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ENTREVISTA

José Esquinas: “Se produce un 60% más de alimentos de lo que necesita la humanidad y la mayor pandemia que hay es el hambre”

José Esquinas

Carmen Reina

José Esquinas (Ciudad Real, 1945) es un científico y un humanista. De familia de agricultores y formación como ingeniero agrónomo en España y doctor en Genética en EEUU, Esquinas ha dedicado 30 años de su vida a trabajar en la FAO, la organización de Naciones Unidas para acabar con el hambre en el mundo. Cuenta con un interminable currículo de experiencias y trabajo en el ámbito de la preservación de la diversidad de las especies agrícolas para contribuir a erradicar el hambre. Ha sido presidente del Comité de la FAO sobre Ética en la Alimentación y la Agricultura, puesto en el que trabajó en cuestiones como la biodiversidad agrícola, la justicia distributiva, la contaminación del medio ambiente y la volatilidad de los precios de los alimentos. Y esa experiencia le hace ser una voz más que autorizada en estos tiempos en los que la ONU aconseja cambiar la dieta humana y por primera vez ha relacionado la alimentación con la sostenibilidad del planeta.

¿Hay alimentos para todos?

Se produce el 60% más de lo que la humanidad necesitaría para alimentarse bien de manera saludable. Y sin embargo, tenemos 821 millones de hambrientos. Y la cifra ha crecido en los tres últimos años. Eso significa que unos 17 millones de personas mueren de hambre como consecuencia de la malnutrición y el hambre cada año: unas 40.000 mueren cada día. Más que cualquier otra causa, enfermedades y demás. La mayor pandemia de la humanidad es el hambre.

¿Qué está fallando en la producción de alimentos?

Yo cuestionaría qué está fallando en el sistema agroalimentario. Si es capaz de producir mucho más de lo que se necesita y, sin embargo, mueren de hambre cantidad de personas y la malnutrición crece y en estos momentos el número de personas obesas y con sobrepeso es una de las causas principales de enfermedades… Esto ha crecido mucho más rápido que el hambre. En el 2005 por primera vez se iguala el número de hambrientos y el número de personas obesas y con sobrepeso. Se igualan no porque baje el número de hambrientos sino porque sube el de personas con sobrepeso. Y hoy es más del doble el número de hambrientos. Por tanto, algo está fallando.

¿Es eficiente nuestro actual sistema agroalimentario? ¿Es sostenible?

Si la eficiencia la miramos desde el punto de vista económico, es muy eficiente, porque si no, no tendría la cantidad de inversiones que tiene y no estarían las grandes compañías interesadas en él. ¿Es eficiente desde otros puntos de vista como el social? No, porque produce mucho más de lo que se necesita y aumenta el hambre. ¿Es un sistema justo? Tampoco.

Para hablar de sostenibilidad hay que hablar la relación que existe entre el medio ambiente y la alimentación. ¿Qué es producir alimentos? La agricultura es la transformación de los recursos naturales del planeta -tierra, agua, aire, diversidad biológica y energía- en alimento, a través de tecnologías muy distintas que pueden ir desde ordeñar a una vaca o cultivar un campo a la ingeniería genética. Pero siempre son recursos naturales limitados y perecederos que se transforman en alimentos. Abusar de estos recursos para producir más de lo que necesitamos no es sostenible.

Si producimos mucho más, ¿a dónde va lo que no se consume? ¿Somos conscientes de cuánta comida se tira?

Parte va a la producción de biocombustible, que puede ser útil y, si hay alimentos para todos, por qué no se va a poder hacer. Otra parte va a otras actividades que no tienen que ver con la producción de alimentos…. Pero un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia por el camino dentro del sistema agroalimentario. En el mundo Occidental, lo que se pierde es en gran parte lo que se tira. En países en vías de desarrollo también se tira, pero se pierde mucho en transporte y conservación.

¿Cuánta comida se pierde? 1.300 millones de toneladas métricas a nivel mundial, 89 millones de toneladas métricas en Europa. En España se desperdician 7,7 millones de toneladas métricas, lo que equivale a 169 kilos por habitante y año. La mayor parte de eso termina en la basura y el 25% o 30% son envases sin abrir porque han caducado.

Hay un sistema con elementos perversos, pero también hay una corresponsabilidad de cada persona, porque al final soy yo el que compra, el que toma las decisiones de comprar, qué compra, cuánto compra y dónde compra y si se interesa por la huella ecológica de lo que compra.

¿Cómo afecta esa producción de alimentos que se pierden al medio ambiente?

En producir los alimentos que no se va a comer nadie estamos utilizando a nivel mundial 1.400 millones de hectáreas, 28 veces la superficie de España si toda España fuera fértil. En producir lo que no se va a comer nadie estamos utilizando la cuarta parte del agua dulce del planeta al año, 250 km cúbicos de agua; estamos utilizando al año 300 millones de barriles de petróleo. Y la emisión de gases invernadero que se producen como consecuencia de la producción de los alimentos que no se come nadie, está teniendo un peso en el cambio climático del 12%. Por ejemplo, el alimento medio que llega a nuestras bocas hoy en España ha recorrido entre 2.500 y 4.000 km.

Si hay ese desperdicio de recursos naturales, el sistema no es sostenible. Y además, se está destruyendo la diversidad biológica. En el siglo XX se ha perdido más del 90% de la diversidad biológica agrícola.

Otra cuestión sería poner el foco en si el actual sistema agroalimentario es saludable.

Aquí entramos en la generación de personas obesas y con sobrepeso. En la UE, el 67% de la población es obesa o con sobrepeso. Y el 32% de los niños entre 3 y 9 años también. Y España no le va a la zaga. El problema está en que esa obesidad y sobrepeso es la causa fundamental del desarrollo e incremento de enfermedades no transmisivas: la diabetes, las cardiovasculares y también las oncológicas. Ese grupo de enfermedades está incentivado por la obesidad y el sobrepeso. Y más del 70% de las muertes en los países europeos están ligadas a esas enfermedades en última instancia.

Además, Europa se está gastando cada año 700.000 millones de euros en medicamentos para combatir esas enfermedades. Es el coste de las enfermedades derivadas de una mala alimentación. Algo está fallando. Y las compañías farmacéuticas no son ajenas a esto.

¿Cómo se cambian los objetivos de las empresas de alimentación: el vender más por el alimentar bien?

Cuando buscas el por qué está ocurriendo esta sinrazón de producir cuanto más mejor, y fomentar un consumo cuanto más grande mejor independientemente del efecto que pueda tener en la salud, para mí la razón principal es el proceso de mercantilización de los alimentos. Antes se producía para alimentarse, ahora se produce para vender. Hoy no importa que se tiren los alimentos, cuanto más se venda y se compre, mejor.

Sobre ello siempre ha habido un control por parte de pocas empresas pero eso ha empeorado en los últimos años. Hace unos meses, Monsanto y Bayer se habían unido para formar una única compañía por un total de unos 70.000 millones de euros. Pero es que unos meses antes se habían unido Syngenta con Chem China y poco antes se habían unido DuPont y Dow. Distintas compañías multinacionales semilleras o de agroquímicos se están fusionando y estas tres grandes fusiones controlan casi el 75% de las semillas comerciales del mundo y el 65% de los agroquímicos. Entonces ¿quién manda? Eso forma parte de ese proceso de mercantilización.

En eso es donde están los grandes problemas, porque de alguna manera lleva a la pérdida de biodiversidad y a otras muchas cosas, porque dependemos de sus semillas, de sus fertilizantes, de su maquinaria…y todo nos lo venden en un paquete. Y el agricultor cada vez tiene menos grado de libertad, con lo cual al final el agricultor prácticamente está desapareciendo por la agroindustria.

¿Los agricultores tienen toda la información para producir de manera lo más “limpia” posible?

Los agricultores tienen la información y la capacidad, ellos no saben producir de otra manera. Un agricultor que ha estado produciendo, él y sus antepasados, a lo largo de 10.000 años y ha llegado a nuestros días, es porque era una forma sostenible de producción. Saben producir en armonía con el planeta. Siempre han hecho lo que hoy llamamos economía circular. El que más conocimientos tiene de sostenibilidad es el agricultor. El problema es que, en estos momentos, no pueden hacerlo.

Aquí hay un problema grave. Y hay un problema debido a las legislaciones. Impiden que el agricultor siembre, intercambie o venda sus propias semillas tradicionales, que son las que han sido adaptadas a sus condiciones locales a lo largo de los siglos. Hay una normativa dentro de los acuerdos internacionales de libre comercio -el acuerdo internacional ADEPIC sobre derechos de propiedad intelectual y comercio- que establece que la semilla para ser vendida, intercambiada y/o comercializada debe ser uniforme y estable. Pero claro, las semillas tradicionales de los agricultores no han sido nunca uniformes ni estables, porque su gran riqueza era la diversidad interna que es lo que le permite adaptarse a las condiciones cambiantes.

En el momento en que tú, por ley, castras las semillas de esa diversidad interna, ya la fijas y ya no se puede adaptar. Lo que está haciendo esa ley es impedir al agricultor sembrar sus propias semillas o intercambiarlas o venderlas. En la UE eso llega hasta ahí. Pero en el caso de algunos países pobres es más cruento. En Tanzania, por ejemplo, hay una ley de hace un par de años en la que se prohíbe literalmente a los agricultores el uso de semillas tradicionales bajo multa de hasta 200.000 dólares o 10 años de cárcel. Esto ha hecho que en un periodo mínimo de tiempo hayan desaparecido la mayor parte de las variedades tradicionales. ¿Cómo es posible? Porque algunos países ricos han condicionado su ayuda internacional a Tanzania a que tengan esa ley. ¿Quién está detrás de todo esto? Las grandes compañía semilleras.

¿Están bien retribuidos los agricultores? Siempre se escuchan las quejas sobre el precio pagado por el producto en origen y el que se paga en el mercado

Los agricultores están teniendo que competir con semillas comerciales que pueden, si quieren, no tener en cuenta el efecto medioambiental o sobre la salud. Cuando se dice que el campo no es rentable es verdad. Pero en otros muchos ámbitos sí es rentable, por su multifuncionalidad de la agricultura o externalidades económicas. La idea es que la agricultura no es y no ha sido sólo producir alimentos, esa es una de sus funciones. Pero es la única que se cotiza en el mercado. Las otras funciones como la conservación de la biodiversidad, la conservación de los recursos naturales, la producción de agua limpia y de aire menos contaminado, el desarrollo rural, el mantenimiento del paisaje…todas esas otras funciones de la agricultura no cotizan en el mercado.

Cuando esto se lo expones a los economistas y les dices que esto también tiene un valor, dicen: sí, pero esto son externalidades del sistema. Cierto, pero tiene remedio. El reto en la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992 era, para resolver los problemas medioambientales, internalizar esas externalidades. En otras palabras, que cuando tú compras una manzana tienes que pagar no solo por el coste de producción de la manzana, sino también por el coste de conservar los recursos naturales que van a permitir a tus nietos seguir comiendo manzanas. Al agricultor no se le está pagando por el valor real de su trabajo.

Pero la industria no tiene en cuenta estos elementos y se le está permitido producir a costes mínimos…. No se trata de dar una subvención a los agricultores ecológicos. Se trata de evitar las subvenciones encubiertas a la agroindustria. Porque por cada euro que pagamos en el mercado por un producto del agrobusiness o agroindustria, nosotros estamos pagando a través de impuestos dos euros más para paliar los daños medioambientales y a la salud humana. Eso es lo que yo llamo subvención encubierta, lo que no puede permitirse. Y ahí está la raíz del problema, que está ligada al propio sistema. Es un problema estructural del sistema.

La ONU ha recomendado cambiar la dieta mundial, tomar menos carne y más vegetales para luchar contra el cambio climático. ¿Está de acuerdo?

No se puede estar en desacuerdo. No hay opción. Entre un tercio y un cuarto de los gases de efecto invernadero son debidos al actual sistema de producción agroalimentaria, unos 11.000 millones de toneladas métricas de gases invernadero. Por lo tanto, es obvio, no se puede solucionar el problema del cambio climático pensando solamente en cambiar el tipo de energías o que los coches sean eléctricos.

Otro aspecto del informe es el uso de los suelos. Más del 70% del suelo en el mundo no cubierto por hielos está dedicado a la producción de alimentos o a satisfacer otras necesidades básicas del ser humano. Y como decía recientemente un político español, estamos transformando los suelos de ser los sumideros de los gases de efecto invernadero a ser emisores de los mismos. Y con los incendios como los de la Amazonia, muchísimo más CO2. Además, lo peor es que muchos de estos incendios son provocados y/o consentidos para utilizar esas tierras en la producción de soja para alimentar animales en ganadería intensiva.

Todo esto sin hablar de la cantidad de agua que se necesita en la agricultura intensiva…. Es imposible de mantener. El problema más grave que se va a plantear es la escasez de agua dulce en el mundo.

Es imprescindible tener en cuenta esto para frenar el cambio climático. ¿Por qué carne versus vegetales? Para producir la misma cantidad de nutrición humana necesitas nueve veces más hectáreas si es con carne que si es obtenida directamente de plantas. Con respecto al agua, para producir un kilo de carne de ternera estamos utilizando 25.000 litros de agua, lo cual es una monstruosidad.

Con respecto a la biodiversidad, muchas de las enfermedades son debidas a la falta de micronutrientes. Justamente es la biodiversidad y la diversidad en la dieta la que te da esos micronutrientes. Con respecto a la salud, la obesidad es debida, muchas veces, a la ingestión de grasas no saturadas procedentes de carnes poco saludables. En España nos sobran grasas y proteínas y sin embargo nos faltan vitaminas y micronutrientes que son los que tienen los vegetales.

Además, el informe no habla de vegetales y carne en abstracto: habla de frutas y verduras, de leguminosas y frutos secos. Y en el caso de la carne, que sea de ganadería extensiva, que es la que menos daño hace al medio ambiente. Este es el primer informe que pone de relieve la relación directa entre la producción y consumo de alimentos y la crisis climática.

En general, ese informe de la ONU habla de los cambios necesarios en la producción, de los cambios en nuestras dietas y en el consumo y de la necesidad de mirar a las prácticas agrícolas tradicionales y de los pueblos indígenas. No es volver al tiempo de las cavernas: utilicemos las nuevas tecnologías pero en sinergia con los conocimientos tradicionales, con la sabiduría milenaria de los agricultores, con la información y las tecnologías locales. Se trata de utilizar ambas cosas, poniéndolas no al servicio de la economía en abstracto, sino en beneficio del ser humano y siempre en el contexto de la sostenibilidad.

Se han puesto multas a la compañía Monsanto por los efectos cancerígenos del glifosato en EEUU. ¿Cómo ha llegado a ser el herbicida más utilizado del mundo con tantos riesgos?

Multas por valor de más de miles de millones de dólares en EEUU. Hay riesgos e incertezas. La OMS, a través de la Agencia Internacional de Investigaciones del Cáncer, clasifica el glifosato como probablemente cancerígeno. Sin embargo, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria dice que no hay suficiente evidencia y no se atreve a condenarlo. Pero también hay una aparente interferencia en el sistema endocrino que la Agencia Europea no descarta.

Con respecto a la salud ambiental, el glifosato afecta a las plantas y a los animales. Mata las malas hierbas. ¿Pero qué son malas hierbas? Una planta de tomates en un campo de trigo es una mala hierba. ¿Dónde estableces los límites? Si tú matas masivamente muchos tipos de plantas, estás cambiando los agroecosistemas. Y al cambiar los agroecosistemas te estás cargando plantas que son vitales para la subsistencia de determinados insectos polinizadores que a su vez forman parte del proceso agrícola, porque son insectos beneficiosos. Estás alterando estos equilibrios ecológicos. Incluso con algunos mamíferos. De hecho, la Agencia Alemana para el Medio Ambiente hace recomendaciones sobre el glifosato , diciendo que si se usa, hay que reservar áreas compensatorias en barbecho para que las plantas e insectos puedan sobrevivir y actuar. Si te cargas los polinizadores, te estás cargando la productividad de las plantas cultivadas a medio y largo plazo. Pero las grandes empresas buscan beneficios a corto plazo.

Además hay otras cuestiones. Pasa como con los antibióticos. Ya han aparecido en EEUU y Canadá las primeras “supermalas hierbas” resistentes al glifosato . Para lo cual ya se está pensando en otros herbicidas más potentes. Es una carrera alocada en la que cuanta más potencia tenga eso, más daños va a causar al medio ambiente y a la salud. Por otra parte, un problema grave es que la mayor parte de las pruebas las hace la empresa, con investigadores pagados por la propia empresa. ¿Qué fiabilidad tiene?

¿La presión de las grandes empresas como estas puede más que los efectos nocivos que sus prácticas en ocasiones tienen para la salud?

No cabe ninguna duda. Un ejemplo: el DDT -un eficaz insecticida de amplio espectro que comercializó Monsanto en los años 50 del siglo XX con gran éxito-. Cuando aparecen en un libro de Rachel Carson ‘La primavera silenciosa’ (1962) las primeras denuncias de los efectos negativos del DDT sobre la salud y el medio ambiente, hay una serie de ataques furibundos contra la autora, hasta que finalmente se impone la verdad. O pasó con el tabaco. La reacción de los productores de tabaco y las grandes compañías que decían que cómo iba a producir enfermedades. Las grandes compañías están detrás de eso, como ahora ocurre en el caso de las bebidas azucaradas.

En cualquier caso, siempre hay una salida bastante lógica. Si hay dudas, se debe aplicar el principio de precaución. La UE lo ha ratificado, pero no se está cumpliendo.

¿Qué efectos tiene este “monopolio” de Monsanto y las otras grandes compañías sobre la alimentación mundial?

Muy grande. La producción de alimentos a nivel mundial está condicionada profundamente por estas multinacionales. Es realmente un oligopolio. Prácticamente las tres grandes compañías controlan el 75% de las semillas comerciales del mundo y el 65% de agroquímicos.

Tiene un efecto económico, el más claro: los oligopolios distorsionan el mercado y controlan los precios. Además, se produce para vender y no para alimentar. Y en tercer lugar, el no tener en cuenta las externalidades medioambientales y sobre la salud humana conlleva una especie de subvención encubierta.

También está el efecto político, porque están condicionándose las legislaciones, los lobbys están teniendo repercusiones en Unión Europea, a nivel mundial en los tratados de libre comercio con la obligación de uniformidad para las semillas….Se obliga a los países a que sus semillas estén protegidas y para que estén protegidas y certificadas, tienen que reunir el requisito de ser uniformes y estables, con lo cual no solo afecta a los agricultores sino a la biodiversidad.

¿Tienen también un efecto directo sobre la pérdida de biodiversidad agrícola?

A lo largo de la historia de la Universidad y los 10.000 años de agricultura, las plantas se han ido adaptando a las condiciones climáticas y de suelo, y a las costumbres y a las necesidades de las familias. Eso dio pie a que hubiese una infinita multitud de variedades locales y razas locales de plantas y animales en cada uno de los lugares. En el siglo pasado, a mediados, ocurre un fenómeno: la producción de nuevas variedades comerciales, más uniformes y estables, que tenían una alta producción, lo cual estaba muy bien. El problema es que en muy pocos años, en 40 o 50 años, en la segunda mitad del siglo XX, se sustituye esa inmensa cantidad de cientos de miles de variedades locales de cada una de las plantas cultivadas por un número muy reducido de variedades comerciales, uniformes y estables, producidas y promovidas por las grandes multinacionales. Hoy, a nivel mundial, hemos perdido más del 90% de las variedades cultivadas en el siglo pasado.

Además estas grandes multinacionales tienen, por las leyes que se han aprobado con sus propios lobbys, la facultad de patentar esas variedades o reclamar derechos de propiedad intelectual sobre ellas. Esa patente hace que el agricultor que quiere cultivar esas variedades tiene que pagar royalties, no una vez sino de forma permanente porque la propia ley prohíbe resembrar una semilla patentada. Como algunos no lo cumplían, lo que han hecho es que muchas de esas variedades tengan semillas estériles, no puedes sembrarlas. Donde no llegaba la ley ha llegado la biología. Ese proceso de control permanente es el `principal responsable de esa pérdida de biodiversidad biológica.

No es que sea malo cultivar esas semillas comerciales. No. Pero tiene que hacerse con pleno respeto y libertad para las semillas tradicionales, que el agricultor tome la decisión y que no le prohíban sembrar lo que desee. Y además está también la diversidad en los sistemas agrícolas, los sistemas agroalimentarios…. Eso es la base de la libertad y de la democracia.

Eso nos lleva a una pérdida de diversidad. Un ejemplo: en los años 70, para mi tesis doctoral, yo recolecté unas 380 variedades distintas de melón en España. Hoy, no encuentras en el mercado más de 10 o 12 variedades. Eso se ha perdido.

¿Se puede dar marcha atrás? ¿Podemos recuperar esa biodiversidad perdida?

Sí y no. Una parte se ha mantenido en bancos de germoplasma. Pero si en vez de hablar de variedades, habláramos de especies cultivadas, también ha habido una pérdida. Según estudios de la FAO, la humanidad ha utilizado a lo largo de su historia de manera documentada de 7.000 a 10.000 especies distintas de plantas para la agricultura. Hoy no se cultivan comercialmente más de 150, y de ellas solo cuatro -trigo, arroz, maíz y patata- están contribuyendo a más del 60% de la alimentación calórica humana. Ese es empobrecimiento. Hay tres tipos de diversidad que se está perdiendo: las especies, las variedades y la existente dentro de cada variedad.

Pero claro, ¿le conviene a las grandes industrias que esto ocurra? Claro. Tú no puedes controlar decenas de miles de variedades y especies. Cuanto menos y más uniformes sean, más fáciles son de controlar. Pero hace a la agricultura más vulnerable, y de alguna manera, es suicida.

En la FAO se consiguió aprobar por más de 150 países del mundo el Tratado de Recursos Fitogenéticos. Ese Tratado regula y compromete a los países a la conservación, tanto en bancos de germoplasma como en áreas protegidas y reconoce algo fundamental: los Derechos de los Agricultores tradicionales, donde se define a los agricultores como los custodios de la diversidad agrícola. Pero esos derechos, que son vinculantes, en muchos países no se han desarrollado…. Y son derechos para proteger los conocimientos tradicionales, la distribución justa y equitativa de los beneficios, el derecho a resembrar sus propias semillas y decidir qué cultivar, y el derecho a participar en la toma de decisiones políticas que les afectan. Esto ha sido reforzado con la reciente aprobación -diciembre de 2018- por la Asamblea General de Naciones Unidas de la Declaración Universal sobre los Derechos de los Campesinos. España aún debe desarrollar las normativas necesarias para implementarlo. Sin embargo, esto entra en conflicto con las grandes multinacionales de semillas y sus intereses.

Sobre la irreversabilidad de la pérdida de biodiversidad, hay muchas cosas que se han perdido para siempre. Pero aún hay mucho que salvar y sería suicida no salvarlo. Porque la alimentación humana depende de eso. Y la capacidad de adaptarse a las condiciones climáticas cambiantes depende de la diversidad de las semillas, porque se van a seleccionar las más adaptadas, como ha ocurrido durante milenios.

Ahora Monsanto está hablando de semillas comerciales “inteligentes”, con capacidad de adaptación al cambio climático. Esto no es verdad. Las únicas semillas con capacidad de adaptación son las que tienen diversidad intravarietal, las que tiene genes que les permite irse adaptando y les permite ir seleccionando lo que necesita en casa caso. Pero para eso debe haber diversidad. Tú no puedes seleccionar lo que necesitas en la uniformidad, solo en la diversidad.

¿Qué soluciones se pueden poner en ese sistema? ¿Qué medidas políticas se deberían tomar en este sentido?

Las soluciones desde el punto de vista técnico, pasan por producir sólo lo que necesitamos. Y hacerlo desde lo local, lo más cerca posible de nosotros. La globalización es un hecho, no se puede estar en contra. La cuestión es qué tipo de globalización. Yo quiero la globalización que es el sumatorio de los locales y a eso lo llamo ‘glocalización’. Si acercamos la producción, eliminamos muchos costos de transporte y de preservantes, etc… Además son alimentos más sanos, más frescos, y al mismo tiempo, marginamos la producción del agrobussines.

En lugar de ir a un modelo único, la diversificación es imprescindible. Con unas leyes que ponga límite a lo que destruye el medio ambiente y la salud humana. Es la base de una dieta más diversificada, pero solo hay diversidad en la mesa si hay diversidad en el campo. Hay que ampliar el número de especies, el número de variedades de cada especie y todo eso con una agricultura amigable con el medio ambiente, o sea, agroecológica. Además, todo esto tiene otro valor adicional que es dar más empleo.

Luego están las soluciones que tienen que venir con medidas políticas y leyes. Lo primero sería cumplir las leyes existentes, pero que no están implementadas. La alimentación tiene que contemplarse como derecho humano y ser sancionable. Al mismo nivel que lo son el derecho a la educación y la sanidad. También habría que derogar o cambiar las leyes que van contra todo ello.

Y habría que desarrollar nuevas leyes, entre ellas estaría las legislaciones como la creación de la figura del Defensor de las Generaciones Futuras, porque destruir el planeta es destruir la base de la vida de las generaciones futuras. Habría que establecer también un Alto Comisionado de Transición Agroecológica o Agroalimentaria. Teresa Ribero lo está haciendo muy bien en mi opinión, pero la parte agrícola sigue siendo débil porque hay un conflicto permanente entre los intereses cortoplacistas entre ministerios técnicos y los más políticos. Se necesita esa figura del Alto Comisionado que abarque varios ministerios porque son elementos interdisciplinarios: agricultura y alimentación, medio ambiente, sanidad alimentaria y salud, industria, hacienda, etc. Este organismo interministerial tendría la fuerza necesaria para buscar políticas integradoras.

Luego, en la política europea, la Política Agraria Común (PAC) debería transformarse en Política Agro-Alimentaria Común (PAAC). Y esta debería depender no solo de los ministerios de agricultura sino que también tiene que ser interministerial e interdisciplinaria. Es fundamental mirar a este problema de una manera integral.

Otro elemento debería ser la formación académica, es absolutamente necesaria que haya una formación medioambiental y nutritiva desde el Bachillerato hasta el final de la Universidad, una enseñanza transversal, porque nuestra vida depende de eso.

También es importante la información sobre estos temas. No puede ser que sigamos teniendo publicidad engañosa de grandes compañías de producción de alimentos. Aquí aplicaría el sistema de la zanahoria y el palo: esa información engañosa debe desaparecer y debe haber información fidedigna fomentada por los poderes públicos, y por los medios de comunicación, sobre qué es la buena alimentación y los efectos de la mala alimentación en nuestra salud y en la del medio ambiente.

Esa información debe estar también en el etiquetado de los productos, como por ejemplo con la Ley Semáforo que hay en Reino Unido: sintetiza en un color el efecto dañino o beneficioso de un producto para la salud y el planeta. En lo mínimo, sería rojo, naranja o verde, o puede ser una gama más amplia y de un simple vistazo puedes ver lo que te conviene más.

Además, el precio de los alimentos no debería ser solo el económico: sino el ecológico y el energético. Y nada impide, aunque sea solo de forma indicativa, que tú tengas en la etiqueta una estimación de la huella ecológica de ese producto. A eso lo llamaría precio ecológico o energético. Eso ya se está haciendo en algunos lugares porque, aunque aún no se refleje en el precio, al menos como comprador lo puedes tener en cuenta.

Hay leyes en países de nuestro entorno, por ejemplo, contra la pérdida o desperdicio de alimentos. En Francia está prohibido que los restaurantes tiren alimentos: eso conlleva desarrollar alternativas, el propio restaurante regula la cantidad de comida y lo que sobra va a comedores públicos o a animales, pero no se tira. En Dinamarca hay un distintivo especial para los restaurantes que reciclan, es decir, que con la comida que sobra hacen otros platos como se ha hecho siempre por ejemplo con el cocido y luego las croquetas con la carne que sobraba. En Portugal hay una ley por petición popular para que los colegios de niños tengan comida vegetariana al menos una vez a la semana e incentivos para que el suministro de comida para comedores públicos sea del tipo agroecológico.

¿Y los ciudadanos cómo podemos contribuir?

Si las medidas políticas no van acompañadas por una concienciación profunda del ciudadano, no van a ser eficientes. Ni los políticos van a reaccionar si no sienten la presión. Por eso, ese proceso de concienciación es esencial, sentirnos corresponsables del hambre en el mundo y de la pérdida de recursos naturales y destrucción del planeta.

En la Cumbre de Río el lema era: ‘Piensa globalmente y actúa localmente’. Eso es plenamente actual y lo podemos hacer. Si estamos hablando del despilfarro, de la pérdida de alimentos,…eso depende de nosotros y nosotros tenemos que tener conciencia de eso y ser responsables cuando vamos al supermercado. Ser conscientes de que comprar es un acto político. Y que cuando yo compro una cosa u otra distinta estoy incentivando o desincentivando determinados tipos de producción. Por tanto, mi actitud como consumidor va a tener una repercusión en la oferta.

Un producto debe ser bueno, limpio y justo: bueno desde el punto de vista nutritivo y organoléptico, limpio desde el punto de vista ecológico sin destruir recursos naturales, y justo desde el punto de vista social, pagado con salarios justos. Son tres elementos esenciales a la hora de decidir qué compras. Yo añadiría que sea local y que sea estacional, también son elementos importantes.

Por eso, el consumidor puede transformar su carro de la compra en un carro de combate por un mundo mejor, más justo y más sostenible. Para hacer eso tenemos que cambiar nuestros valores, nuestra forma de pensar, ser conscientes de que el verdadero valor es cuánto consume de recursos naturales. Eso significa un cambio por dentro.

¿Algo más?

Y hacerlo también a través de nuestros votos. No da igual votar a unos que a otros. Y si alguien dice que no sabe a quién votar, pues aprende al menos contra quién. No habrá uno que piense como tú, pero habrá muchos que te lleven en la dirección contraria. El tema medioambiental no puede estar hoy ajeno a los programas políticos. Y lo está. Cuando hablas con políticos y preguntas por qué el tema de la alimentación, del medio ambiente, no está en su programa… La respuesta inexorable ha sido: porque no da votos. Depende de nosotros el que dé votos.

Y debemos ser mosquitos y colibrís. Cuando alguien te dice que soy tan pequeño que no puedo tener impacto en la sociedad, decía alguien que ese es que nunca había dormido con un mosquito en su habitación. Y desde ese punto de vista, tenemos que ser no solo mosquitos sino moscas cojoneras e impedir dormir a quien nos impide vivir. Concienciar exigiendo. Y al mismo tiempo ser también colibrí. Cada uno debe hacer su parte, es absolutamente esencial.

Para ello, la ciencia y la tecnología tienen que ser nuestros aliadas e ir orientadas en la dirección correcta para beneficiar a la humanidad. Tenemos la capacidad hoy de transformar la tierra en un paraíso pero también tenemos la capacidad de destruir el planeta. Por eso la Ética es el elemento esencial que nos tiene que servir para decir en qué dirección queremos ir.

El saber que, por primera vez en la historia de la humanidad tenemos en nuestras manos el volante de la evolución, nos tiene que hacer más corresponsables. Esta generación es única porque, por una parte, es la primera que tiene ese poder, pero al mismo tiempo tiene una responsabilidad que ninguna generación ha tenido, que es la de destruir el planeta. Seamos consecuentes y tengamos en cuenta esa responsabilidad. Aunque solo sea pensando en nuestros nietos.

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