Conocimos a Rachid [nombre ficticio] junto al Centro de Reforma de Menores en Melilla. Estaba buscando a alguien. Buscar es un verbo, quizá, demasiado tranquilo para la desesperación y el llanto con el que envolvía Rachid su caminar nervioso y su españárabe entrecortado.
Tuvimos que pedir ayuda a uno de los árabeparlantes que pasaban por allí camino del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Rachid buscaba a su amigo, el cual había sido llevado por la policía, tras ser pillado haciendo el risky en el puerto. Rachid estaba buscando en el lugar equivocado y así se lo contamos, con la ayuda de nuestro intérprete espontáneo.
Llaman los chavales inmigrantes en Melilla “hacer el risky” a colarse como polizones en los ferrys que salvan el Estrecho a diario. Era arriesgado en aquel momento, pero ahora que la Autoridad Portuaria ha instalado un muro alto con concertinas, a imitación de una frontera internacional, lo es mucho más.
En 2016, la Fiscalía realizó 710 inspecciones a los Centros de Protección de Menores y “en rasgos generales, no se detectaron deficiencias graves”, dijo en su última memoria. Son de los pocos que no encuentran deficiencias graves.
La ONU, por nombrar a un organismo con perspectiva internacional, tiene mucho que decir. El Comité de Derechos del Niño le trasladó al Gobierno, el pasado febrero, su preocupación por la insuficiente información sobre la implantación de las recomendaciones que el Comité nos venía dando. Una manera educada de decirnos que nos saltamos a la torera los derechos de la infancia, recordándonos que “hay que dar una protección adecuada a todos los niños y niñas, independientemente de su nacionalidad”.
El Comité nos dijo que estaba especialmente preocupado por varias cosas. Empecemos con la lista de cateos: primero, que no se reconociera el derecho de los niños y niñas a solicitar, por sí mismos, el derecho internacional al asilo.
Segundo, las malas de condiciones de los centros de estancia temporal atestados, y los retrasos en los traslados de los niños y sus familias a la península desde Ceuta y Melilla.
Tercero, la ausencia de mecanismos de defensa específicos para la infancia en casos de violaciones de derechos en los centros de menores. Por ejemplo, la ausencia de un defensor del menor a nivel nacional, en especial ante algunas desapariciones a nivel autonómico, es flagrante.
Y cuarto, menores que son separados de familiares diferentes a padres y madres, en la frontera, en particular en Melilla.
Rachid es un menor de origen marroquí tutelado que vive en La Purísima, un Centro de Menores ubicado en un antiguo cuartel del que los niños no hablan especialmente bien. Esa noche le acercamos en coche porque subir andando es una tirada. Nos detenemos donde acaba la carretera, junto a la garita del vigilante, el cual sale extraño a ver qué pasa. “Hemos acercado a Rachid hasta aquí porque nos ha dicho que vive aquí y se encuentra anímicamente mal”. El gesto de incomprensión se hace aún más evidente en la cara del vigilante. “Queríamos saber si efectivamente Rachid está dado de alta aquí y asegurarnos de que noche llega bien a casa”. Un silencio incómodo. “Es que es un niño”, le decimos.
Preocuparse por los menores de edad que vagabundean por las calles de Melilla, día y noche, está mal visto. En realidad seguíamos un consejo de José Palazón, activista por los derechos de la infancia en la ciudad autónoma: “Que vean que os preocupáis por él”. Y eso hicimos, pero no solo en la puerta de la Purísima, también en el bar en el que le compramos un bocadillo y un refresco a la espera de que se le pasara el disgusto y dejara de llorar.
Los camareros nos miraban entre la jocosidad y la pena: “No deberíais ayudarles, son delincuentes, hoy les invitas a un bocadillo y mañana intentan robarte la bolsa de la compra”. ¿Por qué deberíamos comportarnos de manera diferente con un niño de Madrid que con uno de Melilla? No hay motivo. Lo que realmente nos quieren insinuar es que deberíamos comportarnos de manera diferente con un niño español que con uno marroquí. Y ese es precisamente el motivo de la regañina de la ONU: la protección de la infancia es independiente de su nacionalidad. En fin, que hay toda una convención internacional de derechos que habla precisamente de eso.
Rachid se quedó en la puerta del centro con sus colegas, hablando de su amigo detenido. A pesar de ello, seguro intentará hacer “la risky, la barca”, como nos decía para que le entendiéramos, al día siguiente en el puerto. La excepcionalidad de Ceuta y Melilla para la libre circulación en la zona Schengen hacen de esos territorios de frontera no-lugares para los extranjeros que residen en el CETI y para los menores extranjeros en situación de calle o residiendo en los centros. Pero en el caso de los menores, este agujero negro, este limbo, esta jaula, les hace daño, les humilla y les maltrata.
