Los niños andaluces no escapan a la pandemia (de sobrepeso y obesidad): “Pasan muchas horas frente a las pantallas”
Tenemos encima una pandemia y nada tiene que ver con la Covid-19. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la obesidad como la gran epidemia mundial del siglo XXI. Los últimos datos disponibles del estudio nacional sobre la Alimentación, Actividad Física, Desarrollo Infantil y Obesidad (Aladino 2019) realizado en escolares de 6 a 9 años de edad muestran que el exceso de peso infanto-juvenil en Andalucía parece estabilizado en la última década, aunque todavía presenta niveles más elevados que el conjunto de España. La prevalencia del sobrepeso y la obesidad en este rango de edad es del 42,7%, según recoge el informe anual 2020 del Plan Integral de Obesidad Infantil (PIOBIN) de Andalucía. Los factores y variables que provocan esas cifras son múltiples pero Cristian Olarte Sánchez, doctor en Psicología y profesor del Máster en Intervención Psicológica en Infancia y Adolescencia de la Universidad Loyola, señala que “tenemos una vida excesivamente sedentaria donde los niños pasan muchas horas frente a las pantallas”.
El impacto de la publicidad de comida procesada y bebidas en la población infantil, la necesidad de más programas de intervención para enfatizar la promoción de hábitos de vida saludables, los factores económicos, el nivel educativo de los padres, el exceso de comida altamente calórica y hasta el efecto de la visualización de alimentos no saludables en los dibujos animados que ven los niños tienen que ver en que la pandemia invisible avance. Y la obesidad infantil está muy relacionada con el desarrollo de diabetes tipo II, problemas cardíacos, algunos tipos de cáncer, problemas articulares además de problemas psicológicos como depresión o ansiedad. Además, desde el punto de vista psicológico, afecta también a la autoestima de las personas que lo padecen.
Según el último informe del PIOBIN, al analizar la serie histórica de las diferentes oleadas de este Estudio Aladino (2011-2019) comparando a Andalucía con el conjunto de la muestra española se observa que la epidemia de obesidad infantil en Andalucía “ha dejado de crecer y empieza a entrar en fase de meseta o estabilización”. Los datos parecen mostrar que la epidemia de obesidad infantil se mantiene estable en nuestra comunidad, aunque todavía a niveles altos. Las cifras de sobrepeso se mantienen y las de obesidad disminuyen ligeramente.
No obstante, hay que resaltar que la situación es menos favorable que en el conjunto de España. Cristian Olarte considera al respecto que “aunque las cifras son altas, parece ser que este número se ha mantenido estable en comparación con estudios anteriores, por lo tanto se concluye que ha dejado de aumentar con respecto a evaluaciones pasadas. Debemos de seguir pensando que las cifras, aunque no han aumentado, siguen siendo excesivamente altas”, explica a este periódico Cristian Olarte.
Cambio progresivo de algunos hábitos
Según el PIOBIN, desde un enfoque de desigualdades en salud, “se sabe que la obesidad infantil es más prevalente en los grupos sociales más desfavorecidos y, también, en los menores con problemas de discapacidad”. Entre las causas del aumento de la obesidad se encuentra el “inexorable cambio en el balance energético durante los últimos veinte años”. “Una combinación de la disminución de la actividad física, el aumento del sedentarismo y del consumo excesivo de calorías que ha dado como resultado un aumento incesante de las tasas de obesidad en la infancia, en la adolescencia y en la etapa adulta”, destaca el informe.
Para Olarte, “la obesidad infantil tiene múltiples causas, entre ellas podemos citar el ambiente obesigénico en el que vivimos donde hay un exceso de comida altamente calórica y un exceso de vida sedentaria. Hay que tener en cuenta qué es lo que nos lleva a ese aumento de la ingesta. Entre varios factores tenemos la facilidad de conseguir comida muy sabrosa a un precio muy reducido, que tiene un alto valor calórico a la vez que tiene una alta capacidad para producir placer. Este placer o confort que nos produce la comida sabrosa hace que tendamos a repetir su consumo lo que nos lleva a un incremento de la ingesta de este tipo de comida. Este efecto placentero que nos provoca la comida sabrosa junto a las ganas de querer comer más y no poder parar de hacerlo ha llevado a muchos científicos a pensar que el problema de la obesidad podría estar relacionado con un problema de adicción a la comida”.
“La solución no es fácil, pero creo que lo más importante sería adoptar un enfoque global. Por un lado, necesitaríamos más legislación que limitara cantidades de azúcar y grasas en la comida envasada. Por otro lado, también necesitaríamos más programas de intervención donde se enfatizara la promoción de hábitos de vida saludables. Estos planes deberían de ir dirigidos no solo a los niños sino también a padres, colegios y la sociedad en general. Sería también importante que se habilitarán más espacios públicos dentro de los propios centros urbanos para fomentar la actividad física”.
A juicio del experto, el proceso para conseguir cambiar ciertos hábitos es “tremendamente difícil”. “Las personas que necesitan cambiar estos hábitos necesitan un apoyo constante, hay que tener en cuenta que no es un camino fácil pero la estrategia a seguir sería la de conseguir cumplir objetivos específicos, pequeños, y realistas en vez de intentar hacer grandes cambios en cortos periodo de tiempo. Por ejemplo, si no como nada de fruta a la semana, intentar empezar a comer al menos una e intentar incrementarlo a lo largo del tiempo. Esto también aplicaría al ejercicio: si no voy al parque a jugar con mis amigos nunca, intentar salir al menos una vez a la semana (poco tiempo) e ir incrementándolo poco a poco”.
El nivel económico, un factor importante
Paralelamente, “necesitamos muchos más programas psicoeducativos donde seamos capaces de trasmitir a la sociedad nociones básicas de nutrición y de hábitos de vida saludables”. Por ejemplo, “como madres y padres deberíamos predicar con el ejemplo y nosotros deberíamos salir a pasear con nuestros hijos, ir al parque y empezar a comer también esa primera porción de fruta o verdura semanalmente (si es que antes no lo hacíamos). Los niños, al fin y al cabo, adoptan muchas de las conductas que ven en el ambiente en el que se rodean”.
Los expertos advierten de que el problema del exceso de peso en la infancia afecta más a las familias pobres. Según Olarte, el nivel económico es un factor importante. Por un lado, estas familias “tienen menor poder adquisitivo para comprar productos de una mejor calidad nutricional” y “pueden pasar trabajando largas horas donde les quede menos tiempo para preparar comidas caseras, las cuales pueden ser más saludables, pero necesitan más tiempo de elaboración”, una falta de tiempo que “también puede repercutir en el tiempo que los niños pasan realizando actividades físicas en espacios abiertos”.
Con respecto a nivel sociocultural, “se sabe que el nivel educativo de los padres está relacionado con la tasa de obesidad y sobrepeso”. El informe Aladino, por ejemplo, muestra que cuando los progenitores alcanzaron solo los estudios primarios el nivel de obesidad era de 24% mientras en familias donde alguno de los progenitores tenía estudios universitarios la obesidad se reduce al 12%. “Más campañas de sensibilización a través de los medios de comunicación y redes sociales definitivamente ayudarían”, dice el doctor en Psicología. “Por ejemplo, mostrar de una manera más clara y sencilla la cantidad de azúcar y grasas que hay en productos orientados a población infantil podría ayudar a estos padres a tomar decisiones más saludables a la hora de hacer la compra; publicidad realista, ya que la mayoría de los anuncios publicitarios sobre alimentos con altos niveles de azúcar o grasas nos indican que son los mejores alimentos para nuestros hijos. Esto nos lleva a mensajes confusos, donde muchos progenitores consumirán esos alimentos pensando que son saludables. Los cambios deben de estar orientados tanto a los progenitores como los niños”, concluye.
En ese sentido apunta que la industria alimentaria “debería de poner su granito de arena”. “Se debería de controlar la publicidad de alimentos no saludables y eliminar la publicidad engañosa de productos infantiles que en muchas ocasiones son promocionados como productos saludables. Además, los progenitores deberían de practicar conductas saludables para que estas sean imitadas por sus hijos”.
Y aquí no acabaría la lista, porque también hay una publicidad indirecta muy influyente: los dibujos animados. Aunque la relación directa entre visualización de los dibujos y la obesidad es difícil de establecer ya que, como se ha dicho, en estas cuestiones intervienen muchos factores, según los investigadores de la Universidad Loyola expertos en marketing y gestión empresarial Rafael Araque Padilla y María José Montero Simó, “la visualización de alimentos no saludables influye en una actitud más positiva hacia este tipo de productos, así como en una mayor probabilidad de elección y consumo inmediato”.
La influencia de los dibujos animados
“La influencia a través de los medios es solo una variable más”, pero “la probabilidad de que los niños elijan los productos visualizados aumenta cuando se trata de alimentos menos saludables, presentados audiovisualmente y, especialmente, en niños más pequeños. Esto implica que, sobre todo en familias donde la educación en hábitos alimentarios está más ausente, el efecto de la visualización de esos alimentos en los dibujos animados puede tener una mayor relevancia en problemas futuros de sobrepeso”.
La aparición de alimentos representados en las series de dibujos es significativa. “En un estudio realizado de las 25 series de dibujos animados (de diferentes países) con mayor audiencia en España, se observó que la aparición de alimentos -más y menos saludables- sucede con una frecuencia considerable (4,5 minutos) y, además, con inserciones destacadas: más de la mitad de los emplazamientos eran audiovisuales, conectados con el argumento y situados en primer plano. Con relación al tipo de alimentos, se dieron porcentajes de aparición similares (45% y 42% de bajo y alto valor nutricional, respectivamente)”, explican los investigadores.
“La presencia de mensajes saludables de alimentación se daba más en los dibujos dirigidos a audiencias más pequeñas (menos de 7 años), lo que nos conduce a pensar que parece ponerse un mayor cuidado en estos casos. En cambio, no se pone la misma atención en series dirigidas a niños de mayor edad, donde los emplazamientos son además más destacados. Esto es preocupante si pensamos que los niños acceden cada vez más temprano a ver dibujos enfocados a edades superiores”. Respecto al origen de las series, “son las series norteamericanas (donde los hábitos alimentarios de la población suelen ser culturalmente menos saludables) las que integran más representaciones de comida menos saludable si las comparamos con las europeas o las asiáticas”.
Los expertos consideran que “el papel de los padres es fundamental” porque “constituyen un factor decisivo para moldear los hábitos de sus hijos”. “Pero su tarea educativa depende en buena parte de que tengan un cierto conocimiento del carácter saludable o no de los alimentos, y eso no puede darse por supuesto”. Por ejemplo, “muchas familias piensan que los zumos industriales son bebidas muy saludables, cuando generalmente no es así”. Por otro lado, “los padres deben ser conscientes de dos aspectos más: uno, el poder de influencia de los compañeros y amigos; y dos, la fuerza o presión de lo que en el ámbito académico conocemos pester power o poder de insistencia de los niños. Los niños tienen una capacidad grande para insistir –y en algunos casos 'chantejear' emocionalmente a los padres- para conseguir los productos que les gustan o les atraen. A veces los padres ceden a esta presión por cansancio o por compensar la falta de tiempo que pasan con sus hijos. Aquí también tiene una gran relevancia la comunicación que las empresas hacen en el punto de venta a través del envase de los alimentos dirigidos a los niños. Nos encontramos con envases cada vez más atractivos desde el punto de vista infantil y mayormente desarrollados para el caso de los productos menos saludables. Sopesar todo esto a la hora de comprar es importante”, aconsejan.
Más allá del sedentarismo creado con “las pantallas”, los padres y madres “deben hacer un esfuerzo por conocer qué están viendo sus hijos tanto en televisión como en dispositivos móviles”. “Ahí pueden observarse posibles influencias. Por supuesto, hablar con los hijos para ver sus preferencias de alimentación, ver de dónde surgen posibles influencias y hacerles ver los efectos dañinos de algunos alimentos es altamente recomendable”, apuntan los expertos, que consideran por último que los centros educativos también constituyen “una pieza fundamental en la generación de hábitos de alimentación saludable” porque allí tienen dos referencias importantes: el colegio y sus profesores, y sus compañeros de clase.
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