Para el común de los mortales, el Camino de Santiago remite a paisajes norteños, bosques frondosos, iglesias románicas y migas con chorizo. No son tantos, sin embargo, los que relacionan el peregrinaje con el sur de España, y menos aún quienes lo han hecho por la ruta que arranca en Cádiz y Sevilla: la Vía Augusta, la legendaria calzada romana que conectaba las antiguas Gades e Híspalis con Cartagho Nova (Cartagena) y Tarraco (Tarragona).
En efecto, tras visitar la iglesia de Santiago junto a la catedral gaditana, parece sorprendente toparse en pleno paseo marítimo con la característica señalética de la concha que marca el inicio del Camino. Solo hay que seguirla, playa de Cortadura adelante, para llegar a San Fernando. En el camino de esteros que precede a la villa natal de Camarón –obligada visita a la Venta de Vargas, donde el genio se inició como artista– todavía es posible divisar estos días nutridas colonias de flamencos rosados.
Son solo 13 kilómetros, los mismos que separan la Isla de León de Puerto Real. El sendero que bordea la Bahía de Cádiz atraviesa marismas y salinas para desembocar en el paseo marítimo puertorrealeño. La tentación de demorarse en los pinares que hacen de Puerto Real uno de los pulmones de la provincia es grande, pero para el caminante no hay otro magnetismo como el de seguir la marcha. Próximo destino, El Puerto de Santa María.
Para alcanzar la arboleda perdida del poeta Rafael Alberti es necesario pasar por el parque natural donde se alza el Campus Universitario de Puerto Real, con su característica cúpula, y continuar cruzando el Río San Pedro hasta El Puerto. Sería imperdonable llegar hasta aquí y no asomarse a la dársena portuaria o, mejor aún, adentrarse en la ciudad y deleitarse con su rica arquitectura, de la Iglesia Mayor Prioral al Castillo de San Marcos, o con sus bares y marisquerías.
La continuación hacia Jerez exige cierta atención, ya que el tráfico es abundante y el arcén estrecho al principio. Hay que llegar a las ruinas del complejo de Las Beatillas (hoy derruido). Desde allí los pasos del peregrino le encaminan hacia el Campo de Golf. Serán en total unos 14 kilómetros hasta entrar, por fin, en Jerez, donde no solo habremos completado el tramo gaditano de la vía Augusta, sino también habremos recorrido el triángulo fundacional del flamenco: Cádiz-Los Puertos-Jerez.
El Camino de Santiago remite a paisajes norteños, bosques frondosos, iglesias románicas y migas con chorizo. No son tantos, sin embargo, los que relacionan el peregrinaje con el sur de España
El gótico, el barroco y el neoclásico se combinan en la catedral de Jerez, erigida sobre los restos de una antigua mezquita. Todo el casco histórico de la ciudad es muy paseable en cualquier época del año –evitando, sí, los días de más calor–, desde la Plaza del Arenal a las formidables bodegas o el barrio de Santiago, donde se destilan las esencias del Jerez gitano.
Cambio de provincia
También será conveniente coger fuerzas para el siguiente tramo, cambio de provincia incluido: 28 kilómetros hasta la localidad sevillana de El Cuervo. Para ello llegaremos primero a la pedanía jerezana de Guadalcacín, y desde ahí tocará cubrir un buen trecho de unos 10 kilómetros flanqueando la autopista. Doblando a la altura de la finca Viña Santa Lucía, se llega hasta el Camino de las Monjas para desembocar en la Ermita de Nuestra Señora del Rosario, de reciente reconstrucción y difícilmente visitable, pero útil para guisarse en el último empujón hasta El Cuervo.
La Casa de Postas (siglo XVIII) y la Iglesia de San José son dos de los atractivos de esta villa de enigmático nombre –nadie se pone de acuerdo con su etimología–, y ambas están levantadas sobre la mismísima Vía Augusta. Desde allí toca recuperar el Camino de las Monjas y conectar con el Camino de los Naranjos para, al cabo de ocho kilómetros, empezar a vislumbrar la proximidad de Lebrija.
De nuevo con las debidas precauciones –el cruce de entrada a la ciudad es peligroso– llegaremos a otra de las grandes capitales flamencas de la Baja Andalucía, cuna de grandes cantaores y de nuestro primer gramático, Elio Antonio de Nebrija, famosa por sus caracoles y cabrillas y poseedora de un estimable patrimonio, en el que destaca la Iglesia de Santa María de la Oliva, ordenada por el mismísimo Alfonso X El Sabio, con su retablo de Alonso Cano.
Bordeando el lago conocido como la Balsa de Melendo, donde se practica pesca y piragüismo, se engancha con la canal en pos de la senda que conduce a Las Cabezas de San Juan. Camino algo largo, de orientación más exigente que los otros y a veces de difícil tránsito, pues se anega con facilidad en temporada de lluvias, vale la pena cubrirlo para llegar a la iglesia –moderna– de San Roque de Las Cabezas, otro hito del camino. El pasado púnico-turdetano de la localidad se refleja en las monedas que, entre los siglos II y I a.C., contenían su nombre original, Cunbaria.
La pedanía de Trajano
Bordeando la popular área de servicio de El Fantasma, reanudaremos el camino en un nuevo tramo de casi 30 kilómetros. La pedanía de Trajano –más referencias al viejo Imperio– y el canal del Bajo Guadalquivir marcarán la senda que desemboca en la Fuente de los Ocho Caños: hemos llegado a Utrera. Una vez más, una capital flamenca de primer orden y célebre por sus ganaderías taurinas, rodeada de asentamientos y necrópolis romanas.
El margen del río Guadaíra será nuestra guía en el penúltimo paso de esta ruta andaluza. Remontando la Cuesta Carretilla, dejando atrás una cantera y los pinares de Oromana, es posible sentirse como en otro tiempo al cruzar el puente romano –hoy llamado de Jesús Nazareno– o paseando por el complejo arqueológico de Gandul. Famosa por su rico pan y por su cotizado albero, Alcalá tiene, a pesar de la cercanía imponente de Sevilla, una personalidad propia y genuina.
De nuevo con el río como referencia, pasamos por el Molino del Realaje, la antigua fábrica del Adufe –legado de The Seville Water Works Company, que abasteció de agua a Alcalá en el siglo XIX–, lo que queda de los molinos de los fatigados Pelay Correa y Cerraja y cruzamos bajo el viaducto de la SE-40 hasta reconocer las instalaciones de la Universidad Pablo de Olavide.
Estamos en Sevilla. Imposible perder la senda hasta la catedral: la Giralda nos la indica destacando en el skyline junto a otras modernas construcciones. La historia burbujea por todas las esquinas, llevándonos de la Híspalis romana a la ciudad medieval, la barroca, los reflejos del esplendor de las Indias o los sabrosos rincones decimonónicos, todo con ecos de rock andaluz como banda sonora. Por supuesto, el camino no termina aquí. En dirección hacia Zafra, nos esperan Guillena, Castilblanco de los Arroyos, Almadén de la Plata… Muchas y buenas razones para seguir soñando, como don Antonio Machado, los caminos de la tarde. Y al final, allí, al norte,... Santiago.
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