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Restricciones de agua, menos regadíos y compromiso político real: las recetas para reflotar Doñana y su última laguna

Aspecto que presentaba la laguna de Santa Olalla el pasado 2 de septiembre.

Antonio Morente

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Doñana ha perdido la última de sus lagunas permanentes, la de Santa Olalla. Esto no supone su desaparición definitiva, ni mucho menos: el Gobierno andaluz ha recordado que ya se ha secado otras veces (en concreto en 1983 y 1995, fruto de dos sequías descomunales) para intentar restar dramatismo a la situación. Y sí, el agua volverá al lugar –de hecho desde que ha bajado la presión turística en la urbanización de Matalascañas (Almonte) con el fin del periodo vacacional ya se ha advertido el inicio de una minúscula recarga–, pero si se quiere salvar de verdad la laguna, y con ella Doñana en su conjunto, los expertos ven necesarias medidas más contundentes. A saber, imponer restricciones al consumo de agua, reducir las hectáreas destinadas al regadío y, sobre todo, un compromiso político real por parte de todas las administraciones implicadas para poner en marcha un plan de actuación que incluso tiene un nombre tentativo: Doñana 2030.

Las recetas, y también de paso la etiqueta que se le podría poner a este paquete de medidas, las aporta el director de la Estación Biológica de Doñana, Eloy Revilla, organismo dependiente del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y que es el gran ojo que vigila el parque nacional. Para el experto, la sequía de Santa Olalla es sobre todo una señal de alarma: es el reflejo de una situación que afecta a todo el espacio natural, “un símbolo de lo que está pasando porque se pierde agua permanente” en un espacio que se caracteriza por sus humedales.

El principal riesgo al que se enfrenta Santa Olalla es que, entre la presión turística y la agrícola, “la laguna deje de ser permanente y se convierta en temporal”, lo que supondría un cambio de dinámica y daría fruto a otro ecosistema en este punto del parque, caracterizado por la presencia de marismas y lagunas tanto temporales como permanentes. Las primeras, por cierto, se encuentran también en su peor momento. Se da por perdido más del 60% de estos humedales, ahora invadidos por pinares y vegetación terrestre.

La alarma se dio hace tres décadas

Los antecedentes que ha puesto el Gobierno regional para restar importancia a lo ocurrido en Santa Olalla son muy relativos, según Revilla. “Esto es normal en las últimas décadas porque ya estamos mal”, fruto sobre todo de que “el riego intenso por encima de la tasa de recarga del acuífero lleva muchos años”. Lo ocurrido con esta laguna es muy simbólico, pero la primera alarma “se lanzó hace más de 30 años”, cuando los primeros informes científicos y técnicos empezaron a dibujar el panorama de escasez de agua que causa el cambio climático. Tanto aquellos avisos como los actuales siguen, dice, “chocando con la burocracia”, pese a importantes toques de atención, como que la falta de agua ha reducido drásticamente la presencia de muchas especies, fruto de la década más seca desde que se fundó el parque.

“Llamamos sequía a lo que está pasando, pero esto se está convirtiendo en lo normal”, lo que a su juicio evidencia que no se puede “usar el agua como hasta ahora: ”Esta manera de explotar los recursos no es sostenible“. ”Hay que cambiar el modelo y adaptarnos a la nueva situación“, dice para señalar la necesidad de un gran pacto que salvaguarde el parque nacional, lo que en la comunidad de científicos vinculados con este espacio se ha dado en llamar 'Doñana 2030'. Los pilares los tiene más que identificados: restricciones en el uso del agua, ordenación y disminución de los regadíos y una mayor implicación de las administraciones, acompañada de una coordinación entre ellas más engrasada. ”Necesitamos una gobernanza mejor, que no es fácil“, añade Revilla.

“La situación no se soluciona solo desplazando los sondeos de Matalascañas”, tal y como tiene previsto hacer la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Eso sí va a “mitigar” la presión sobre el parque, alejando dos de las cinco extracciones de agua que se hacen en el acuífero para abastecer una zona residencial que en verano concentra a más de 150.000 personas, la iniciativa de mayor envergadura que se va a poner antes en marcha. ¿Llega tarde este proyecto? “Hemos tardado mucho en tomar estas decisiones y es necesario actuar cuanto antes”, apremia. Para ello, pide “acelerar” los correspondientes trámites.

Un nuevo impulso al 'Plan de la Fresa'

El experto insiste en la necesidad de “un gran proyecto” como el denominado entre la comunidad Doñana 2030, que también pasaría por completar el Plan Especial de Ordenación de la Corona Forestal de Doñana, popularmente conocido como Plan de la Fresa, aprobado en 2014 y que “no se ejecuta”. De hecho, al final de la anterior legislatura andaluza se cernió la amenaza de modificarlo para indultar más de 1.400 hectáreas de regadíos ilegales que cogen agua del acuífero pese a carecer de permisos para ello. El PP ha verbalizado un compromiso explícito para retomar la proposición de ley que impulsaba esta iniciativa, pero hasta ahora el Gobierno de Juan Manuel Moreno lo ha aparcado.

“La ejecución del Plan de la Corona Forestal de Doñana ha sido perezosa y con falta de interés político”, subraya Revilla. Tiene un bajo cumplimiento que han denunciado organizaciones como WWF pese a que es uno de los programas que España puso sobre la mesa de Bruselas para garantizar que se van a tomar medidas y evitar así mayores sanciones. “La Unión Europea considera que esto es lo mínimo que hay que hacer, y no es suficiente”, porque hay que abordar una “reconversión” de una agricultura basada en un uso intensivo del agua. “Esto lo vamos a tener que hacer por las buenas o por las malas, o lo hacemos nosotros cuanto antes o acabaremos dejando que las empresas y el medio ambiente quiebren”, dice.

Restricciones en el uso del agua

“El problema es muy complejo”, admite Revilla. Por eso redunda en que “hay que ser más ambiciosos y dar un empujón político por parte del Gobierno central y el autonómico”. “Tienen que ponerse de acuerdo e ir de la mano, como se está haciendo por ejemplo con el Mar Menor”, dice, la única manera de abordar un desafío tan complicado como el de determinar los “usos de futuro del suelo”.

Entre las reclamaciones del director de la Estación Biológica está también la ordenación del uso que se puede hacer del acuífero, “que no tiene limitaciones”, algo muy llamativo que permite que se siga extrayendo “como si no hubiese problemas”. En este sentido señala que “se tendrían que haber aplicado restricciones al uso del agua este verano a Matalascañas y al regadío”. “No estoy diciendo que dejen sin agua a Matalascañas”, precisa, pero sí adoptar medidas como una reducción de horarios o una bajada de la presión del sistema. “El agua ha estado corriendo y se ha estado regando el césped en Matalascañas mientras se seca Doñana”, lamenta: “Me duele como ciudadano”.

Sobre la laguna de Santa Olalla, Revilla da por hecho que “va a volver a coger agua”, pero teme “que la pierda otra vez el verano que viene” debido a la ausencia de medidas. “Las cosas van a ir a peor porque las previsiones por el cambio climático son malas”, avisa, y en este sentido recuerda que “hubiera sido mejor y más barato actuar antes”, cuando se hicieron las primeras denuncias por el aumento descontrolado de regadíos. Por eso, y tomando como referencia este ejemplo, concluye que “es mejor actuar ahora que dentro de diez años”.

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