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Tinto y Odiel, los dos pequeños ríos de Huelva que más contaminan el mar en todo el mundo con tóxicos mineros

Salida de aguas ácidas de un viejo túnel minero en dirección al río Tinto.

Antonio Morente

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La perenne duda que revolotea sobre la viabilidad de la presa de Alcolea, en el municipio onubense de Gibraleón, tiene su origen en que almacenará un agua muy contaminada por metales pesados y se cuestiona si el problema se corregirá por autodepuración natural como defienden los impulsores del proyecto. El origen está en las innumerables explotaciones mineras que abundan en el territorio, desde las que se filtran residuos que llegan al Odiel, el río que abastecerá este embalse. Los niveles contaminantes llegan a tal punto que, junto al cercano Tinto, hablamos de los cauces fluviales que –pese a su reducido tamaño– más residuos tóxicos mineros arrastran hasta el mar en todo el mundo.

De hecho, se calcula que el Tinto y el Odiel aportan el 14% de todo el cobre que llega hasta los océanos y hasta el 47% del zinc. Esto implica unas cantidades que “son mucho mayores que las transportadas por grandes ríos de zonas industriales europeas como el Elba, el Sena y el Rin”. El nivel de contaminación por metales y metaloides en el estuario de la ría de Huelva es por tanto muy elevado “a nivel mundial” y supera también al de otros estuarios cercanos, como el del Guadiana, el Piedras o el Guadalquivir.

Los datos son muy llamativos, pero no son nuevos. Así se ha ido constatando en los numerosos estudios realizados en los últimos años, y así lo recoge la última monografía sobre la cuestión, El problema del drenaje ácido de minas en la Faja Pirítica Ibérica, un volumen editado por la Universidad de Huelva. Ahí se le ponen cifras a la “enorme cantidad de contaminantes disueltos” que llegan todos los años a la ría de Huelva, en la que desembocan ambos ríos: casi 7.000 toneladas de hierro, 2.750 de zinc o 1.450 de cobre, así como cifras elevadas de otros “elementos muy tóxicos” como arsénico, cadmio o plomo.

Contaminación a largo plazo

El Tinto recibe en relación a su caudal el triple de contaminantes que el Odiel, que precisamente aporta más residuos tóxicos (excepto hierro y plomo) por el mayor volumen que mueve: es cinco veces superior al de su vecino y supone el 70% de la cuenca hídrica onubense. Con estas cifras, y debido a que persisten los procesos de generación de aguas ácidas de mina, “es esperable que, si no se adoptan medidas de restauración, los niveles de contaminación actuales se mantengan durante mucho tiempo”.

El Tinto recibe aportes tóxicos de las minas de Peña de Hierro en su cabecera, pero son las instalaciones de Riotinto las que le afectan con mucha mayor intensidad. El Odiel por su parte recibe residuos contaminantes de muchas minas, con Riotinto, Tharsis, San Telmo y La Zarza en cabeza. Y mientras el Tinto tiene casi todo su cauce contaminado, el Odiel nace limpio y tiene cursos fluviales que oscilan desde pequeñas afecciones a tramos con una “contaminación extrema”.

La cuenca por la que discurren ambos ríos registra actividad minera desde hace 5.000 años, lo que siempre ha dejado su impronta en la ría de Huelva, el estuario en el que desembocan. Conforme los diferentes pueblos que se fueron sucediendo dejaban de arrancar minerales a las entrañas de la tierra, tanto los cauces fluviales como el estuario se recuperaban, una constante que se repitió hasta que en la segunda mitad del siglo XIX entraron en escena los ingleses y una producción industrial que multiplicó los vertidos tóxicos.

Hasta el Estrecho de Gibraltar

Desde el Grupo de Mineralogía y Geoquímica Ambiental de la Universidad de Huelva, cuyos integrantes firman este último volumen sobre la cuestión, se apunta que la contaminación que sufren el Tinto y el Odiel es fruto de la actividad minera pasada, no de la actual. Es el legado de casi un centenar de antiguas explotaciones abandonadas, algunas de un día para otro por quiebra económica y sin mayores medidas de seguridad y contención.

Esto propicia la inusual presencia de metales en el agua marina costera del Golfo de Cádiz con respecto a otros puntos del mundo, de hecho “la pluma de contaminación circula y domina la composición química hasta la entrada al mar Mediterráneo a través del Estrecho de Gibraltar”. Una expedición oceoanográfica que nunca sospechó de estos dos pequeños ríos achacó, allá por los 80, esta situación a un proceso de ascenso de agua procedente de zonas profundas del océano y atrapamiento de los metales en el Golfo de Cádiz.

Fue ya en los 90 cuando se puso la lupa en la ría de Huelva, a la que llegan el Tinto y el Odiel con toda su carga de metales, que en parte quedan contrarrestados al contacto con el mar. La cuña salina propicia la neutralización ácida de las aguas fluviales, desencadenando una serie de procesos geoquímicos que determinan qué contaminantes se sedimentan y cuáles llegan hasta el Golfo de Cádiz (sobre todo zinc, cadmio, cobalto, níquel y arsénico) y en qué cantidad. Todo ello en un contexto con unos niveles de contaminación tan extremos que “ambos ríos y el estuario se consideran uno de los sistemas acuáticos más contaminados del mundo”, apostilla el estudio.

En la cadena trófica

Estos elevados niveles de metales en las aguas y sedimentos en el estuario se transfieren a la vegetación, “penetrando en la cadena trófica y afectando a muchos otros organismos” que habitan en este entorno, como crustáceos, peces e incluso aves, “suponiendo un gravísimo problema ambiental”. Y es que los sedimentos de la ría están clasificados como “altamente tóxicos”.

En los últimos años se han ido implantando medidas de restauración en un enclave que no sólo sufre la contaminación minera, sino también de origen industrial procedente del Polo Químico de Huelva. La progresiva (y todavía insuficiente) aplicación de medidas correctoras supone un enorme contraste con los años 60 del siglo pasado, cuando se promovía que las empresas se implantasen en esta zona y una de las ventajas que se ofrecían era que, “al estar la ría contaminada por aguas ácidas de mina, no era necesario ningún tratamiento de los vertidos de aguas residuales de las industrias”.

El lamento de 'Platero y yo'

Esto provocó una gran degradación de la ría, a la que en la actualidad el Tinto y el Odiel “siguen transportando anualmente grandes cantidades de contaminantes”. A esto se unen aportes de lixiviados ácidos, de menor magnitud, procedentes de las balsas de fosfoyesos situadas en las marismas saladas de la margen derecha del estuario del Tinto.

¿Y qué se puede hacer en esta situación para mejorar las cosas? Pues hay dos soluciones posibles, o abordar los focos de contaminación (es decir, los restos mineros) o tratar directamente el agua de los ríos. De hecho, el mismo estudio señala que para hacer viable la presa de Alcolea habría que reducir hasta un 70% la contaminación ácida del Odiel.

Sea como sea, tendrá que pasar mucho tiempo para que cambie una situación que ya describía Juan Ramón Jiménez en Platero y yo al lamentar cómo se había deteriorado el Tinto: “Mira, Platero, cómo han puesto el río entre las minas, el mal corazón y el padrastreo. Apenas si su agua roja recoge aquí y allá, esta tarde, entre el fango violeta y amarillo, el sol poniente; y por su cauce casi solo pueden ir barcas de juguete. ¡Qué pobreza!… Antes los pescadores subían al pueblo sardinas, ostiones, anguilas, lenguados, cangrejos… El cobre de Riotinto lo ha envenenado todo…”.

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