los recojan. A este pueblo de la Alta Axarquía, enclavado en el SIPAM de la uva pasa (declarado por la FAO), y donde tradicionalmente cosechó la almendra, la vid o el olivo, ha llegado el subtropical a pesar de que el Plan Guaro limita el riego con agua del embalse a cotas inferiores a 140 metros, muy lejos de los 736 de Comares [durante el año hidrológico que se acaba de cerrar, el riego se ha limitado a 1.500 litros por hectárea, y desde el 1 de octubre se ha cerrado el grifo]. Según los datos aportados por el delegado de Agricultura esta misma semana, unas 8.000 hectáreas de las 14.300 dedicadas a subtropicales en La Axarquía están por encima de la cota del Plan Guaro.

¿De dónde sacan el agua? Teóricamente, de pozos particulares. Pero estos también se están secando. Robles asegura que las plantaciones en Comares no son problema, porque se nutren de redes diferentes. “La almendra se paga a 0,30 euros el kilo, y el mango a tres euros. ¿Quién soy yo para decirle al agricultor que no se gana la vida?”, se pregunta.

El agua que brota del suelo

Es lunes, amenaza tormenta (al final solo lloverá ligeramente) y a la plaza del ayuntamiento de Comares apenas llega una decena de ciclistas extranjeros que tienen aquí la meta de un ascenso que se inicia 35 serpenteantes kilómetros más abajo, en Málaga. En la plaza está también el Balcón de la Axarquía, a 700 metros de altitud sobre el nivel del mar: “Ven y asómate. Más cerca del cielo que de la tierra”. En realidad, Comares es un parteaguas: a un lado, la comarca axárquica; al otro, la capital de la Costa del Sol.

La particular orografía del terreno explica que exista la Puerta del Agua, y que los lugareños sonrían cuando se les pregunta por ella. “Es que allí va a parar toda el agua cuando llueve”, dice uno con ironía. En las cotas inferiores del risco mana el agua que surte a las fuentes del pueblo. “Esto es terreno volcánico, y el agua sube desde las profundidades por presión”, explica Robles. Todavía se conserva un aljibe medieval y una de las torres del castillo se ubicó para defender, precisamente, la Fuente Gorda, esencial para la supervivencia de los lugareños.

Desde allí subía el agua cada día Martina, la última cantarera, antes de que se tendiera la red en los años 60. “Tenía un callo en el costado de cargar los cántaros”, recuerda Robles, que llegó a conocerla y zanja: “Es que aquí el agua ha sido muy valiosa”. 

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