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Diez jóvenes scouts recuperan la sacristía de Valareña, un pueblo zaragozano de 250 habitantes

Parte de los scouts, pintando en Valareña.

María Bosque Senero

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Faltan unos minutos para que el reloj de la iglesia anuncie que son las doce del mediodía. La puerta de la sacristía que da a los porches y al jardín hacia la calle está abierta. Luce el sol, pero la temperatura ya es invernal. A través de una de las ventanas se cuelan risas jóvenes. Son los scouts de Santa Engracia, grupo de diez adolescentes que, de manera voluntaria, pintan y acondicionan parte de la casa de la iglesia de Valareña, un pueblo de colonización de poco más de 250 habitantes creado en los años 50 en la zona de Ejea de los Caballeros (Zaragoza).

La casa está patas arriba: muebles en el pasillo, cuadros, libros, cortinas, sillas y alguna mesa compiten con un armario por encontrar un par de baldosas sobre las que posarse en las habitaciones colindantes a la sacristía. En el interior de la estancia, tres jóvenes lucen la pared, que abandona poco a poco un azul desteñido para dar paso al blanco.

Alejandro tiene 15 años, es de Zaragoza capital y lleva cuatro años en los scouts. Fue su madre, que también fue scout, la que lo introdujo en este movimiento. Ha trabajado en la recogida de rastrojos y en la recuperación de otras casas en pueblos. Rodillo en mano y sin dejar de trabajar, reconoce que sus amigos “alucinan” cuando les cuenta lo que hace en los scouts, y confiesa que se siente “orgulloso de poder ayudar al pueblo, y de hacer algo por los demás”, aunque sean personas que no conoce.

“Mi padre fue monitor en su día”, apunta Alberto, que con 14 años es el más joven de este pequeño grupo de pintores. Apura el rodillo en el cubo y explica que él sí tiene pueblo, Bailo, y que le gusta lo que ha visto de Valareña durante el recorrido que han hecho caminando con las mochilas desde la parada donde les ha dejado el autobús. “En casa me dijeron que probara, a ver qué me parecía esto de los scouts” sonríe, y desde aquel día han pasado ya cinco años.

En el otro extremo de la habitación, Claudia saca los rincones de la pared con una brocha gorda. Ella también es scout, aunque en su caso nadie en su familia lo había sido antes: “Ellos hubieran querido, pero no pudieron en su momento. Yo probé, me gustó este rollo, y llevo seis años en los scouts”, explica esta joven de 14 años, que es la más veterana de los 10 adolescentes que participan en esta experiencia.

Rita Galán, a la izquierda, con tres de los jóvenes scouts.

“Lo hago por voluntad propia, es algo chulo, ayudo a otras personas”, reconoce también Claudia, que coincide con sus compañeros al pensar que hacer voluntariado en los scouts “nos beneficia” porque “en lugar de estar en casa con una pantalla estamos aquí haciendo cosas que son buenas para otros, y además estamos con amigos”, añade.

Un mundo más allá de las pantallas

Estos diez jóvenes han prestado su tiempo para ayudar en una buena causa. Y han desconectado durante un fin de semana que han aprovechado para estar juntos trabajando en la recuperación y limpieza de las instalaciones de la sacristía de este pequeño pueblo de las Cinco Villas. Descansan en la casa en la que reside Daniel, uno de los curas de la unidad pastoral de Ejea de los Caballeros. Durante la jornada los móviles se quedan en las mochilas, “los cogen un rato por la noche, y preferimos que sean los padres los que se comuniquen con ellos en ese tiempo, y no al revés”, apunta Rita Galán, monitora voluntaria que les acompaña en esta experiencia. “Los ves que escriben, revisan las redes, pero al momento ya están hablando de nuevo entre ellos”, añade.

La parroquia de Ejea ofreció al grupo de scouts de la parroquia de Santa Engracia de Zaragoza la oportunidad de hacer un servicio a la comunidad en la iglesia de Valareña, “y nosotros no nos lo pensamos ni un momento, siempre estamos dispuestos a participar y aquí estamos”, dice Rita. Esta no es la primera intervención de este grupo que no pertenece al movimiento católico, pero que sí forman parte del movimiento scout en Zaragoza. Previamente han estado en otras casas ayudando, arreglan sus propios locales, “son chicos y chicas que están acostumbrados al trabajo”, aunque a algunos de ellos en casa, “sus padres tengan que insistirles en que arreglen sus habitaciones”, comenta divertida Galán. “Eso siempre ha pasado”, apunta con una sonrisa.

Descubrir quiénes son, hacer actividades que se salen de lo habitual en su día a día y que ayuden a los demás, son algunas de los objetivos que persigue esta iniciativa. Y Rita asegura que “maduran, la gente se queda alucinada y se enganchan cuando viven la experiencia, el contacto con la naturaleza, el cuidado hacia los demás, enseñar unos a otros (educación transgeneracional) y saberse capaces de hacer mucho más de lo que creían, los transforma”. Participar en estas cosas “nos demuestra que hay una vida, un mundo más allá de las pantallas”, dice Claudia, en línea con la confesión que hace su monitora: “Son una generación que no han aprendido otra forma de comunicarse, han nacido con un teléfono en la mano, y la interacción personal les cuesta mucho, por eso aquí intentamos que hablen entre ellos, que se relacionen cara a cara”, un aprendizaje que resulta muy valioso en la sociedad de hoy en día.

Educación, servicio y compromiso con los demás

Los grupos scout se han consolidado como una propuesta que va más allá del ocio, apostando por la formación integral de la persona y el compromiso con la sociedad.

Las actividades del grupo scout, van mucho más allá de los campamentos de verano; de hecho, se desarrollan principalmente durante los fines de semana a lo largo de todo el año, con reuniones periódicas, salidas a la naturaleza y campamentos. En el escultismo se fomenta la autonomía personal y el trabajo en equipo, además de la resiliencia y la capacidad de superar retos. Por eso, cada joven es protagonista de su propio aprendizaje en un ambiente lúdico y seguro. “Estos espacios permiten que los chicos y chicas aprendan a organizarse, tomar decisiones y asumir responsabilidades de forma progresiva”, señala Rita Galán, integrante del grupo de monitores voluntarios, formados para guiar a los más jóvenes.

La actividad que los jóvenes del grupo scout de Santa Engracia han llevado a cabo en la casa parroquial de Valareña es una de las actividades dentro de su vocación de servicio. Y es que, además de las actividades internas, los grupos scouts integran en su filosofía la colaboración en iniciativas solidarias, participar en la vida parroquial, así como implicarse de manera activa en acciones sociales y medioambientales de su entorno.

Un proyecto educativo con raíces y basado en el servicio

El movimiento scout de Santa Engracia se inspira en los principios del escultismo fundado por Baden-Powell a través del juego, la vida al aire libre y el trabajo en pequeños equipos, los scouts aprenden valores como la responsabilidad, la solidaridad, el servicio, el respeto por la naturaleza y la convivencia.

La parroquia acompaña este proyecto ofreciendo un marco de referencia espiritual y comunitario, donde “la fe se vive de forma cercana y práctica, integrándose en las actividades cotidianas y en la reflexión personal, siempre desde la libertad y el respeto a cada etapa de crecimiento”, explican.

El grupo tiene 50 años: “Llevamos mucho tiempo trabajando, incluso dos de los participantes en esta iniciativa en Valareña son hijos de scouts que también llegaron a ser monitores”, explica Rita Galán. Por eso las familias también juegan un papel fundamental, con su apoyo al proyecto y “participando en momentos clave de la vida del grupo, lo que refuerza el sentido de comunidad y pertenencia”, reconoce.

Una experiencia que deja huella

Para muchos jóvenes, pasar por el movimiento scout, como por ejemplo el de la parroquia de Santa Engracia, supone una experiencia “que marca su forma de entender la vida”. La amistad, el servicio y el contacto con la naturaleza se convierten en recuerdos que perduran y en aprendizajes que “te llegan a hacer reflexionar sobre situaciones en la edad adulta”, confiesa Rita Galán, una niña que a los 10 años entró a formar parte del grupo scout, que llegó a ser monitora y después lo dejó para centrarse en su vida profesional como fisioterapeuta. Hace cuatro años decidió recuperar el contacto y volver a ser monitoria voluntaria “porque, sinceramente, me hace bien” confiesa, y reconoce que le aporta “algo” que no ha encontrado en su día a día fuera del voluntariado. A sus 39 años, Rita explica que “quería devolver a la sociedad, al menos una parte, de todo lo positivo que la pertenencia a los scouts le aportó durante su infancia y su adolescencia”.

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