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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

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Abierto hasta el amanecer

"Café concierto" (1936) Cuadro del pintor zaragozano Ramón Martín Durbán.

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A finales de julio el Justicia de Aragón hacía público un informe que abordaba el problema del ruido en los núcleos urbanos. Dada la reiteración de las quejas ciudadanas, esta institución decidió sondear a 51 municipio aragoneses para conocer, entre otras cuestiones, el número de denuncias y actuaciones llevadas a cabo en los últimos cinco años para afrontar este problema ambiental. 

El Ayuntamiento de Zaragoza, al igual que los de Huesca y Teruel, decidió no aportar ningún dato a la consulta planteada. Según el Justicia, una demostración de “falta de medios o de sensibilidad por el tema”. Aun sin contar con datos de las tres capitales, el estudio señala que la causa más habitual de procedimientos sancionadores es el ruido provocado por bares, pub y discotecas. 

Luces de la ciudad

Como afirma el informe del Justicia, las molestias que genera el ruido son recientes y crecientes con relación a siglos pasados. Un fenómeno vinculado a la expansión urbana y el desarrollo industrial. En 1894 la prensa zaragozana se hacía eco de las molestias que ocasionaba un taller situado en la calle de los Estudios “que con la potencia de su maquinaria no hay ser humano que pueda soportar el ruido infernal” (“El Aragonés”, 24 de agosto). Las ordenanzas municipales ya abordaban el problema al exigir licencia para actividades “que pueden causar graves molestias al vecindario”, pero de poco servían ante la desgana municipal.

Con todo, en un poblachón como era Zaragoza a finales del siglo XIX, no era el incipiente fragor industrial lo más molesto. Una noticia de “El Imparcial Aragonés” en 1869 testimonia los trastornos que ocasionan “las canciones escandalosas que algunos jóvenes en cuadrilla se permiten cantar por las calles”. Bullangueros y trasnochadores ha habido siempre, pero lo interesante de la noticia es la reincidencia en la “llamada de atención a las autoridades” ante tales escandaleras, prueba de un problema gradual. Y es que las calles de la ciudad, sobre todo de noche, empezaban a vivirse de otra forma. 

No es casual que esta noticia apareciera cuatro años después de que Zaragoza comenzara a iluminarse con farolas de gas, cuyos primeros ensayos tuvieron lugar a finales de 1863. El “Diario de Zaragoza” difundía en 1865 el rumor de que “la empresa de los bailes de Variedades, trata de entenderse con el contratista del alumbrado público para que las farolas permanezcan encendidas más tiempo de lo acostumbrado en las noches de baile.” Luz precaria y aún no extendida, pero suficiente para alumbrar el negocio del ocio nocturno, que se expandiría con la instalación paulatina de la red eléctrica, ensayada por primera vez en las fiestas del Pilar de 1874.

Escándalo en los cafés cantante

En noviembre de 1888 el Ministerio de la Gobernación decide regular por primera vez los llamados “cafés cantante”, locales donde faranduleros, cesantes galdosianos y otros halcones de la noche se daban cobijo al son del flamenco, provocando no pocos altercados. Su objetivo era limitar el espectáculo hasta las doce de la noche, ya que el “ruido y la algazara” suscitaban “quejas justificadas del vecindario” (“Diario de Zaragoza” 29 de noviembre).

Esta norma se repetirá en años posteriores, evidenciando la dificultad de reglar el ocio nocturno. De hecho, se formaron dos bandos enfrentados, tanto en la prensa como en la tarima política: los favorables al control horario y los noctívagos. Hasta el zaragozano Eusebio Blasco aprovecharía su experiencia parisina para tomar postura: “Si se hiciera un recuento de los trasnochadores madrileños se vería que casi todos ellos son personas ilustradas. Salvo los jugadores y los borrachos que trasnochan por vicio” (“Alrededor del mundo”, 19 de abril de 1900).

El "Royal Concert" a comienzos de los años treinta. Fuente: Revista "¡Tararí!"

Desde luego Zaragoza no era Madrid. Aquí no hay rastro de escándalos en “cafés cantante”, aunque el periodista Andrés Ruíz Castillo afirma que “la pícara alegría del café cantante tuvo en esta ciudad una muy brillante representación” (“La Voz de Aragón”, 14-04-1929). Zaragoza disponía de grandes cafés, como el de la Iberia, el de París o el Ambos Mundos, que ofrecían conciertos para un público de cuello almidonado. Sin embargo, en 1906 el Gobernador Civil tuvo que limitar la apertura hasta las dos de la mañana, una medida “acertadísima para la tranquilidad pública” según el “Diario de Zaragoza”, pero que resultaría ineficaz. Pocos años después, el “Diario de Avisos” daba cuenta de los desmadres recurrentes en el salón de Farrusini, que ofrecía variedades y cinematógrafo en la calle de San Miguel: “En Farrusini se sale a escándalo diario, o nocturno, mejor dicho.” (29 de agosto 1910). 

Del Camerún a la calle Boggiero

La neutralidad durante la Primera Guerra Mundial trajo a Madrid y Barcelona dinero fácil y a sus noches una legión de cocottes y cocaína. En Zaragoza nos dejó un cargamento de alemanes del exótico Camerún. Esta comunidad germana fue adaptándose a la ciudad hasta el punto de protagonizar no pocas francachelas estrepitosas. 

En 1917, un grupo de vecinos denunciaba las molestias provocadas por las hordas teutonas reunidas en los bajos del número 4 de la calle de San Miguel. El “Ideal de Aragón”, en un reportaje titulado “Orgías nocturnas de los alemanes residentes en Zaragoza” levantó acta de lo que sucedía en un garito donde, “al ruido de la charanga alemana, los súbditos del Kaiser danzan, saltan… mientras Zaragoza descansa” (“Ideal de Aragón”, 3-02-1917). Será, sin embargo, el “Royal Concert”, la actual sala “Oasis” en la calle Boggiero, el centro del despiporre alemán en la ciudad (El Noticiero, 3-08-1916).

El “Royal Concert” se anunciaba entonces como café-restaurante, con números de “Varités” y “Music hall al estilo parisién” hasta las doce de la noche. Pero al filo de las dos de la mañana aún quedaban: “Doce o catorce mesas; algunas personas respetables; unos cuantos jovenzuelos alegres y doce o catorce mujeres de vida más o menos ejemplar” (Diario de Avisos de Zaragoza, 18-04-1917). Meses antes, el Gobernador Civil había clausurado el local por una riña sangrienta y en 1918 un turbio asunto de juego y tahúres volverá a poner al Royal en el disparadero. No serán los únicos ni más graves escándalos en su historial. Desde luego, los alemanes del Camerún, no hacían nada diferente a los nativos zaragozanos.

Años 20: nueva moral, viejos vicios

De la neutralidad bélica despertarían los noctámbulos con resaca. Tras el golpe en septiembre de 1923 , una de las medidas que el general Miguel Primo de Rivera trató de imponer fue “la moralización de las costumbres”. Como dirá Julio Camba en uno de sus artículos, “siempre que un gobernante anuncia propósitos regeneradores quiere decir cerrarnos los cafés a las dos de la mañana”. En efecto, en Zaragoza se formó una “Junta Local de Reforma Social” presidida por el alcalde para tratar cuestiones como la hora de cierre de tabernas y cafés o la imposición de un nuevo tributo por su “vigilancia especial” (“La Voz de Aragón”, 19-01-1926) 

Claro que, para un tipo rijoso como el militar jerezano eso de las “buenas costumbres” se prestaba a matices. En 1926 reconocía que algunos locales podrían seguir funcionando hasta la madrugada “pagando una sobre cuota de contribución” (“La Nación. Diario de la noche”, 13 de enero). Durante esa década se cerraron en Zaragoza algunos cafés clásicos y abrieron o reformaron otros. Aparecieron bares como el “Royalty”; el salón de baile “Aragonés”, rebautizado en los años cuarenta como “Café Cantante Plata” y cabarets como “Maxim’s”, en la calle Estébanes. Zaragoza, en definitiva, mantenía el pulso a la noche.

Por supuesto, las trifulcas nocturnas continuaron. Pese a las moderneces que trajeron los años veinte, las páginas de sucesos muestran que la mayor parte estaban relacionadas con el castizo hábito de frecuentar prostíbulos. Algunas reyertas resultaron de gran brutalidad, pues enseguida salían a relucir navajas e incluso armas de fuego. En 1928 fue herido un vigilante nocturno en la plaza de San Lamberto al que un grupo de putañeros abalearon (“Heraldo de Aragón”, 3 de junio). Hubo escándalos más acordes con los tiempos, como el del trasnochador que golpeaba a ritmo de “jazz-band” los portales de la calle de la Soberanía Nacional (tramo de la Avenida de César Augusto desde la Puerta del Carmen) (“El Noticiero”, 30-07-1926).

¿Quién le pone el cascabel al ocio?

Como ciudad en vías de desarrollo, los ruidos diurnos comenzaban ya en aquellos años a ser un trastorno por las “estridencias de los destartalados y antipáticos tranvías, el tráfico rodado con las voces y blasfemias de sus conductores y toda la grey de vendedores de la Prensa diaria, amén de los autos, motos y demás vehículos” (“La Voz de la Región”, 8-10-1923). Ruidos de fogueo para lo que vendrá después.   

Hoy día, según el Informe del Justicia de Aragón, el tráfico ya no es un asunto preocupante. Incluso si las capitales de provincia hubieran respondido a la encuesta es posible que “hubiera aparecido como un problema de mayor relevancia, pero nunca al nivel de los bares y discotecas”. Desde el Ayuntamiento, dicen, se está trabajando en un nuevo “Mapa del Ruido” en Zaragoza, una ciudad cada vez más dependiente del negocio hostelero ¿Servirán de algo las medidas que se adopten o sucederá como tantas otras veces nos demuestra la historia? 

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