Mujeres en crisis humanitarias: la salud amenazada
Chantal, Sylvie, Marilyn, Yvonne y Edna son cinco mujeres. Cada una vive en un lugar diferente (Burundi, Papúa Nueva Guinea, Malaui, Haití), y cada una de ellas se ha enfrentado a un problema de salud con un rasgo en común: en un contexto de crisis humanitaria, las mujeres sufren amenazas específicas para su salud y la propia vida. Chantal, Sylvie, Marilyn, Yvonne y Edna son el hilo conductor de la muestra Sin ellas no hay futuro, que Médicos sin Fronteras acaba de presentar en Málaga.
“El mensaje es hacer ver a la gente que hay mujeres en el mundo que tienen problemas de salud muy graves que no se tratan, aunque son fáciles de tratar”, explica Carlos Bustamante, delegado de Médicos sin Fronteras en Andalucía.
Es el caso de la fístula obstétrica, una lesión que puede ser fruto de un parto traumático y provocar una incontinencia de por vida si no se trata correctamente. Entre 50.000 y 100.000 mujeres desarrollan la fístula, pero sólo algunas acceden a cirugía reconstructiva. De esta forma, lo que en algunos países se corrige con una intervención quirúrgica, en otros puede derivar en una lesión grave y el repudio de la comunidad a quienes la sufren.
Los problemas relacionados con la salud reproductiva siguen siendo la principal causa de muerte de mujeres en edad fértil. Un 15% de los partos presenta complicaciones graves que pueden requerir atención de emergencia y especializada. El problema es que no se preste esa atención. En muchos países es habitual que no se realice un control del embarazo, lo que provoca un gran número de abortos no seguros. “Encontramos muchas mujeres con hemorragias o infecciones derivadas de abortos practicados por curanderos o personal no capacitado”, lamenta Gema Latorre, enfermera y matrona de Médicos sin Fronteras.
Según los datos que aporta la organización, 800 mujeres mueren cada día por complicaciones en el embarazo y en el parto, que en Europa se solucionan de manera generalmente sencilla. La realización de un aborto no medicalizado es una de las cinco principales causas de mortalidad de las mujeres, y la única totalmente prevenible.
Además, la falta de control del embarazo aumenta exponencialmente el riesgo de transmisión del VIH de madres a hijos. Si no se realiza tratamiento antirretroviral, la probabilidad de que un hijo contraiga la enfermedad por transmisión vertical es del 40%, mientras que con tratamiento adecuado se reduce al 1-2%. En muchas ocasiones, las mujeres desconocen que son portadoras del virus porque aún no han desarrollado los síntomas. El chequeo de todas las mujeres embarazadas permite detectar el virus, y tener muchas posibilidades de parar la cadena de transmisión “vertical” del virus.
“Una matrona no trata con una vida, sino con dos o, a veces, tres”, abunda la matrona, que explica que la consecuencia de estas condiciones precarias es que los niños sufran mucha más mortalidad y morbilidad. “Casos de prematuridad que en España se resuelven de forma muy fácil, en estos países no, porque no tenemos incubadoras, respiradores de alto nivel, medicaciones…”.
Latorre cuenta que en una ocasión, mientras se dirigía a un centro de salud en República Democrática del Congo, pudo ver a una mujer que sujetaba a dos niños. Sin embargo, aquellos niños no eran normales. “Eran muy espabilados pero muy pequeños”, recuerda la matrona. Pesaban tres kilos, “el peso de un bebé al nacer aquí”. Pero había una diferencia: aquellos ya tenían ocho meses. La casualidad de encontrarlos en su camino hizo que pudieran atenderlos durante dos meses y que ganaran parte del peso que les faltaba.
Latorre ha participado en misiones de Médicos sin Fronteras en Nigeria y República Democrática del Congo, y explica que mientras que en Nigeria se generan unos problemas derivados de los desplazamientos masivos por la violencia de Boko Haram, en Congo el conflicto suele presentarse “a la puerta de su casa”.
En uno u otro contexto, las mujeres son especialmente vulnerables, porque muchas veces están solas o con todos sus hijos, expuestas a la carestía de alimentos, de hogar, o a la violencia sexual. Además, en muchos de estos lugares no hay asistencia médica especializada para estas víctimas, y las mujeres evitan denunciar para evitar represalias de la comunidad.
“Tenemos manos, pero se nos quedan pequeñas, y no sabes si el problema va a terminar”, dice Gema Latorre, que prefiere quedarse con las miradas de agradecimiento de las mujeres a las que ha atendido, solucionándoles un problema que en Europa puede ser sencillo, mientras que en otros lugares puede llevarlas a la muerte.
0