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El castor aparece en el Guadalquivir y todo apunta a un 'bombardeo' ilegal que ha creado su tercera colonia en España

Una de las escasas imágenes que se han conseguido de los castores de Jaén.

Antonio Morente

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Lo que parecían unas huellas más que evidentes al final se han confirmado como una realidad: el castor ha hecho su aparición en el Guadalquivir, concretamente en la provincia de Jaén. Aunque en su momento se extinguió en la Península Ibérica, y prácticamente en toda Europa, no se puede hablar formalmente de que este animal haya recuperado un hábitat porque, por lo pronto, no hay evidencias históricas de su ubicación en el río grande andaluz. Y tampoco hay pruebas de cómo ha llegado hasta aquí, aunque tampoco dudas: se da por hecho que ha sido fruto literalmente de un bombardeo de castores, porque así, beaver bombing, se conoce en lengua inglesa a una práctica ilegal que desarrollan activistas animalistas y ecologistas –sobre todo norteuropeos– consistente en eso, en soltar una avalancha de estos animales en un determinado punto, a ver si se establecen.

Los primeros indicios de la presencia del castor en la cuenca del Guadalquivir se encontraron hace ahora un año, aunque llevó unos meses certificar su presencia en los términos de Villatorres y Torreblascopedro, en Jaén. Huellas, roeduras en troncos de la orilla, algún que otro árbol caído..., todas las pistas llevaban a la misma conclusión. “Los indicios eran muy claros porque no es un animal muy discreto”, apostilla Jacinto Román, especialista en mamíferos que trabaja en el área de Biología de la Conservación de la Estación Biológica de Doñana (órgano investigador adscrito al CSIC) y que es uno de los firmantes del estudio que ha hecho público este hallazgo.

Este trabajo (avalado por la Sociedad Española para la Conservación y el Estudio de los Mamíferos, Secem) incide en que el paraje jiennense en el que ha sido localizado dista 365 kilómetros de la principal área de distribución del castor en España, en el Ebro, lo que sugiere que su aparición en el Guadalquivir es consecuencia de una introducción no autorizada. “Te llegan con una furgoneta llena de castores y los sueltan sin más”, señala Román, una “estrategia de bombardeo con la que dan por hecho que agarrarán en algún sitio”.

“A priori no parece malo que el castor esté en el Guadalquivir, pero no está bien hecho”, lamenta el investigador, y es que estas sueltas irregulares se hacen “sin supervisión de ningún tipo, sin controles sanitarios, prevención de enfermedades o medidas de impacto”. El objetivo de los autores de estas acciones es reintroducir el castor europeo en todo el continente por las bravas, “los sueltan sin preocuparse de los animales y sin saber qué es lo que pasa al final con ellos”.

“Igual están ya hasta en Córdoba”

En el caso andaluz, no hay evidencias de nada. Tras el aviso inicial, algunos de los rastros encontrados tenían cierta antigüedad, lo que indicaba que como mínimo llevaban meses en la zona. “Ni idea de cuántos ejemplares puede haber ni cómo se han expandido por el río”, aunque lo ocurrido en el Ebro demuestra que, si se asientan, se propagan rápido. “Son animales territoriales y en cada territorio hay una familia, así que en cuanto las crías crecen buscan otro sitio” y así va ampliándose su presencia, “igual están ya hasta en Córdoba”.

El castor es un roedor que puede alcanzar los 25 kilos de peso y con un “impacto bajo” en su entorno, ya que no ataca a las personas y se limita a comer madera, así que como mucho puede salir malparado algún que otro árbol frutal. Normalmente van a por especies de vegetación de ribera, apuntando a chopos, sauces y árboles de madera blanda, que tiran (aunque luego rebrotan) para acceder a las ramas superiores.

Eso sí, en el mismo Guadalquivir no van a poder hacer sus típicas cabañas con acumulación de palos y barro, ya que para eso necesitan ríos pequeños en los que levantan sus presas para retener el agua y construir su hogar, cuya entrada siempre tiene que estar bajo el agua. “Aunque nos falta conocimiento, lo que hemos hecho es poner en evidencia que están ahí, son animales que transforman los ecosistemas en los que viven pero normalmente para bien”, incide Jacinto Román. Su presencia no es ni alarmante ni preocupante, así que una vez registrada, pasa a ser una cuestión de conservación, de que la autoridad ambiental (en este caso la Junta de Andalucía) decida si quiere tomar cartas en el asunto o dejar las cosas como están.

Recuperación desde hace un siglo

El castor estuvo ampliamente distribuido por Europa, aunque parece que en la Península Ibérica no fue muy abundante. El caso es que aquí se extinguió y en el resto del continente también estuvo a punto, de hecho a finales del siglo XIX sólo quedaban unos 1.200 ejemplares repartidos en ocho poblaciones. La causa es que fueron esquilmados para aprovechar su piel, glándulas (que se utiliza en perfumería) y carne, hasta que en 1922 se inició la recuperación con su reintroducción en Suecia. Desde entonces ya está presente en más de una veintena de países, en la mayoría de las ocasiones tras soltarlos de manera ilegal. 

En estos lares reaparecieron de nuevo en 2003, tras la suelta no autorizada de 18 ejemplares en el Ebro, “en el que no han necesitado ni 20 años para ser una presencia habitual”. Posteriormente, ya en 2022, fueron descubiertos también en el río Tormes, un afluente del Duero, a su paso por la provincia de Zamora, ya cerca de la frontera con Portugal. En ambos casos, su aparición se achaca a sueltas irregulares, la misma vía por la que habrían llegado al Guadalquivir en la que ya es su tercera colonia en España. Y, como continúe el bombardeo de castores, en más sitios que irán apareciendo...

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